Escribe: Miguel Gutiérrez / Ojo de viento
En la comunidad de Circamarca, las historias no se cuentan, se cantan. La cosecha, la crianza de animales, las enfermedades y hasta la violencia familiar son algunos de los temas de las composiciones del género musical llamado “pumpin”, de la provincia de Víctor Fajardo, en Ayacucho, que a fines de febrero fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación.
Estas narraciones son entonadas en quechua y son presentadas ante la comunidad y los visitantes. Hoy estamos en la plaza del pueblo. Es un mediodía soleado de febrero y apenas hay cien almas en este lugar. De pronto, todos ríen y explotan en carcajadas por la historia del marido que regresó borracho a su casa y encontró su ropa tirada en la puerta de su casa (“Kuyasqay yanallay punkuta kichamuway, manañam upyasaqchuqaya” dice la canción). Luego se ponen serios cuando escuchan la historia de una joven que fue golpeada por su pareja. Y, finalmente, un canto que habla de la sequía que afecta sus cultivos los pone tristes.
En eso, aparece una pareja que canta un tema religioso y todos quedan en silencio. Aquí, como en otras comunidades andinas, las sectas evangélicas tratan de imponer sus ideas, pero todavía encuentran mucha resistencia de parte de la población, que defiende sus tradiciones y costumbres ancestrales.
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El pumpin es un género que se baila saltando, pues se asocia al carnaval, pero sus letras reflejan la vida cotidiana de las comunidades durante todo el año. Según el antropólogo Renzo Aroni: “El pumpin, a través de sus textos y de sus canciones, alude a la vida en la comunidad, a la ausencia del ser querido, alude a ciertos lugares a los que tenemos afecto como la naturaleza y sus paisajes. Cantan también a la experiencia de la migración, cantan a la memoria de tiempos difíciles, como la pobreza, entre otras temáticas. Y, en ese sentido, las canciones son como dispositivos para la memoria de una experiencia social, de una experiencia colectiva”.
En las investigaciones que se hicieron para declarar a este género como Patrimonio Cultural de la Nación, según la excongresista Tania Pariona, se recopilaron documentos desde los años 80, donde se encuentran muchos relatos del conflicto armado interno, testimonios de hombres y mujeres que vivieron la violencia e intentan procesar esas vivencias través del canto colectivo.
“Diferentes grupos de ciudades como Huamanga y Lima han practicado durante años este baile y han luchado por tener presencia en las festividades principales, como los carnavales ayacuchanos. Es gracias a ellos y a diferentes organizaciones que se ha conseguido esta declaratoria”, afirma la exparlamentaria.
Las comunidades han recopilado varios cantos en los que se tratan temas como la corrupción y la injusticia social. Foto: cortesía Miguel Gutiérrez
Para Anival Cayo, miembro de la asociación cultural Sentimiento Fajardino, el pumpin refleja la necesidad de justicia que tienen las comunidades campesinas de la provincia de Fajardo. “Ellas -dice- han recopilado varios cantos, en los que se tratan temas como la corrupción y la injusticia social”.
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Circamarca es uno de los tantos lugares donde se canta y baila el pumpin. Pero también se practica en Lima, donde el proceso migratorio ha hecho que los ayacuchanos lleven sus costumbres como formas de resistencia cultural y afirmación de su identidad. Gracias a estas prácticas culturales, se ha podido generar un proceso de recomposición social roto durante los años de violencia y estigmatización.
Los pies de los circamarquinos saltan y hacen vibrar la tierra al ritmo de la guitarra, al ritmo de la voz y los aplausos. De fondo cae la tarde, con el eco de todas las penas y todas las alegrías. Se van formando sombras que danzan sobre la hierba; y el infinito azul del cielo transforma todas las memorias en recuerdos ensombrecidos por el canto y la melodía. Allí están los hombres y mujeres que pelearon en guerras contra los incas, contra los españoles, contra el terror. Allí están y allí seguirán cantando al ritmo del viento.