Estas pinturas eran una vieja deuda. Ever Arrascue Arévalo aún era estudiante de la Escuela de Bellas Artes cuando un amigo lo llevó al barrio de Malambo, en el Rímac, a una actividad donde este amigo iba a tocar guitarra. La casa estaba en un callejón de un solo caño, en donde todos eran negros. Arrascue cuenta que se sintió un extraño, propiamente un lunar blanco.
“Empezaron a llegar otros negros. Unos llegaban con su cajón, otros con quijadas de burro, poco a poco llegaban los músicos, los artistas. Había colores maravillosos, explosivos para mí. Todo en ellos era alegría, esa cosa tan natural, sobre todo el movimiento corporal. Se movían y ya estaban bailando”, narra Arrascue para explicar el origen y motivo de su próxima muestra, “Afrodescendientes, identidad y color”, en la Casa Museo Marina Núñez del Prado, en San Isidro.
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“Este es mi homenaje a los afrodescendientes peruanos, a la riqueza de su cultura, que también son parte del rostro cultural de nuestro país. Esta muestra era una promesa desde mis años de juventud”, afirma el artista.
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La cantante Susana Baca, conmovida por las pinturas, ha dicho que esta muestra “es más que una exposición de imágenes, es una apuesta por traer a sus personajes con más luz en sus ojos (...). En este trabajo, Ever Arrascue es como la memoria de una mano y esa mano es la memoria de una raíz”.
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Arrascue Arévalo proviene de otras orillas, desde los Andes. Nació en San Gregorio, en Cajamarca, un pueblito de dos calles. De su terruño trajo sus colores, los azules, rojos, amarillos y verdes brillantes, pero también la sensibilidad por los humildes. En sus cuadros, de líneas marcadas y movimiento, siempre ha recreado campesinos andinos, mujeres trabajadoras, niños y niñas, hombres en sus duras faenas.
Esta vez dirigió la mirada al mundo negro peruano. Era un tema que siempre le había preocupado desde aquella noche luminosa de Malambo. Tenía el propósito, la sensibilidad, pero le faltaba conocer más ese mundo.
¿Tuvo que realizar un trabajo de campo?
Sí, además de investigar, en una primera vez, en el 2015, viajé a Chincha y no tuve suerte. No encontré ciudadanos negros, más bien hallé muchos ayacuchanos, que habían migrado por las violencia de los Andes. Un sereno me orientó, me indicó que vaya a El Carmen y El Guayabo. Allí sí encontré negros. Hice varios estudios, uno de ellos sobre la maternidad, cuadro que ahora voy a exponer.
A partir del impacto que tuvo en Malambo, Ever Arrascue empezó a remontar su memoria. Recordaba una lectura escolar, la historia de Matalaché, la novela de Enrique López Albújar. Más adelante, los cuentos de Monólogos desde las tinieblas, libro de relatos de Antonio Gálvez Ronceros. Asimismo, las décimas de Nicomedes Santa Cruz, a quien le ha dedicado un retrato. Tenía lecturas, pero le preocupaba conocer in situ la vida de las comunidades negras.
“También viajé a Cañete, en donde pude conocer negros algodoneros. En mis viajes al norte, en la costa de La libertad, indagué la vida de los negros cañeros. Por supuesto que también llegué a Zaña, ese pequeño pueblo histórico de Chiclayo que, a pesar del tiempo, busca manetener la tradición afroperuana de sus danzas y gastronomía”, detalla Arrascue Arévalo.
Eso era en los viajes, ¿pero cómo fue su trabajo en el taller?
Al taller llegaba motivado. No solo por los viajes, sino también porque había visto recitar poemas al poeta Julio Carmona, que no es un negro chinchano, pero es negro. También al declamador Ricardo Elías. Cuando me siento a bocetear, me asaltan las acuarelas de Pancho Fierro, el pintor mulato. A diferencia de Carlos Baca Flor, Ignacio Merino, Francisco Laso o Daniel Hernández, que viajaron a Europa, él se quedó a pintar en el Perú, con mucho amor y respeto a los personajes cotidianos de su tiempo, como panaderos, lecheros, aguateros. En ese sentido, era muy solidario, lo contrario era con los de la aristocracia, a quienes caricaturizaba.
También ha retratado personajes negros cotidianos, como un titiritero.
Sí, yo soy solidario con los artistas de todos los lenguajes, porque yo lo he vivido, lo he pasado en mi época de estudiante, por eso, cuando un artista sube al micro, yo siempre colaboro. El titiritero lo vi en la plaza Grau, bastó un minuto del semáforo y se me quedó la imagen.
La historia de los negros en el Perú y el mundo ha sido dolorosa, ¿también es motivo de su pintura?
No. Yo no pinto al negro esclavo, al negro que lo traen en barco, en jaulas de palo. No pinto al negro en su dolor. Pinto al negro que canta, que baila, que toca cajón. No pinto esa carga emocional que tiene su historia, sino su alegría, su vitalidad.
Es verdad, en su historia hay dolor, pero también hay rebelión y los palenques, lugar de refugio.
De estudiante, cuando vi la serie Raíces, de Aldous Huxley, entendí quiénes eran los cimarrones. Incluso he escrito un breve texto, “Cimarrón invencible”, que algunos me animan a publicar. Quiero hacer, por ejemplo, un retrato de Oblitas, el negro que luchó junto a Túpac Amaru. En la historia de los negros no pintaré sus tristezas, sino su lucha, su heroicidad.
Muestra. “Afrodescendientes, identidad y color”, se inagura el 10 de junio. Casa Museo Marina Núñez del Prado, calle Ántero Aspíllaga 300, en San Isidro. 5:30 p.m.