Con información de abc.es
Como Marilyn Monroe, murió en el baño de una sobredosis de barbitúricos. Con 47 años recién cumplidos, Judy Garland recorrió por última vez hace cincuenta años el camino de baldosas amarillas, pero no volvió a Kansas ni se la llevó un torbellino, como en El mago de Oz, la película que la consagró como una de las mejores y más populares artistas de la historia del cine, pero también la que le provocó múltiples complejos.
Tenía 16 años, pero su Dorothy debía aparentar 12. Por entonces ya era adicta a las pastillas que Metro Goldwyn Mayer le proporcionaba para no acusar el exigente rodaje: anfetaminas de día para aguantar despierta, barbitúricos de noche para descansar.
La obligaron a utilizar ajustados corsés y gasas para disimular el pecho; sufrió acoso sexual durante el filme, donde su doble y entrenadora personal, Barbara Bobbie Koshay, la espiaba por orden del estudio.
Garland sufrió el azote de Louis B. Mayer, que acentuó su inseguridad al llamarla ‘mi pequeña jorobada’ durante el rodaje de la película. Por la película la actriz ganó un Óscar especial, pero también infinidad de problemas. Su tendencia a engordar la sometió a una vigilancia constante por parte de MGM, que le impuso una estricta dieta a base de lechuga y líquidos que acució su ansiedad e incrementó su adicción al tabaco, llegando a consumir ochenta cigarrillos al día.
El mago de Oz encumbró a Judy Garland, pero dibujó en su porvenir un legado de sombras. La actriz nunca se recuperó del todo de un tortuoso rodaje en el que otro ejecutivo la llamó “cerdo con coletas”.
Lo que había sido una productiva relación terminó deteriorada. Tras el éxito de la película, cuenta Víctor Matellano en El mago de Oz. Secretos más allá del arcoíris (Lumière Pigmalión, 2019), la desconfianza se instauró en la MGM, que la despidió de varios proyectos por no presentarse a los rodajes, lo que a su vez le provocó ataques de ansiedad e intentos de suicidio.
Sin la protección de una madre cómplice, Garland creció comparándose con otras estrellas. Su traumática infancia no mejoró con el tiempo y derivó en un sinfín de trastornos, con anorexia y problemas psicológicos y alcoholismo.
Después de quince años, MGM la liberó de un prolífico contrato en el que figuran más de veinte títulos. La intérprete volvió al cine en 1954 con Ha nacido una estrella, pero no logró en esta ocasión el Óscar al que estaba nominada. Tampoco lo hizo en 1961, cuando la candidatura que le valió su papel en ¿Vencedores o vencidos? se quedó en eso, una candidatura.
Al final, en las vitrinas de la octava mejor estrella femenina de la historia del cine, según el American Film Institute, brilla solo una estatuilla, el Premio Juvenil de la Academia (por Babes in Arms y El mago de Oz) que consiguió en 1940. Como el ‘Over the rainbow’, Judy Garland siguió cantando toda su vida la ‘canción triste’.