Marte Garde. EFE
El 26 de julio de 1947, cuando el presidente Harry S. Truman ratificó la Ley de Seguridad Nacional, abrió la puerta a la creación de la Agencia Nacional de Inteligencia (CIA) y con ella posibilitó 75 años de espionaje rodeados de mitos y conspiración. Esa normativa tardó dos meses en entrar en vigor y sentó la base del que se convertiría en el mayor y más poderoso servicio de inteligencia del mundo.
La CIA puede enorgullecerse de cantar victoria en la operación encubierta que desembocó en el golpe de Estado en Guatemala de 1954 contra el Gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz, contrario a Washington, o del dispositivo que dio caza al mítico guerrillero argentino Ernesto ‘Che’ Guevara en Bolivia en 1967.
Pero no anticipó los ataques de Al Qaeda el 11 de setiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono (11S) y erró en sus conclusiones sobre las armas de destrucción masiva en Irak, que resultaron infundadas.
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Irak y el 11S no han sido los momentos más bajos de la biografía de una agencia que llega este 2022 a los 75 años. Aunque tiene prohibido actuar en territorio nacional, el uso partidista que hicieron de ella presidentes como Richard Nixon (1969-1974) la llevaron a poner su foco en ciudadanos estadounidenses.
Tampoco se libró de la polémica por el programa de interrogatorios instaurado por la administración de George W. Bush (2001-2009), en el que se incluían técnicas de ahogamiento, humillaciones, privación de sueño y golpes.
Los informes certeros sobre las intenciones del presidente ruso, Vladímir Putin, antes de que el 24 de febrero lanzara su invasión de Ucrania han contribuido a encaminar a una agencia cuya prioridad, según expertos, se ha alejado del terrorismo para enfocarse en Rusia y China.
El autor del libro Legado de cenizas. Historia de la CIA, Tim Weiner, defiende que para conocer al enemigo es necesario tanto hablar con él como espiarlo, y en su relato apunta que así como los triunfos de la agencia “han ahorrado sangre y riqueza, sus errores han derrochado ambas cosas”.
“Tiene el inusual problema de ser un servicio secreto de inteligencia en una sociedad democrática abierta”, añade Weiner.