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La protesta que sacudió Nueva York en blanco y negro

Parte de guerra. El asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un policía anglosajón que lo asfixió no obstante los gritos de la víctima desató una ola de manifestaciones en Estados Unidos, pero sonó mucho más fuerte en la Gran Manzana.

Por: José Luis Reyes, desde Nueva York

En 1929, el poeta Federico García Lorca visitó la ciudad de Nueva York, y tras una estadía de nueve meses, escribió un inolvidable libro: Poeta en Nueva York (1940). Lo hizo como respuesta a la injusticia y a la deshumanización que percibió durante su permanencia en la Gran Manzana hasta el 4 de marzo de 1930. Le llamó mucho la atención el racismo en la ciudad más liberal y moderna del país del norte. De ahí brotó el poema “Rey de Harlem”, que dice:

¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!/

¡Ay, Harlem!/

No hay angustia comparable a

/tus rojos oprimidos,

a tu sangre estremecida dentro

/del eclipse oscuro,

a tu violencia granate

sordomuda/

en la penumbra,

a tu gran rey prisionero, con un

/traje de conserje.

García Lorca, según el testimonio del crítico literario Peio H. Riaño, vivió en Nueva York la experiencia más importante de su vida y la contempló como una vasta necrópolis, donde dibujó a la muerte como “pequeñas golondrinas con muleta”.

Al parecer, 91 años después de la experiencia del poeta español, las condiciones raciales no han cambiado un ápice. Así es. Regresemos a las amarguras del año 2020.

Primero: el domingo 3 de mayo fue un día especial. La temperatura en New York City casi alcanzaba unos inusitados 30 grados y miles de personas, por primera vez, se conectaban con las calles después de dos meses de aislamiento. Había regocijo en la población y preocupación en las autoridades. El COVID-19, a pesar de que los números de infectados y muertos habían decrecido significativamente, pero la pandemia seguía siendo un peligro. De tal forma que, ese día, el alcalde de New York City, Bill de Blasio, ordenó a la policía (NYPD) que hiciera respetar la distancia social y que invite a los neoyorquinos a usar una máscara protectora.

El Central Park estaba abarrotado por los residentes de los millonarios departamentos ubicados en la Quinta Avenida. En medio de la algarabía, los vecinos no respetaban la distancia social. Unos policías perfectamente uniformados se acercaron con mucha cortesía y les sugerían mantener los seis pies (1.8 metros) de distancia y les ofrecían máscaras a los que no la tenían. A la misma hora, pero en otro escenario, esta vez en Brownsville, el barrio afroamericano más pobre de Brooklyn, policías encubiertos irrumpieron en una reunión al aire libre y golpearon y detuvieron a varios residentes afroamericanos. Uno quedó desmayado en el piso. ¿El delito? No respetar la distancia social. Una semana después la Fiscalía de Brooklyn informó que, durante esa semana, 50 personas fueron detenidas por no obedecer las reglas que ha impuesto la ciudad para contener la pandemia. Del total, 40 eran afroamericanos, 9 hispanos y 1 blanco. ¿Alguien habló de racismo?

Segundo. El 8 de mayo la influyente revista política The Atlantic tituló uno de sus artículos así: “The Coronavirus Was an Emergency Until Trump Found Out Who Was Dying” (El coronavirus fue una emergencia hasta que Trump descubrió quiénes se estaban muriendo). El título no se mide en su denuncia y hace referencia a cómo las minorías han sido y siguen siendo las víctimas mayoritarias del COVID-19. Las estadísticas del Centro para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) indican que por lo menos en las grandes ciudades, la mayoría de los infectados con COVID-19 son hispanos, y la mayoría de los muertos son afroamericanos.

Gran parte de estos sectores minoritarios carecen de seguros de salud. “La pandemia ha expuesto los amargos términos de nuestro contrato racial, que considera ciertas vidas de mayor valor que otras”, afirma el periodista Adam Serwer de la revista The Atlantic.

No matarás

Tercero. En los sectores de extrema derecha y entre los supremacistas blancos la vida se valora de acuerdo al color de tu piel. Bajo este criterio, cuatro agentes policiales de Mineápolis literalmente lincharon en la vía pública al afroamericano George Floyd. Mientras la víctima estaba enmarrocada y tirada en el piso, uno de los policías apretó su rodilla en el cuello de Floyd hasta matarlo, no obstante que este reclamaba: “No puedo respirar”. Murió como ocurría en los linchamientos o ahorcamientos públicos, en los estados sureños de los Estados Unidos, entre los años de 1870 y 1940. Ahora la sociedad civilizada está encolerizada de cómo el infame policía Derek Chauvin asesinó a un Floyd bajo la premisa de que contaba con el apoyo de las leyes y de las autoridades. Este acto bárbaro de un policía ha desatado olas de protestas en los Estados Unidos, como no se había visto desde los años 60 y 70, cuando miles salieron a las calles contra la guerra en Vietnam.

Cuarto. En Nueva York, The Collective Black People Movement (CBPM) es una las organizaciones que dirige las protestas pacíficas, sobre todo en los barrios afroamericanos de Brooklyn, donde la pobreza es endémica. Este último domingo 31 de mayo, a las 2 de la tarde, se cumplió el quinto día de las manifestaciones. Desde las comunidades afroamericanas de East New York, Flatbush, Borownsville, Canarsie y Crow Heights, partieron miles de indignados hacia el coliseo Barclays Center. En ese lugar se concentraron quienes clamaban justicia por el asesinato de George Floyd. “I can’t breathe, I can’t breathe” (No puedo respirar, no puedo respirar), gritaban una y otra vez.

