Actos de amor y solidaridad en tiempos de pandemia
Valen un Perú. El padre José Luis Calvo, la niña Marsivit Alejo, el vendedor de oxígeno Luis Barsallo y los estudiantes Jacqueline Párraga y Alex Yampis son los otros héroes invisibles que nos deja la COVID-19. Desde el inicio de la emergencia, ellos formaron cadenas de apoyo para no abandonar a quienes se quedaron en la miseria o a quienes necesitan salvar a un familiar enfermo. Estas son sus historias.
Nueva Rinconada, en San Juan de Miraflores, es probablemente la zona más pobre de Lima. Ahí, cientos de familias se quedaron sin alimentos al inicio de la emergencia. La mayoría vivía de lo que ganaba cada día y por ello no tenían ahorros.
Los pocos víveres que habían podido reunir se terminaron rápidamente. Así que desesperadas fueron a buscar al párroco José Luis Calvo, un religioso español que llegó en el 2011, pero que recién en enero de este año fue trasladado a la parroquia Misionera Sagrado Corazón de María, en Nueva Rinconada.
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El párroco supo que debía actuar de inmediato y lo hizo. Difundió la noticia por medio de las redes sociales para reunir víveres y preparar ollas comunes. ‘‘No podemos evitar que mueran de Covid-19, pero sí tenemos claro que de hambre no va a ser'‘, señala el párroco, quien ya ha ayudado a alimentar a más de 8 mil personas.
El padre José se levanta a las 5 a.m. para rezar y una hora después comienza a sonar su celular avisando que ya llegan las donaciones, incluso desde el extranjero. Hay días en que debe atender el móvil hasta la medianoche. Cada llamada es valiosa, pues las carencias son muchas.
Junto con su equipo de 16 voluntarios, el párroco también ha conseguido llevar medicinas y ha cambiado los techos rotos de calamina y triplay de decenas de viviendas. En esta época, el frío, sobre todo en lo más alto del cerro, golpea a las personas.
El religioso sube y baja las empinadas escaleras para conversar con los vecinos y conocer sus problemas de cerca. Corre riesgo de enfermarse, pero no le teme al virus. ‘'Si tuviera miedo, me quedaría en casa y no haríamos nada'‘, señala.
Pequeña gigante
A sus cortos 13 años, Marsivit Alejo es consciente de que en el asentamiento humano 31-B, en Villa María del Triunfo, hay muchas necesidades. También sabe que la situación empeoró con la llegada de la pandemia. Lo primero que ella se preguntó fue cómo podía ayudar a sus vecinos. Y concluyó que lo mejor era buscar donaciones de alimentos para apoyar a más gente y nutrirla al mismo tiempo.
Marsivit lidera una olla común a la que acuden cerca de 150 personas a diario. Ella se hace cargo de la logística: en un cuaderno anota cada detalle de lo que recibe, compra y entrega. ‘'Todo tiene que ser transparente'‘, dice. La menor también hace llegar víveres a otras 15 ollas comunes, aunque su meta a corto plazo es alcanzar 20.
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La adolescente lleva su celular a todos lados: es su herramienta de trabajo y de estudio. El móvil sirve para recibir llamadas de más donantes y también para sus clases escolares, de 2 a 6 de la tarde.
De lunes a sábado, la menor se ocupa de organizar todo y cumplir con sus tareas. En un futuro quisiera ser reportera, actriz y asistente social, para así continuar ayudando a más personas. A ella nada la detiene.
El milagro del oxígeno
Luis Barsallo alcanzó una fama inesperada, luego de conocerse que vendía oxígeno a un precio justo. Mientras otros ofrecían el metro cubico a S/ 60, él decidió mantenerlo a S/ 15.
El Ángel del Oxígeno, uno de los tres que aparecieron en la emergencia, cuenta que de un día a otro se encontró con una cola de cuatro cuadras en su local del Callao. Cientos de personas buscaban el recurso para darles un día más de vida a sus familiares con Covid-19.
Hasta antes de la pandemia, Barsallo tenía un horario de salida, pero ahora trabaja hasta “que se acabe la última molécula de oxígeno”. Él sabe que hay personas que incluso duermen a la intemperie por obtener el bien.
