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Sociedad

¡Reinan, pero no gobiernan!

Los últimos presidentes son fieles seguidores de aquella frase atribuida a Manuel Prado: “En el Perú hay dos tipos de problemas: los que se resuelven solos y los que no se resuelven nunca”

Columna de César Caro
Columna de César Caro

César Caro

Pareciera ser que casi todos los últimos presidentes constitucionales son fieles seguidores de aquella frase atribuida a Manuel Prado: “En el Perú hay dos tipos de problemas: los que se resuelven solos y los que no se resuelven nunca”, por lo que en la práctica se limitan a actuar en función de las encuestas que detectan el humor popular del momento para colocarse en primera fila. ¡Han abdicado al papel de guías y gobernantes, limitándose a dejar pasar el tiempo en tanto el país, al ritmo de la “mano invisible el mercado”, marcha en “piloto automático”!

Es en dicho espacio en el cual debiéramos juzgar el decir del presidente Vizcarra, respecto a que él no es “jefe de Estado”, sino “jefe de Gobierno”, dado que como lo señalan los constitucionalistas en el régimen presidencialista que vivimos es jefe de Estado y jefe de Gobierno, pero cabe preguntarse: ¿Cuál es la diferencia, de haberla, entre ambas acepciones? Podríamos entonces decir que la jefatura de estado se da más en el campo protocolar, en tanto que la segunda es la conducción política del Poder Ejecutivo.

Sin embargo, a la luz de lo que viene ocurriendo en las últimas décadas en nuestro Perú, podríamos decir que prima más el “divide para reinar”, que el “unir para gobernar”, y todo ello en un espacio en el cual casi todas las grandes empresas extractivas, constructoras, de servicios, etcétera, generalmente extranjeras, a lo largo y ancho del país, planifican y se manejan en función a sus intereses empresariales sin permitir la más mínima intervención de ningún sector estatal, obligando a que el “mandatario” de turno, cual monarca, acompañado por las diversas instancias regionales, provinciales y distritales, se limite a esbozar fantasías como el aeropuerto y la universidad propios, entre otros planes que generalmente se diluyen con el pasar del tiempo, en tanto mucho de su tiempo y actividades lo ocupan en mil y un festejos (circo diría), como, por ejemplo, celebrar el Día del Padre, del Maestro, del Empleado Público y otras tantas festividades.

Quizá nuestro presidente Vizcarra debería, más que imitar a Piñera y su exagerado protagonismo en su primer gobierno, emular a Bachelet: durante su gobierno, ella nunca intervino mucho (por no decir casi nada). Así, cubierta de popularidad, logró asumir la posición del soberano, cuya función es representar la unidad de la nación dejando las labores de gobierno a los ministros, que recibieron todos los golpes políticos. Claro está que dicha estrategia exige un equipo ministerial de alta calificación técnica y coordinación interna en los puestos clave.

Eso es algo que casi todos los últimos presidentes han rehuido, prefirieron estar anclados en el pasado sin atreverse a hacer cambios sustanciales o mínimos, dejándose llevar por la inercia económica dictada desde los grandes centros del poder económico, limitándose a gozar el presente sin planificar el futuro, inmersos en la vacuidad y la soberbia del ego personal, que a alguno lo llevó hasta la muerte, dado que como decía Séneca: “El gobierno más difícil es el de uno mismo”.

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