La animación stop motion, abanderada por “The nightmare before Christmas”, está siendo festejada como pocas veces tras el estreno de “Pinocho” de Guillerno del Toro. Esta encantadora historia demostró a la maquinaria Disney que una película también cobra vida cuando hay inspiración, pasión y un artista detrás queriendo compartir la magia del cine.
No hay un límite de edad para que una persona abrace sus emociones ni impedimento para que dicho formato aborde temas de adultos sin perder el encanto. Este es el caso de “Mary and Max”, un conmovedor relato sobre seres imperfectos, la amistad y cómo el amor propio es el primer logro para abrazar nuestra felicidad.
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Bajo una narrativa melancólica, la cinta de Adam Elliot nos cuenta cómo una niña australiana empieza a cartearse con un señor con síndrome de Asperger de New York. Su peculiar amistad abarca 20 años y dos continentes de diferencia. Y si bien para nosotros durará 88 minutos, persistirá toda una vida.
Es una invaluable enseñanza de vida para los espectadores que no sabrán si reír, llorar o rendirse a ambos al mismo tiempo. Los personajes son figuras de plastilina, pero lo olvidamos por completo gracias a su complejidad. Están tan llenos de vida y alma que nos hacen creer que esta historia realmente se basó en hechos reales.
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Póster oficial de "Marie y Max". Foto:
Solo la vida puede inspirar el arte de este modo. A cambio, el segundo la inmortaliza, homenajea y dota de poesía. Así es cómo se logran milagros como “Mary and Max” cuyo visionado constituye una experiencia reveladora y emocional en varios niveles para todo aquel que se ha sentido huérfano de amor o como una pieza de rompecabezas perdida.