Perú, la pandemia y las pandemias persistentes
Por: Enrique Vega-Dávila. Teólogo y doctorante en Estudios Críticos de Género.
Por: Enrique Vega-Dávila. Teólogo y doctorante en Estudios Críticos de Género.
Los diferentes análisis que podemos leer sobre la pandemia han evidenciado una serie de “desigualdades persistentes”, como llamó Carlos Iván Degregori a las causas-consecuencias del terrorismo en el país. En el Perú, al igual que en muchos lugares del mundo, ha quedado desnudada la precariedad, la informalidad y una serie de dramas que estando ahí, al frente nuestro, habían sido postergadas por el Estado. Una pandemia implica que una enfermedad se extienda fuera de un continente, afectando a todas y todos; no obstante, existen otras brechas que, si bien no son enfermedades, son reales pandemias que destruyen nuestro tejido social y que no podemos seguir eludiendo.
La pandemia de la pobreza
La pobreza, más que un número, es la realidad cotidiana de mucha gente que no solo vive con menos de 10 soles diarios (¡y ahora sin eso!), sino que no sabe si el día siguiente lo tendrán. La cuarentena puede ser sobrellevable cuando se compran víveres para varios días, cuando se poseen los servicios básicos y hasta otros privilegios como una conexión a Internet. Pero esto no es una situación extendida en nuestro país. La pandemia nos está restregando la informalidad laboral -que supera el 70% de la población activamente económica-, la inversión paupérrima en salud, el olvido prolongado del campesinado; a esto se le suma el egoísmo de quienes detentan el poder económico, velando solo por sus intereses, unido al pecado de clasismo que considera a un grupo de peruanas o peruanos como más importantes.
La situación de nuestras hermanas y hermanos es como la del moribundo del poema de Vallejo. ¿En verdad nos acercaremos para extender nuestras manos y decirles que les amamos o seguiremos viendo y permitiendo su muerte? La pobreza es una pandemia, y debemos agradecer toda la buena voluntad de mucha gente que se ha sensibilizado y responde a las necesidades inmediatas para que nuestra gente tenga qué comer. Ese esfuerzo debe mantenerse junto a la denuncia profética de este sistema que quiere “ricos cada vez más ricos, a costa de pobres cada vez más pobres”.
La pandemia machista
Quisiera anotar una situación más, también sumamente extendida. Hace algunas semanas se tomó la medida llamada por alguna gente “pico y placa de género”, las reacciones frente a la medida, ahora ya derogada, fueron de las más variadas, desde quienes celebramos que el Ejecutivo aborde esta situación hasta quienes, en redes sociales, llenaron de publicaciones que parodiaban roles e identidades de género.
La medida fracasó por la misma razón que la impulsó: el machismo; las mujeres en el país siguen sosteniendo la vida familiar con su trabajo no remunerado y asignado como mandato culturalmente obligatorio, pero también vimos cómo la transfobia está tan presente en nuestra sociedad al punto que sus luchas e identidades son motivo de risas y postergación. Pero no basta con mencionar esto, a la fecha han sido registrados 12 feminicidios, más de 200 violaciones sexuales (132 a menores de edad) y más de 15 mil llamadas a Línea 100 por amenaza de violencia y es que muchas mujeres han entrado a esta cuarentena junto con sus agresores. Existen ciertamente albergues instalados, por ejemplo, por la Municipalidad de Lima, pero son insuficientes. La violencia a las mujeres es una bola de nieve que crece a cada momento, pero para algunas personas este hecho es ajeno y lejano. Muchos delitos han bajado durante la cuarentena, pero no la violencia a las mujeres. A todo lo anterior debe añadirse el hecho que una bancada haya pretendido eliminar la paridad y la alternancia en las siguientes elecciones congresales; y es que el machismo, no solo se expresa en violencia directa, sino que es estructural. El coronavirus nos ha enseñado que todas las personas estamos expuestas a infectarnos, pero no debemos pecar de inocentes al pensar que no existen desigualdades que acentúan la vulnerabilidad, especialmente el de las mujeres y de las diversidades.
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Estas pandemias también matan; por culpa de esa inacción frente a estas situaciones nuestra gente “muere antes de tiempo”, siendo sus vidas impedidas a desarrollarse plenamente. Y así como nos han invitado a luchar activamente en contra del coronavirus, es importante que –desde la fe en acción- también tomemos cartas en la lucha contra las pandemias llamadas pobreza, clasismo, informalidad, racismo, machismo, homolesbotransfobia y muchas otras situaciones que han sido invisibilizadas. Es importante hablar de todas estas “pandemias” en nuestros espacios de fe, es fundamental colocarles nombre para combatirlas desde nuestra fe en Dios, que es amigo de la vida.
Al extenderse este virus ha quedado expuesto un sistema económico de muerte, al que le interesa poco la salud o la educación; hemos visto, como dice Judith Butler, cómo unos cuerpos están importando más que otros. Ser conscientes de esto debe animarnos, como seguidoras y seguidores de Jesús, el profeta de la vida plena, a tomar parte en la construcción de la civilización del amor; esto se realiza desde la formación crítica, desde la denuncia, desde el arte, desde la ternura, desde la oración, pero también desde la protesta y la propuesta.
Los nuevos tiempos nos demandan nuevas formas de ser Iglesia, sintámonos invitadas e invitados en este tiempo litúrgico que celebramos, llamado Pascua, a reafirmar nuestro compromiso con aquel Dios que no se encuentra con los brazos cruzados frente a las injusticias. Es, en definitiva, un llamado a quienes nos llamamos cristianas o cristianos, seamos un motivo de esperanza en una sociedad que clama ser cambiada desde dentro. ¡Y la vida vencerá!
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Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.