Los policías algo nerviosos inicialmente formaron cinco escuadras para proteger las barreras metálicas que habían colocado en las avenidas Atlantic y Flatbush. La idea era impedir que la masa indignada tome los puentes Brooklyn y Manhattan y se dirigieran a Manhattan. Los manifestantes buscaban tomar la Gran Manzana. Había dos frentes: en Flatbush Avenue, los enfrentamientos empezaron cuando los protestantes intentaron retirar las barreras. Los gases lacrimógenos saltaron, lo que fue respondido con piedras y ladrillos que rompieron los vidrios de varios patrulleros de la NYPD. Me pregunté: Ahora ¿a dónde voy?

En el otro frente, el de Atlantic Avenue, la policía tenía la situación controlada. Los gases lacrimógenos mantenían a raya a los manifestantes. No obstante, muchos utilizaron los flancos para infiltrarse. En Flatbush la situación empeoró. Los protestantes rompieron la primera barrera e iban por la segunda, no había forma de detenerlos. Yo logré refugiarme en el centro comercial y desde el tercer piso pude observar cómo dos camionetas policiales, en su desesperación, embistieron a los manifestantes y se armó una trifulca. Hubo varazos, puñetazos, empujones y gritos de justicia por George Floyd, en medio de gases que hacían difícil hallar un poco de oxígeno.

Conquistar la libertad

Los manifestantes se dispersaron, rompieron las barreras y se reunieron entre Flatbush y Dekalb. De ahí iban directo a tomar los puentes antes mencionados y enrumbaron a Manhattan. Con puño en alto soltaron varias consignas como: “¿De quiénes son las calles?”, se preguntaban y respondían: “¡Son nuestras!”.

Los enfrentamientos comenzaron cuando los policías fueron sobrepasados y los protestantes ingresaron en Manhattan. Pero en la ciudad ya había otros escenarios con manifestantes, como Union Square, Washington Square y Time Square. En otros lugares, donde se ubican las tiendas más exclusivas, se registraron saqueos. Dos mil tiendas sufrieron daños cuantiosos.

Armado con mi máscara, guantes, un pañuelo y una pequeña botella de vinagre, logré infiltrarme en Manhattan. El gas pimienta no me dejaba respirar. Traté de correr lo más lejos posible de los escenarios violentos, pero era imposible. Mi objetivo era encontrar una entrada al tren subterráneo. Imposible. Incluso el interior de la Gran Central Terminal era escenario de protestas masivas. No había lugar. En el Midtown, las tiendas de la 34 Street y Sexta Avenida fueron objeto de pillaje.

Tuve que retirarme de ese lugar y por fin encontré una entrada del Subway. Los pequeños puestos de ventas en el interior del tren subterráneo también habían sido asaltados. Los delincuentes tenían su propia agenda durante las protestas.

Para mi suerte, en la ciudad de Nueva York, todavía no se había impuesto el toque de queda. Eran las 11 de la noche y algunos manifestantes con carteles me acompañaban en su retorno a casa. En el camino por el tren número 7, pude observar pequeñas manifestaciones en Jackson Heights, Flushing e incluso en Whitestone, una zona considerada conservadora.

En el barrio de Jamaica, Queens, el vecindario con mayor población afroamericana, los indignados tomaron pacíficamente las avenidas Jamaica, Hillside y Parson Bulevar. Ya nadie se acordaba del COVID-19, pero uno de los carteles que portaban los manifestantes decía: “Trump es un virus”. Otros clamaban: “Cárceles para todos los policías asesinos” y “¡Justicia ahora!”.

Cuando llegué a casa prendí la televisión y las noticias señalaban que las protestas se habían diseminado en 41 estados de los 50 que tiene Estados Unidos. En muchas ciudades entró en vigencia el toque de queda y el temeroso presidente Donald Trump tuvo que refugiarse en su búnker, pues la Casa Blanca había sido sitiada por furiosos manifestantes.

Al parecer la agenda de los indignados, que inicialmente se expresaron contra el racismo y el abuso policial, se proyectó a impedir un segundo mandato del cada vez más alicaído Trump. Las condiciones están en contra del presidente, quien se defiende y se felicita a sí mismo a través de sus populares tuits.

Me llamó la atención que los habitantes del histórico barrio de Harlem, el más legendario de los barrios afroamericanos, no hayan participado masivamente en las protestas por la muerte de George Floyd. Es importante recordar que en los años 20, el barrio logró un importante nivel cultural. Lo llamaban el Harlem Renaissance, debido a que en ese periodo surgieron una serie de expresiones artísticas e importantes intelectuales afroamericanos. Harlem se ubica al norte del Central Park y era usualmente un barrio de anglosajones, pero todo cambió desde 1920.

En 1929, el poeta granadino, Federico García Lorca, llegó a Nueva York donde residió por nueve meses. Harlem le llamó la atención y la recorrió desde la calle 110 hasta la 125, donde se ubica el famoso Teatro Apolo. En una entrevista en 1931, García Lorca apuntó, en medio del “crack” financiero de 1929, que “he hecho lo más difícil: ser poeta en Nueva York”. Aunque, en mi opinión, más difícil fue ser poeta en España, donde fue asesinado por ser diferente, por ser poeta, intelectual y homosexual.

George Floyd también era diferente, no obstante era observado en Mineápolis como un ente extraño, un afroamericano peligroso, solo por su color de piel. Los policías que lo asesinaron fueron instruidos ideológicamente de tal forma que en cada afroamericano suponen que hay un agente vicioso y envilecido, casi sin valor humano.

La muerte George Floyd está generando grandes cambios en la legislación policial y García Lorca cambió la forma de escribir con su libro Poeta en Nueva York. Ambos murieron como consecuencia de la miseria humana, por la actividad de aquellos que se sienten los dueños del mundo y deciden quiénes vivirán y quiénes deben morir.

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