A veces, cuenta, debe vender menos oxígeno a los primeros clientes para que los últimos de la cola no se vayan con las manos vacías.
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En junio, Angelito, como también lo llaman, perdió a su hermana a causa del virus, pero continuó atendiendo a quienes requerían de este bien pese al dolor. Para él, ayudar es reconfortante.
Barsallo ha visto a personas que esperaban cargar su balón y de pronto eran informadas de la muerte del ser querido que querían salvar. Ha sido testigo de muchos dramas y alegrías.
Por su actuar, el Congreso propuso condecorarlo como Héroe de la Salud, aunque para este Ángel del Oxígeno el mejor reconocimiento es tener la oportunidad de ayudar cada vez a más personas necesitadas.
Actos extraordinarios
Jacqueline Párraga y Alex Yampis Daekat no se conocen, pero tienen algo en común: ambos se desprendieron de sus ahorros para ayudar a aquellos que lo necesitaban más.
Jacqueline estudiaba Derecho y mantenía a su hija. A lo largo de cada ciclo juntaba dinero de las ventas que realizaba y pagaba su carrera, sin embargo, cuando llegó la pandemia tomó la decisión de alimentar a personas que encontraba en las calles.
El primer día de la cuarentena, recuerda, salió a hacer sus compras, aunque no encontró nada en el mercado. Así que recorrió los alrededores y halló a personas que solían vivir de la caridad, pero que ahora no tenían forma de alimentarse porque no había nadie afuera.
Al día siguiente regresó con desayunos y horas después con 15 almuerzos, los cuales no alcanzaron. Así que cocinó 20, que también resultaron insuficientes, por lo que luego hizo 60. Gracias a las donaciones que empezaron a llegar pudo preparar 92 raciones de comida cada día. Así empezó una rutina que duró varias semanas.
Cuando los comedores populares comenzaron a reabrir, dejó de cocinar, pero cada semana continuó llevando los víveres que le sobraban a un asentamiento humano en Huaycán, donde algunas personas lloraban de alegría al recibir la comida.
Al igual que Jacqueline, Alex, quien es de la etnia awajún, vio sus estudios y trabajo interrumpidos debido al Covid-19. Tenía ahorrado un poco de dinero para vivir por unas semanas, pero empezó a preocuparse por sus paisanos. Fue ahí cuando lo llamó un amigo para contarle lo que sucedía con 10 compañeros, entonces, él decidió actuar. ‘'Yo me quedé huérfano y crecí sufriendo hambre, conozco la realidad. Me sentí obligado'‘.
Primero compartió lo que tenía. Lo destinó para que sus hermanos awajún y wampis compren víveres, sobre todo aquellos que tenían bebés. Tres días después comenzó a recibir mensajes de diferentes personas que le contaban sus historias. Así que empezó a buscar donaciones en todos lados.
En un inicio, Alex repartía los víveres, aunque sabía que el riesgo de contraer el SARS-CoV-2 era alto, así que pensó que era mejor depositar el dinero a cambio de que le envíen imágenes de los recibos de compra o de los productos adquiridos. En menos de una semana ya sumaban 82 personas las que requerían de comida o del pago de un alquiler.
Alex dice que a la fecha ha podido reunir 80 mil soles y apoyar a 1.258 personas en 17 regiones, además de 40 familias en San Juan de Lurigancho. El dinero ha sido usado para pagar alquileres, comprar víveres, cocinas y medicinas.
Actualmente, el mayor problema de las comunidades awajún y wampis es la dificultad para conseguir medicamentos, señala. ‘‘Se están muriendo los viejos sabios, personas que son protectores del pulmón del planeta'‘.
Sabe que su labor no ha terminado y por ello seguirá haciendo todo lo que pueda para salvar a las personas que son invisibles para los demás.
Más apoyo
Asistencia alimentaria. La Municipalidad de Lima ha lazando la campaña ‘Adopta una Olla’, la cual busca que las empresas privadas donen insumos alimenticios a las ollas comunes de los sectores más vulnerables.
De la casa. La periodista Sandy Carrión es otra persona solidaria que ayuda a las familias más necesitadas de su distrito: San Juan de Lurigancho. Cuenta con el apoyo de sus amigos y colegas.
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