Por: Zoraida Rengifo
Javier Heraud está en la historia y leyenda de nuestro país. Poeta y guerrillero, murió como lo vaticinaron sus versos: “entre árboles y pájaros”. Sobre su figura, se halla en cartelera La pasión de Javier, filme dirigido por Eduardo Guillot. La película hace referencia, sobre todo, a los últimos años que vivió el poeta peruano cuando incursionó como guerrillero en la selva de Madre de Dios.
Con esta película son dos las que se presentan en simultáneo sobre el poeta, como un juego del destino que lleva a la reflexión sobre un personaje que buscó la coherencia ética y compromiso ideológico hasta con su propia vida.
Stefano Tosso asume el rol principal como Javier Heraud, de la mano de Lucho Cáceres, que hace las veces de Jorge, el padre del poeta. Acompañan además en el reparto Sofía Rocha como Victoria, la madre del vate. La actriz Vania Accinelli, la musa que inspiró sus versos de amor.
La pasión de Javier es un proyecto personal, llevarlo a la pantalla demandó diez años a su director. Tanto es así que en el 2018 estrena primero Caiga quien caiga, que se gestó como una serie para la televisión, pero que terminó por ser su primer largometraje en pantalla. El proyecto de Heraud cedió su turno frente al filme inspirado en el libro del procurador José Ugaz y su lucha contra la corrupción fujimontesinista.
Guillot apuesta por mostrar un cine en donde el contexto político moldee la determinación de sus personajes. Personajes que coinciden entre sí, como el caso de José Ugaz, en Caiga quien caiga, y en este caso Javier Heraud, en jugárselas todas en pro de una lucha ética, idealista y hasta soñadora. Esa insistencia en presentar la heroicidad de sus protagonistas les da una cuota de ingenuidad que por momentos resulta exagerada. Sin embargo, consigue despertar una empatía que lleva al espectador a construir referentes de otra naturaleza.
La pasión de Javier es una película ensoñadora, un derroche de exóticos paisajes y poesía. Interpola entre el momento del joven poeta en la selva con la guerrilla y la historia previa a esta decisión. En este aspecto, hay un cuidado formal muy especial que utiliza como referencia al río para lograr el transcurso del tiempo, que además de ser poético, a través de imágenes, representa con acierto el leitmotiv de la poesía de Heraud y resolución final.
Sin embargo, lo que no consigue sustentar es cómo el joven poeta miraflorino decide cambiar sus versos por armas. Allí una debilidad del filme. Hay un deseo por simplificar, que es constante, y que no ha tenido el mismo cuidado que sus disolvencias. Esto se hace evidente incluso en la construcción de algunos personajes, que no añaden mucho a la historia y de los que se pudo prescindir. La película abarca mucho y poco, pero es sostenible y emociona. Mucha logística, mucho elenco y poca funcionabilidad entre sus elementos.
Resaltamos la interpretación de Stefano Tosso y Lucho Cáceres. Stefano se mete en los zapatos de Heraud y consigue, para sorpresa de muchos, dar vida a uno de los poetas más entrañables de la literatura peruana. Lucho Cáceres, por otro lado, deja sentir la experiencia que lo avala y construye al padre de Javier con sólidas dimensiones y sin una cuota de exageración. La sonrisa de Tosso inunda la pantalla y define a esta ficción en una película que envuelve por su simpatía.
Mención aparte merecen las actuaciones de la recordada Sofía Rocha, Sebastián Monteghirfo, como el joven Vargas Llosa; Tommy Párraga y Óscar Meza, entre otros. Añaden consistencia a la historia, que por momentos pierde en otros personajes menos logrados.
Contradicciones e irregularidades del realizador que se formó con Robles Godoy y en tierras gringas. Guillot no se entusiasma en producir un cine anodino, pretende, por lo contrario, acercarnos a personajes que revolucionaron su época. Invita a dar una mirada por esa ventana que enfoca nuestra realidad lejos del cinismo. Pone en valor la justicia y dignidad. Esto convierte a su filme en una obra valiosa y verla es una necesidad.