
Un equipo internacional de investigadores identificó lo que puede ser la primera prueba biológica de contacto entre el Antiguo Egipto y Mesopotamia. El hallazgo se centra en el análisis del ADN extraído del esqueleto de un hombre que vivió hace unos 4.500 años, enterrado en el actual pueblo de Nuwayrat, a 265 kilómetros al sur de El Cairo.
El estudio, liderado por el profesor Pontus Skoglund del Instituto Francis Crick de Londres y difundido por la revista científica Nature, revela que aproximadamente el 20 % del ADN de este individuo procedía del Creciente Fértil, a más de 1.500 km de distancia.
El análisis genético reveló que el hombre tenía alrededor de 60 años al morir y su ascendencia genética vinculaba directamente a Egipto con Mesopotamia, otra gran civilización contemporánea. Esta conexión, hasta ahora respaldada únicamente por indicios arqueológicos, obtiene con este estudio su primera confirmación a través de pruebas directas. Los científicos creen que este intercambio humano pudo haber favorecido la difusión de avances fundamentales como la escritura y la agricultura.
La investigadora Adeline Morez Jacobs, de la Universidad John Moores de Liverpool, participó en el análisis del ADN como parte de su tesis doctoral. Según explicó, esta evidencia permite entender mejor cómo Egipto dejó de ser una red dispersa de comunidades agrícolas y se transformó en un núcleo de desarrollo cultural, político y social.
El profesor Skoglund declaró a BBC News que, al comparar los datos genéticos con registros culturales y arqueológicos de la época, se pueden reconstruir detalles históricos con una precisión sin precedentes.
Los restos analizados fueron desenterrados en 1902 y donados al World Museum de Liverpool, donde milagrosamente sobrevivieron a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial que destruyeron gran parte de la colección antropológica. La momificación artificial aún no era práctica común cuando este hombre fue enterrado, lo que favoreció la conservación del ADN en su hueso del oído interno.
El cadáver reposaba dentro de una vasija de cerámica ubicada en una tumba cavada en una colina. Gracias al análisis químico de sus dientes, los científicos determinaron que el sujeto probablemente había crecido en Egipto, pese a tener antepasados originarios del Creciente Fértil.
El doctor Linus Girdland Flink subrayó que este hallazgo fue posible gracias a una combinación de tecnología moderna y una extraordinaria casualidad: sin esa conservación accidental, muchos de los secretos históricos del esqueleto habrían permanecido ocultos.
Para conocer más sobre el estilo de vida del hombre analizado, el profesor Joel Irish, también de la Universidad John Moores, examinó su estructura ósea. Determinó que medía poco más de 1,57 metros, una estatura considerada baja incluso para su época. Presentaba signos de artritis y músculos desarrollados, lo que sugiere un trabajo físico intenso durante décadas.
Las características de su esqueleto, especialmente el agrandamiento del hueso en forma de gancho del cráneo y de los isquiones, permitieron concluir que pasaba largas horas en posición sentada y realizando movimientos repetitivos hacia adelante y atrás. Estas señales llevaron a los investigadores a deducir que era alfarero, un oficio que exigía fuerza y dedicación constante. “Trabajó toda su vida”, resumió el profesor Irish al describir a este hombre.

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