¿Quién fue la única virreina que gobernó el Perú? Levantó murallas en Lima, canonizó santos y enfrentó ataques de Inglaterra y Holanda
Ana Francisca de Borja, condesa de Lemos, asumió el poder del virreinato del Perú en el siglo XVII. Lideró en tiempos de crisis, defendió Lima de invasiones y promovió la santidad de figuras clave de la Iglesia.
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En la historia del virreinato del Perú, marcada por la hegemonía masculina y la supremacía de los virreyes nombrados por la Corona, una figura femenina rompió todos los esquemas: Ana Francisca de Borja. A mediados del siglo XVII asumió la administración del territorio más importante de América del Sur y destacó por su habilidad política, liderazgo militar y compromiso con la fe católica. A pesar de su relevancia, su historia permaneció por años en la sombra de los grandes nombres virreinales.
Gracias a investigaciones recientes y al esfuerzo del Ministerio de Cultura del Perú, el legado de la condesa de Lemos ha sido revalorizado. Además, el trabajo de historiadoras como Scarlett O’Phelan Godoy ha sido crucial para comprender la magnitud de su aporte.

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¿Quién fue Ana Francisca de Borja?
Ana Francisca de Borja y Doria nació el 22 de abril de 1640 en Gandía, España. Proveniente de una familia noble emparentada con la Casa de Borja, se casó con Pedro Antonio Fernández de Castro, conde de Lemos y virrey del Perú entre 1667 y 1672. En 1668, ante la necesidad del virrey de atender una rebelión en provincias del sur, la Corona española le concedió a su esposa el permiso excepcional de asumir el poder.
Su nombramiento fue respaldado por la regente Mariana de Austria, y se formalizó mediante un documento oficial que le otorgaba plenos poderes para dirigir los asuntos políticos, militares y administrativos del virreinato, convirtiéndose Ana Francisca en la única mujer con autoridad total en un territorio de enorme extensión e importancia estratégica en Sudamérica.
Participó en la canonización de Santa Rosa de Lima y otros santos peruanos
Además de sus dotes políticas, Ana Francisca destacó por su fervor religioso. Fue una de las principales impulsoras del proceso de canonización de Santa Rosa de Lima, la primera santa de América. Desde su posición de poder, envió en 1668 testimonios, recopiló milagros y gestionó informes destinados al Vaticano que fueron clave en la aprobación del proceso.
Asimismo, promovió las causas de San Francisco Solano y San Martín de Porres, figuras centrales de la espiritualidad peruana. La virreina se convirtió en una pieza esencial en la difusión de la religiosidad criolla, en una época en la que la Iglesia buscaba ejemplos locales de santidad para consolidar su influencia entre la población del virreinato.
Fue la única virreina que gobernó el Perú
Durante su gestión, Ana Francisca de Borja enfrentó amenazas externas que ponían en peligro la estabilidad del virreinato. Las costas del Pacífico sufrían constantes incursiones de corsarios ingleses y holandeses, por lo que ordenó reforzar las murallas de Lima, reorganizar las milicias locales y mejorar la defensa del puerto del Callao.
Mientras su esposo se encontraba fuera de la capital, ella mantuvo la calma y la disciplina en un entorno marcado por la incertidumbre. Pese a su trascendencia, su legado fue opacado por la historia oficial. Sin embargo, el redescubrimiento de su papel en el siglo XXI ha devuelto a Ana Francisca el lugar que merece como una figura histórica fundamental del Perú. Falleció en Madrid el 23 de septiembre de 1706, pero su memoria resiste en archivos, conventos y murallas que aún guardan el eco de su liderazgo.