Si el cine fuera cortejado un San Valentin, “Cinema Paradiso”, la película de Giuseppe Tornatore, sería la mayor declaración de amor que podría haber conseguido. Es un homenaje con el que todo devoto al celuloide se identifica y ve plasmadas sus emociones junto a las bellísimas melodías del compositor Ennio Morricone.
El resultado puede desbordar incluso cursilería, aunque ¿qué podemos esperar de un canto de amor al cine, sobre todo a las salas donde se proyecta? Esos espacios parecen condenados a desaparecer ante la instauración del streaming y estrenos más privados, pero son igualmente honrados con el lanzamiento del filme en HBO Max.
Narra la historia de Salvatore Di Vita, un niño de un pueblecito italiano en el que el único pasatiempo es ir al cine. Subyugado por las imágenes en movimiento, el chico cree ciegamente que las películas son mágicas y crece bajo el cuidado de Alfredo (Philippe Noiret).
Salvatore va creciendo y llega el momento en el que debe abandonar el pueblo y buscarse la vida. Treinta años después recibe un mensaje, en el que le comunican que debe volver a casa, lo cual trae consigo una ola de nostalgia.
Es una película hecha con el corazón. Rebosa encanto, dulzura y reconforta el alma. Una catarsis de ensueño que lamentablemente dura solo 155 minutos, pero que resuena en la memoria tan fuerte como la primera vez. Ya no se hacen así y eso la convierte en un clásico imperdible para todo cinéfilo que se enorgullece de serlo.
Es increíble que evoque todos esos sentimientos, especialmente la nostalgia. Prácticamente salen de la pantalla y nos sobrecogen de inicio a fin. Es imposible no derramar unas lagrimas si eres amante del cine, y mucho menos no terminar con una sonrisa de oreja a oreja. Así como el protagonista, creemos en la magia y que el arte está forjado con el mismo material del que están hechos los sueños.