La hipótesis de la simulación fue instaurada por Nick Bostrom, profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Oxford (Reino Unido), a través de un artículo publicado en la revista Philosophical Quarterly (2003). En este, nos obligó a preguntarnos si la vida en el universo no es, en realidad, más que un conjunto de bits creados y ajustados por una supercomputadora.
Bostrom propuso que al menos uno de estos tres argumentos era cierto: (1) La probabilidad de que nuestra especie se extinga antes de la era poshumana —un paradigma nuevo y revolucionario del desarrollo, época de conocimientos supremos—; (2) es extremadamente improbable que una civilización poshumana ejecute simulaciones; (3) es casi seguro que vivimos en una simulación por computadora.
El astrofísico Paul Sutter, profesor de investigación en la Universidad SUNY Stony Brook y el Instituto Flatiron en la ciudad de Nueva York, supuso que si las computadoras evolucionan y recrean la química y biología del universo real, la vida falsa sería indistinguible de la vida verdadera u original. En segundo lugar, de acuerdo con sus palabras, la cantidad de cerebros conscientes simulados superaría a los orgánicos.
Para Sutter, quien comparte las ideas de Bostrom, la simulación es un pensamiento filosófico que cuestiona la realidad que experimentamos; algo así como preguntarse si somos el sueño de otra persona o alguien decide nuestro destino desde la sombras, una suerte de determinismo o libre albedrío ilusorio.
Del mismo modo, surge la pregunta de si las civilizaciones avanzadas considerarán moralmente correcto crear vidas artificiales. Inclusive sale a flote el dilema de qué significa tener una vida artificial. O, por lo contrario, podríamos decir que es inevitable llegar a ese punto en la escala evolutiva, aunque no tengamos a la mano una prueba irrefutable.
“En un futuro lejano, por ejemplo, podría haber 99 mil millones de seres conscientes simulados por cada mil millones de seres orgánicos. Eso significaría que hay un 99% de posibilidades de que estés entre los simulados”, resalta Sutter. Sin embargo, esta propuesta se puede falsear con facilidad.
Brian Eggleston, estudiante de pregrado en análisis de sistemas de la Universidad de Stanford, emitió un descargo y descubrió una columna tambaleante en el trilema de Bostrom. Estamos asumiendo que somos la civilización atrapada en una simulación, pero si nuestros descendientes llegan a ejecutarla, entonces diríamos que nosotros no somos los seres dentro de las computadoras. Y las cuestiones se complicarían todavía más, ya que, de dominar esa ciencia, no se descartaría vivir en la simulación de una simulación.
Afiche de El piso 13, una película de ciencia ficción donde una máquina de realidad virtual o simulador lleva a los protagonistas a Los Ángeles de los años 30. Foto: The Thirteenth Floor
Nick Bostrom escribió al final de su artículo que la civilización poshumana tecnológicamente madura ostentaría un poder inimaginable de cómputo. Con base en ese concepto, al menos una de las tres opciones sería verdadera:
Ahora, conociendo esta información, se infiere que:
Las simulaciones o vidas falsas se alejan cada vez más de lo descabellado; no obstante, nadie sabe cuáles son las herramientas para comprobar las hipótesis. Tal vez, más adelante, se echen a la marcha estudios completos sobre la naturaleza humana relacionada a las consciencias artificiales, como las disfrutamos en los videojuegos.