
Durante su ponencia magistral “Relaciones Japón–Estados Unidos y su implicancia para América Latina” organizada por e El Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico (CECHAP) de la Universidad del Pacífico, la doctora Saori Katada, profesora de la University of Southern California (EE. UU.), analizó los profundos cambios que han marcado la última década (2016–2025).
Según la especialista, el mundo ha atravesado una “década de choque” caracterizada por la llegada de Donald Trump al poder en 2017, el impacto global del COVID-19 en 2020, las guerras en Ucrania y Medio Oriente, y el regreso de Trump a la presidencia estadounidense.
Estos hechos, explicó, han transformado el orden económico global, afectando las cadenas de suministro, el acceso a mercados, el crecimiento de las empresas y la lógica del comercio mundial, que ahora se interpreta bajo criterios de seguridad nacional.
Para Katada, muchos intercambios económicos se han “securizado”, desplazando la cooperación internacional hacia una visión marcada por intereses estratégicos y geopolíticos.
Uno de los ejes principales de su exposición fue el retorno de Trump y su nueva política comercial, conocida como Trump 2.0. Katada recordó que, desde inicios de 2025, la administración estadounidense ha reactivado y ampliado sus tarifas arancelarias, con un incremento de hasta 130% sobre las importaciones provenientes de China si no se alcanza un acuerdo comercial antes del 1 de noviembre.
Ahora bien, el domingo Trump sorprendió al decir que “Estados Unidos quiere ayudar a China, no perjudicarla”. Esa frase bastó para que los inversionistas interpretaran que podría haber una pausa en la escalada comercial y que la economía global respire un poco, reflejándose en un verde en Wall Street.
Trump reaviva guerra comercial con China
De igual forma, esta política también afecta a América Latina, donde las tarifas estadounidenses oscilan —según detalló— entre 10% y 50%, siendo Brasil uno de los países más perjudicados. Katada enfatizó que gran parte de estas medidas se justifican bajo el argumento de la seguridad nacional, extendiéndose incluso a las inversiones extranjeras.
La académica explicó que este enfoque ha provocado una reestructuración global de las cadenas de suministro y una creciente competencia tecnológica entre Estados Unidos, China y Japón, vinculada al control de minerales críticos y semiconductores. Esta reconfiguración también ha impulsado el desacoplamiento (decoupling) económico y la búsqueda de nuevas rutas de inversión.
Según Katada, Sudamérica ha incrementado su comercio con China de forma sostenida entre 2000 y 2023, hasta el punto de comerciar 50% más con el gigante asiático que con Estados Unidos.
Si bien esto ha generado oportunidades —como la exportación de azúcar y minerales—, también ha acentuado la dependencia regional de China, especialmente en materia de infraestructura y financiamiento.
En este contexto, Japón podría convertirse en un socio alternativo clave para diversificar los vínculos económicos latinoamericanos.
En su análisis, Katada explicó que Japón enfrenta un doble reto: adaptarse a la política comercial estadounidense y mantener su posición como defensor del orden liberal internacional.
Recordó que el país asiático prometió 550 billones de dólares de inversión en Estados Unidos, que se implementarán en 2029, en sectores como el petróleo, el arroz y otros productos agrícolas.
La primera ola masiva de aranceles se dio el Día de la Liberación en EE.UU.
Sin embargo, las compañías japonesas continúan produciendo en China, por lo que han impulsado una estrategia “China Plus One”, diversificando su producción hacia otros países desde 2010.
Katada subrayó que Japón ha incrementado en 42% su inversión proyectada en América Latina en 2025, reforzando la cooperación en áreas como la industria automotriz, el desarrollo de capital humano, los minerales críticos y la seguridad alimentaria.
Destacó además la participación de JVIC y JICA, instituciones japonesas que financian proyectos de infraestructura, tecnología y sostenibilidad ambiental en la región.
Asimismo, la académica remarcó que el 87,1% del comercio japonés ya está cubierto por acuerdos de asociación económica (EPA). Japón —recordó— desempeñó un papel decisivo al salvar el Acuerdo Integral y Progresista para la Asociación Transpacífica (CPTPP) tras la salida de Estados Unidos en 2017.
Este tratado, junto con el RCEP, representa hoy los bloques comerciales más grandes del mundo, con reglas avanzadas que buscan mantener la apertura y previsibilidad del comercio internacional.
El interés por estos acuerdos sigue creciendo: China, Taiwán, Costa Rica, Ecuador y Uruguay han solicitado su adhesión, mientras que México, Perú y Chile figuran entre los miembros latinoamericanos más activos.
Katada también señaló que Japón continúa negociando un acuerdo bilateral con Colombia, iniciado en 2012, y estudia un nuevo tratado con Brasil y México, considerado su “último mega-FTA pendiente”.
La doctora Katada advirtió que la incertidumbre en las políticas comerciales se ha disparado en 2025, incluso por encima de los niveles registrados durante la pandemia. En su opinión, la estrategia de “América Primero” ha debilitado las instituciones multilaterales —como la OMC, la OMS y el Acuerdo de París— y erosionado el sistema de comercio basado en reglas.
Ante este escenario, la académica resaltó la importancia de la cooperación entre potencias medianas y economías emergentes. América Latina —dijo— puede fortalecer su autonomía política y económica si diversifica sus relaciones, especialmente hacia Japón, que promueve un enfoque “libre y abierto en el Indo-Pacífico”.
Katada concluyó que Japón y América Latina comparten intereses complementarios y pueden construir una alianza sustentada en la estabilidad, la innovación tecnológica y la infraestructura sostenible
En un contexto de rivalidad entre Estados Unidos y China, Japón ofrece una alternativa para reducir la dependencia y afrontar la nueva geoeconomía global.

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