Venezuela sigue viviendo una crisis de derechos humanos bajo la amenaza política de represión de Nicolás Maduro. Millones de personas luchan por sobrevivir ante la falta de las mínimas necesidades indispensables de comida, agua y atención médica, sumado al calvario de la falta de ingresos económicos debido a la pandemia del coronavirus.
Hasta el 5 de junio del 2020, 5,1 millones de personas habían huido del país en los últimos años. El Perú tiene la mayor población refugiados de Venezuela del mundo, con más de 482.000. Además, acoge a 83.000 personas venezolanas en total, según datos oficiales.
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Yurancy Castillo era una venezolana que pertenecía a ese grupo. Llegó hace dos años en la búsqueda de un sueño hasta que el virus que provoca la COVID-19 le puso final a sus 30 años, según el medio Listín diario.
“Mami, no te preocupes. Me voy para allá por un mejor futuro”, fueron las palabras que le dijo entre lágrimas a su madre cuando se despidió. Vino con su novio a Perú y la pareja se estableció en Arequipa. Sin embargo, ella viajó a Lima donde consiguió su primer trabajo como vendedora de máquinas de coser y luego de mesera, pero el sueldo no era suficiente.
Al estar sola en la capital, pidió que sus dos hermanos mayores la acompañen. Un año después, aceptaron la invitación y tomaron un autobús al Perú. Consiguieron trabajo, rentaron un cuarto y cada dos semanas, los hermanos se alternaban para enviarle dinero a sus padres.
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Antes del confinamiento, Yurancy Castillo decidió visitar a su novio en Arequipa. Ante la cancelación del transporte interprovincial, se tuvo que quedar. En mayo empezó a presentar los síntomas de la COVID-19 y fue internada en el hospital Honorio Delgado. A pesar de que le proporcionaron oxígeno, su salud empeoró y fue ingresada a la Unidad de Cuidados Intensivos.
Los médicos llamaban diariamente a su novio para pedirle costosos medicamentos. Amigos y familiares crearon una campaña en redes sociales para recaudar fondos y lograron un poco de dinero para costear el tratamiento.
El 17 de junio se confirmó su fallecimiento a los 30 años. La muerte de Yurancy Castillo generó dolor y enojo. Su madre Mery Arroyo, de 54 años, está molesta con el Gobierno peruano y lo responsabiliza de lo que le pasó a su hija.
Recuerda que le comentó que quería volver a Venezuela. “Apenas pase la cuarentena me voy” le dijo. Quería poner un negocio, comprar nuevos muebles para su casa y llevarlos a la playa. “Nunca pensé que mi muchacha se me podía ir. Y menos en otro país”, expresó.
Ahora sus cenizas descansan en una pequeña caja de madera en Arequipa y sus hermanos esperan llevarlas de regreso a Venezuela, cuando la pandemia haya terminado.