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Guayaquil: El Wuhan de Ecuador

Insepultos. Por esta ciudad el coronavirus ingresó a ecuador y ahora acumula, en calles y hospitales, cadáveres que nadie recoge. por la escasez de pruebas, pocos fueron diagnosticados de COVID-19, pero presentaron todos los síntomas antes de morir. La ciudad clama hoy por un lugar en los cementerios.

Nadie hubiera imaginado que Guayaquil, el pueblo que hace 200 años armó una revuelta que logró su independencia de España y que, dos años después, presenció el legendario encuentro entre José de San Martín y Simón Bolívar que definió los destinos de América, estaría hoy luchando por conseguir un lugar en los cementerios.

Ahora es el epicentro de una guerra agónica contra un ene- migo diferente, el COVID-19, y el escenario desgarrador de una derrota: los cuerpos de los caídos, envueltos en bolsas de plástico, se amontonan en los pasillos de sus hospitales, los patios de las casas y hasta en las calles, donde sus deudos claman por una sepultura digna que, pese a las promesas del presidente Lenín Moreno, hasta ahora no pueden tener.

Las cifras del gobierno hablan de apenas 75 muertos de un total de 2240 casos –la mayor parte en Guayas, el epicentro de la pandemia-, pero todo indica que están muy por debajo de la realidad, porque el número de casos diagnosticados es bajísimo. Hasta la tercera semana de marzo, sólo se hicieron 2000 pruebas en todo Ecuador y, ahora, recién unas 7000.

Herbert Holguín, periodista del diario Expreso, señala: “La cifra oficial de muertos es pequeña en comparación a lo que se está dando. La gente se está muriendo en sus casas, en la calle, y sus familias, todas, dicen que estas personas, antes de morir, presentaban todos los síntomas del coronavirus”.

¿Hay cifras precisas del estado real? “No, pero podemos sacar la cuenta: los periodistas que ven el tema de cerca hablan de colas de 160 o 170 personas por día para gestionar certificados de defunción, que las colas en los cementerios han aumentado, y las funerarias dicen que, si antes había unos 40 muertos al día, ahora son 120 o 140. Ayer, un periodista se arriesgó a calcular 500 muertos y yo diría, por lo que vemos en los diarios en que trabajo, que esa cifra no es nada descabellada”, señala Holguín, para quien Guayaquil es el Wuhan de Ecuador, porque ahí apareció el primer caso y la pandemia se ha extendido más rápidamente.

Los cadáveres no se están recogiendo, porque no hay un protocolo apropiado, pero también porque las 70 ambulancias y los escasos vehículos de criminalística no están bien distribuidos ni tienen a dónde llevar los cuerpos. Los cementerios y crematorios están colapsados y se ha llegado a ver cadáveres en la calle, pues sus familias los ponen ahí para no contagiarse.

Todo esto hizo que, en un momento, voceros municipales dijeran que se haría en una fosa común en el Cementerio Municipal, pero el presidente Lenín Moreno aclaró, vía Twitter, que todos los fallecidos tendrán un entierro digno (pese a que la OMS ha sugerido la cremación). Acto seguido, puso a la cabeza de la emergencia en Guayaquil a Darwin Jarrín, comandante general de la Armada, y creó una fuerza especial que se encargará del levantamiento y entierro de los cuerpos.

Desde entonces, Moreno se ha dedicado a anunciar, también por Twitter, las medidas para Guayaquil, incluyendo la creación del Hospital Monte Sinaí, con capacidad de 130 camas y 37 Unidades de Cuidados Intensivos, lo que se suma al equipamiento apresurado de otros centros hospitalarios, donde el personal se está infectando por falta de equipamiento.

Por su parte, la alcaldesa de Guayaquil Cinthya Viteri, quien se ha enfrentado al presidente Moreno al imponer el aislamiento de Guayaquil y que denunció en un video lo que está ocurriendo con los cadáveres, anunció que está gestionando la llegada de 50 mil pruebas, 40 respiradores portátiles y 20 respiradores para las UCIs.

¿Serán suficientes? Por lo pronto, ayer por fin fue sepultado el sacerdote Carlos Quindea, en Urdesa Norte, quien falleció el sábado y era una especie de símbolo del trato a las víctimas del COVID-19, sobre todo en un país tan católico como Ecuador.