Cada día, una camioneta antigua se transforma en un salón de clases para que niños pobres de un suburbio de la Ciudad de México puedan aprender y estudiar. La apodan “Rinconcito de esperanza”. La dueña del vehículo, Dalia Dávila, lo ha acondicionado con materiales escolares e instrumentos para comodidad de varios alumnos.
La parte trasera, por ejemplo, cuenta con bancas. Ahí los los niños suben con cubrebocas, una vez que se han lavado las manos para evitar contagios de COVID-19. Aproximadamente, unos 70 menores de edad se benefician de este proyecto, afirma Dávila.
“Habilitamos un pequeño salón con TV, Internet, una laptop y un teléfono inteligente para auxiliar a niños sin recursos para tomar sus clases, con el compromiso de salir adelante”, cuenta a la AFP.
Dávila, quien es dueña de una tortillería, lanzó la iniciativa hace un mes para apoyar a familias vulnerables. Actualmente, cuenta con el apoyo de cuatro maestros voluntarios, donadores de aparatos electrónicos y vecinos.
Uno de los voluntarios es Eduardo Soto, profesor de inglés de 50 años, a quien la pandemia del coronavirus dejó desempleado. No obstante, motivado por esta iniciativa, da clases gratuitas a los niños pobres en un taller prestado por uno de los lugareños.
“Lo más difícil son las condiciones climáticas, a veces mucho sol, mucho ruido, y en el caso del idioma, es difícil enseñarlo en la calle”, cuenta Soto.
Los vecinos, por su parte, ayudan a los estudiantes brindándoles Internet inalámbrico gratis. De esta manera, las aceras también se convierten en una especie de salones callejeros con las clases virtuales dictadas por el Gobierno mexicano.
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“El Rinconcito” ha recibido a unos 70 niños de entre 6 y 15 años sin los recursos suficientes para seguir las clases a distancia. La idea surgió tras la muerte de Leonardo, el pequeño hijo de Dávila y su pareja, por complicaciones cardíacas.
“Todo este dolor lo transformamos en amor, en compartir con los más necesitados”, afirma la mujer de 34 años.