Por: Carlos Páucar
Viernes, 21 de agosto del 2020. La cultura se resiste a bajar la cabeza, a darse por rendida. Ese mismo día se inauguró el 25 Festival Internacional del Libro (FIL) de Lima y también el 24 Festival de Cine de Lima PUCP. Al primero le han sumado el lema “Volvamos a encontrarnos” y al segundo, “En casa”.
No es un simple detalle.
Ambos encuentros se producen en medio de una feroz crisis sanitaria, económica, social. Pese a ello, se decidió llevarlas hacia adelante. Aunque no serán las mismas de antaño.
Estos encuentros eran, años antes, de los más esperados por un público decidido a ejercer su derecho a conocer historias o ideas, a practicar su capacidad de emocionarse, de apreciar la belleza de una película o un libro. Esas actividades se realizan pese a que hay los que relegan lo cultural a lo no indispensable.
“La cultura no es algo accesorio o secundario. Está entre las primeras necesidades de la humanidad. En el contexto que vivimos, postergar el festival o eliminarlo era darle la espalda a la gente que quiere encontrar en el cine, el teatro y otras manifestaciones culturales un lugar que permite hacerse preguntas, reflexionar, porque si hay algo que nos marca hoy es eso, repensarnos, ver dónde flaqueamos como sociedad. El arte y la cultura tienen un rol fundamental”, reflexiona Marco Muhletaler, director del Festival de Cine de Lima.
Y agrega: “Dejar de hacer el festival por la limitación de no verlas en una pantalla grande o no poder reproducir un festival presencial nos parecía que perjudicaba el sentido más profundo del festival”.
No fue fácil recurrir a lo no presencial. El festival de la Universidad Católica tenía un carácter festivo, allí se daban cita los cinéfilos para asistir además a encuentros, verse con gente de cine e invitados. Frente a eso, refiere Muhletaler, se decidió que sea una experiencia distinta.
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“Ahora, el festival se podrá ver desde cualquier punto del país y entendemos que un ticket no significa una butaca, una persona; hoy es una pareja, un grupo de amigos, una familia, por eso el concepto: festival en casa”.
Afirma que el nuevo público que se acerca al festival, en cada región del país, es un triunfo. Lo es además porque en estos tiempos de cancelación de eventos, ausencia de públicos, cierre de instituciones, suspensión de proyectos colectivos, se necesita batallar, ir hacia adelante.
Los directivos de la feria y del festival coinciden en que la virtualidad atrae a nuevos públicos y ya se pone en práctica el formato digital-visual de cara al futuro.
“Lo virtual nos permitirá que en cualquier parte del país se vean las actividades de la FIL. Por eso, nuestro objetivo es que la feria alcance a más personas. Además, lo digital probablemente permanecerá más años”, analiza Pedro Villa, director de Contenidos de la Cámara Peruana del Libro, organizadora del evento.
Opina que la crisis llevó a que la producción de libros tuviera una baja de hasta 85%, como fue en mayo. “Fuimos a la digitalización forzada en la que también estábamos retrasados frente al promedio de la región, que es de un 25%. Acá estábamos en menos del 10% en títulos digitales”.
También en la digitalización de las ventas el panorama no pintaba bien. “Muy pocas librerías y editoriales tenían plataformas de e-commerce, ahora la gran mayoría ya las tiene... En sí, la feria significa ingresos muy fuertes, sobre todo para las medianas y pequeñas empresas del sector editorial, que ya están en situación precaria por la pandemia. A ellos y a todos los seguidores quisimos decirles −al hacer la feria−, acá estamos en medio de todo”.
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Philippe Vergnaud, director general del Grupo Planeta en Perú, concuerda con que en nuestro país “el sector editorial no estaba listo para asumir el cambio tecnológico que la pandemia exigió. La mayoría de las librerías no contaba con e-commerce, no podía vender. La ausencia de ventas obligó al sector a reducir plantillas, planes editoriales y a tomar acciones administrativas para mantenerse a flote”.
Sin canales alternativos de comercialización, dice Vergnaud, en los primeros cuatro meses las ventas de librerías y editoriales “fueron nulas”. Y añade: “Una vez que se reanudó la comercialización por delivery o con aforos limitados, las ventas empezaron a darse, pero no lo suficiente para reactivar el sector”.
Algunas universidades ya habían enfocado una estrategia de transformación digital. Incluso, como afirma Magda Simons, jefa del Fondo Editorial de la UPC, ya “veníamos distribuyendo nuestros libros en plataformas académicas”, aunque muchos estudiantes y docentes “que podían acceder a los e-book preferían el impreso”.
La ‘nueva normalidad’, opina Simons, conduce a hábitos de consumo del contenido digital. Indica que se han replanteado tener libros solo en digital e impresión bajo demanda. “También será importante involucrarse más en el tema de los libros interactivos y transmedia”.
Celeste Asurza Matos, del programa Lima Lee, considera que de los muchos proyectos culturales paralizados, “solo unos cuantos están volviendo a reactivarse lentamente”.
“Estos meses son claves para las editoriales, pues sus mayores ingresos anuales se desprenden de las diversas ferias que se dan en todo el país”.
