La Carpio nació pobre y ahora lo es más. En este barrio de casas precarias y calles estrechas en San José, varios de sus habitantes perdieron el empleo durante la pandemia de la COVID-19, con lo cual se agravó una situación que deberá resolver el próximo presidente de Costa Rica.
Líder en protección medioambiental y con la democracia más sólida de la región, Costa Rica definirá el nombre de su próximo presidente el 3 de abril. El exmandatario José María Figueres y el exministro de Hacienda Rodrigo Chaves volverán a enfrentarse en el balotaje luego de que ninguno obtuviera más del 40% de los sufragios.
“Antes hacía limpieza en casas, pero en pandemia no me llamaron más. Mi esposo tuvo un accidente, le cayó un portón en el pie y ya no pudo trabajar. (…) Empecé a hacer empanadas y las vendía en construcciones. Donde veía un proyecto, me ponía a vender”, dice Maricela Méndez, de 30 años y con cinco hijos.
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Junto con su pareja logra hacer 100.000 colones al mes (157 dólares), y viven en una casa de paredes de bloques de cemento, con dos habitaciones, donde el agua potable llega de forma intermitente por tuberías artesanales.
La Carpio, marcada por la delincuencia, nació en los años 90 en la periferia de la capital, rodeada de ríos contaminados y un botadero de basura. Hasta allí llegaron refugiados de la guerra civil de la fronteriza Nicaragua. Hoy ocupa 63 hectáreas, tiene unos 52.000 habitantes, entre migrantes y costarricenses en pobreza.
El país con el índice más alto de felicidad en el continente vio también crecer su pobreza de 21% en 2019 a 26,2% en 2020. Actualmente, esa cifra está en 23%, con un 6,3% en pobreza extrema, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) y la Cepal.
Según ambas entidades, estas cifras, potenciadas por el coronavirus, no se veían desde 2008, en un país que tiene en el turismo uno de sus motores económicos. En 2020 este cayó más del 60%, aunque en 2021 empezó a recuperarse.
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“La pandemia nos complicó demasiado. Pedí ayuda en instituciones y nunca respondieron. (…) A veces no comíamos”, recuerda Maricela.
Cepal asegura que Costa Rica, junto a Brasil, será de las naciones que más durarán en recuperarse “debido a los recortes de las ayudas estatales”.
“Estábamos en ruta a bajar la pobreza del 20% por primera vez en la década, pero la pandemia cambió todo”, expresó Juan Luis Bermúdez, director del estatal Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS).
Costa Rica acumula una deuda de más de 70% de su PIB y evalúa cómo atacarla. Entre las alternativas está reducir las partidas que salen del Gobierno. Bermúdez niega que habrá recorte en inversión social.
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“Las intervenciones del Estado lograron contener, en al menos cuatro puntos porcentuales más, el crecimiento de la pobreza”, adujo.
Otro indicador económico es el desempleo, que cerró en 2021 en 14,4%, cuando en la prepandemia (2019) estaba en 12,4%. Para las mujeres, la estadística es peor: 17,3%
”A mí me despidieron de mi trabajo (en un supermercado). Fue una experiencia dura. No sabíamos qué hacer. Tuvimos que ajustar con el salario de mi esposo (…). Pasamos a comprar solo arroz, frijoles y carne de vez en cuando. Hubo una semana que solo comimos huevo”, cuenta Maura Ríos, de 41 años y madre de dos hijos.
Con el apoyo de una asociación de desarrollo local, aprendió en pandemia a hacer artesanías para vender, y cuida a un adulto mayor.
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La nicaragüense Marta Arias vive en Costa Rica desde hace 25 años y se instaló en El Erizo Juan Santamaría, Alajuela, un barrio pobre al noroeste de la capital, también acechado por la delincuencia, y donde varias casas tienen áreas expuestas o techos endebles. El único lugar de esparcimiento para los niños es un maltrecho campo de fútbol.
“Vivimos aquí por necesidad, no porque nos guste. No quiero nada regalado, pero quisiera la oportunidad de una casa”, dijo Marta, una vendedora de 39 años, con tres hijas y una nieta. Tiene ciudadanía y derecho a voto en Costa Rica.
Vecina del barrio, Sonia Zúñiga, costarricense de 55 años y madre de tres hijos, recuerda: “Hubo que reducir mucha cosa, muchísimo… y jugármela yo a hacer menos cosas (para comer) para solventar todo lo que se tenía que pagar”.
Pero mantiene el optimismo. “Tenemos que dar gracias a Dios que, a pesar de que hemos pasado limitados, algo aparece. Otros están peor que uno”, añadió.