La joven Mary Toft, bañada en sudor, estaba en trabajo de parto en 1763. El ginecólogo John Howard, de Guilford, Inglaterra y médico de la corte del rey Jorge I, se mantuvo apacible hasta que vio que una pequeña bola de pelos con patas y orejas largas emergía de la mujer. Era un pequeño conejo blanco que murió al poco rato.
“Desde que les escribí, la pobre mujer ha dado a luz tres nuevos conejos, todos ellos a medio crecer; el último duró 23 horas dentro del útero antes de morir. Si usted tiene alguna persona curiosa que quiera venir a verlo con sus propios ojos, parece que tiene otro en su útero, así que puede venir a sacárselo cuando quiera. No sé cuántos conejos le quedan adentro”, escribió Howard.
Este no fue el primero ni sería el último parto de la mujer, la mujer de 25 años dio a luz conejos, gatos, extremidades de felinos y conejos pequeños, su caso causó la consternación de los profesionales de la salud y científicos.
Toft estaba embarazada cuando vio en el campo un conejo pequeño saltando cerca de ella. Luego de ello tuvo un aborto espontáneo antes de que naciera el bebé. Tras esa experiencia traumática, la mujer empezó a decir, junto a su esposo, que estaba dando a luz conejos.
El médico obstetra y ginecólogo John Howard prestó atención al caso luego de que le contaran que una mujer estaba dando a luz animales. El doctor se interesó tanto que le hizo seguimiento al caso y presenció tres partos distintos: una cabeza de conejo, un gato y nueve conejos bebés muertos.
Howard, intrigado y asustado en partes iguales, guardó a los animales en frascos para tenerlos como evidencia, envió cartas a algunos médicos importantes de Reino Unido e incluso al rey Jorge I, pero nadie le creyó.
Mary Toft. Foto: National Library of Medicine
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Los medios de la época estaban fascinados y su caso fue documentado numerosas veces, mientras que los especialistas no podían creerlo.
Los nacimientos se seguían dando, pero Cyriacus Ahlers, otro médico reconocido de la época, no estaba muy seguro de lo que ocurría.
“Le pregunté a la paciente algunas preguntas que no fue capaz de responder. La observé con atención, caminaba por la habitación presionando sus rodillas, como si tuviera miedo de que algo se cayera”.
Ahlers investigó los cuerpos de los conejos y encontró que tenían bolitas en sus estómagos que indicaba que habían comido heno. Además, detectó que algunas partes parecía que habían sido cortadas con un cuchillo.
Grabado de la época, cuando Toft estaba en boca de todo Reino Unido. Foto: Wellcome Collection
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Toft fue llevada a Londres para el nacimiento de su décimo hijo, el caso era de lo único de lo que se hablaba en la prensa, sin embargo, la mujer fue descubierta.
Uno de los porteros de la casa donde se encontraba la mujer dijo que ella había pedido que le trajeran el conejo más pequeño que pudieran encontrar.
Toft fue increpada y empezó a dar distintas versiones de lo que ocurría, hasta que tuvo que admitir su mentira. Técnicamente, no era un delito lo que había hecho, así que fue puesta en libertad sin cargos, pero cuando falleció, a los 40 años, en su certificado de defunción quedó registrada como “Mary Toft, viuda y la impostora del conejo”.