Lima Lee, de la Municipalidad de Lima, es de los programas más activos, incluso en la pandemia. “En la cuarentena hemos logrado llegar a 230 libros publicados, todos para descarga gratuita, con un alcance de 62.174 descargas registradas hasta julio”.
Y si en Lima la situación empieza a resurgir, en regiones aún preocupa el estado del ecosistema editorial independiente, como sostuvo en un foro digital el editor Ruhuan Huarca Llamoca. “No existe data del sector independiente en el país. Ni siquiera se ha convocado La Independiente, es decir, la feria de editoriales independientes. Y hay más de 10 ferias en el interior del país que eran parte de un circuito alternativo a la FIL, en Ica, Juliaca, Arequipa, Cusco... Algo más, las bibliotecas han desaparecido, en Arequipa la biblioteca regional no existe”.
Huarca LLamoca cree que el Gobierno no está cumpliendo la función de garante de los derechos culturales, no se promueve la bibliodiversidad, no se fortalece la cultura, menos en regiones.
El cineasta Héctor Gálvez también opinó que en las regiones, en el tema de rodajes, no se sabe cuántos han parado, cuántos técnicos dejaron de trabajar, sonidistas, directores de arte, gente de cámara, de luces, de catering, los que hacen movilidad, vestuario... No hay una data, lo que genera incertidumbre.
Pese a lo incierto, hay expectativas. El grupo Yuyachkani, como anunció su fundador Miguel Rubio, alista talleres y su primera incursión en una obra vía Zoom (“la pandemia ha demostrado que es preciso afinar la mirada desde nuestras culturas ninguneadas y sentir la precariedad de la condición humana”).
Lucho Quequezana acaba de presentar su concierto Live, concebido desde Cabina Libre, estudio para el streaming. Y más ejemplos: plataformas como Retina Latina, Perú Lee, Cultura24.tv e Infoartes se consolidan como opciones, incluso para móviles Android o iOS.
En tanto, la llegada del ministro Alejandro Neyra activó el diálogo con diversos actores del sector. Se espera resultados del DU 058-2020, que asigna S/ 50 millones para mitigar la emergencia en los artistas. Y resulta interesante el anuncio del Mincul de adquirir contenidos (libros, películas, música, audiovisuales) para su difusión gratuita.
Por último, vale recordar, como lo hace el músico Kamilo Riveros, a la maestra Chalena Vásquez. “Ella nos hablaba del derecho de las personas a cultivar algún arte y el derecho de los trabajadores de las artes a ser considerados igual de dignos”.
No hay que olvidarlo.
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No hay lectores sin bibliotecas y no hay hábito lector, sino accedemos al libro, dijo el escritor Javier Arévalo ante la Comisión de Cultura del Congreso, que analiza un proyecto de ley que reconoce el derecho a la lectura. Y agregó: “Economía debe saber que los incentivos tributarios no son un gasto, sino inversión para sostener ese ecosistema de escritores, editores, libreros, impresores, correctores, ilustradores, diagramadores, programadores que han trabajado desde la precariedad, los bajos sueldos, el mercado pequeño, pero que han dado nombres de los que el país está orgulloso: Arguedas o Mariátegui, Vargas Llosa o Ventura García Calderón, Nicomedes Santa Cruz o César Vallejo, Alberto Flores Galindo o Basadre”. Planteó que la ley asegure el derecho a la lectura con un servicio universal de bibliotecas públicas, escolares, barriales y municipales; estimular el crecimiento con promoción e incentivos tributarios a la cadena editorial de pequeños productores; fomentar el desarrollo de librerías. Y “que el 2025 ningún niño, niña del país dejará de tener acceso en su escuela a un servicio de biblioteca como del que gozan niños italianos o islandeses, chilenos o chinos”.
Catástrofe y también oportunidad
Patricia Arévalo, directora del Fondo Editorial de la PUCP
Para la cultura, desde el punto de vista económico es una catástrofe. Pero también es una oportunidad, porque la cuarentena hizo que la gente busque espacios culturales que no tenía tan presentes.
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El sector cultural es el que más apoyo necesita. El Gobierno demoró mucho en reaccionar. Con la ministra anterior, el sector estuvo desatendido. Y me apena, porque Cultura debió estar presente en las acciones contra la pandemia; si bien no es un ministerio social debió convertirse en tal, en apoyo y refuerzo de la identidad, de la comunicación.
Relegar lo cultural es de locos. Porque en estos momentos aquello que se conoce como cultura -que abarca muchos temas- es lo que puede levantar nuestra estima, reforzar nuestra identidad, nuestra idea de unidad, de nación. Entramos al Bicentenario con una situación terrible y deberíamos estar poniendo énfasis en lo que somos, de dónde venimos, adónde vamos, con un mensaje de fortaleza y esperanza.
Alejandro Neyra, ministro de Cultura
“Esta Feria Internacional del Libro de Lima es un homenaje y ejemplo que trae la Cámara Peruana del Libro para todos los peruanos, en la medida que es un ejemplo de resistencia y reinvención, en estas épocas tan difíciles”.