José Luis Rénique: “Como yo lo veo, todos estamos trabajando para que Antauro Humala gane”
El historiador considera que el líder etnocacerista podría tener opciones de llegar a Palacio debido al escaso activismo político de los candidatos limeños en el resto de regiones.
El historiador José Luis Rénique acaba de publicar el libro La Nación radical: de la utopía indigenista a la tragedia senderista, en el que desarrolla los distintos proyectos que han tenido como objetivo -finalmente fracasado- la refundación del Perú. Con un ojo en el pasado y otro en el presente, responde a La República.
— ¿El Perú es un país radical?
— El planteamiento del libro es una provocación a mirar más allá de los marcos republicanos, a tratar de entender al Perú desde sus fronteras y límites, algo que he hecho de una manera limitada. Soy limeño y, tarde ya, comencé a viajar por el país por las circunstancias que se vivían, pero quería que se abriera mucho más esta corriente porque nos cuesta a los nacidos y crecidos en Lima, que hemos estudiado en una universidad de élite, comprender la complejidad, vastedad del país.
— Lo que propone es que las élites radicales buscaban una revolución de base indígena que ayudara a la democratización del país.
— Efectivamente.
— ¿Eso se ha conseguido?
— De una manera gradual, en función de la transformación casi vegetativa del país, con algunos que empujaron, que levantaron las banderas de la izquierda, del radicalismo, de la transformación. Lo que el libro trata de hacer es dar una trayectoria reconocible para ver de qué manera se puede imaginar la comunicad nacional más allá de la promesa republicana que, como sabe, se ha avivado con el bicentenario como un marco conceptual para comprender lo que vivimos, los obstáculos, lo que somos.
— Lo que no somos.
— Así es.
— Lo pregunto porque siempre he leído que el Perú es conservador. ¿Somos radicales y conservadores al mismo tiempo?
— Totalmente de acuerdo. Es más, ahora estamos viviendo en Europa del Este, desde Estados Unidos, expresiones conservadoras y radicales. Para mí la nación radical es básicamente aquella que porta esta combinación de ideas: el referente histórico de largo plazo, la exclusión del patrón de desarrollo capitalista que prevaleció en el Perú y, algo más difícil de agarrar, el anticentralismo, el antilimeñismo, que en situaciones críticas se desata de forma que nos toma por sorpresa a todos porque hemos sentido que, de varias maneras, el país se ha ido integrando. Ahí están las carreteras, por ejemplo. En el ciclo de mi vida, he visto síntomas de integración que me sorprenden cuando viajo por el país, pero este fondo radical indomable es casi como la otra cara de la moneda de la longeva tradición oligárquica que ha prevalecido en el Perú.
— ¿Pedro Castillo puede ser expresión de este radicalismo?
— Por momentos, como también el humalismo. Ollanta Humala, en particular. Ambos casos, para llevar agua a mi molino…
— Tenían discursos anticentralistas, reivindicativos.
— Pero también, montar proyectos políticos coherentes en base a esta tradición radical no es fácil. Está repleto de puñales, de bombas de tiempo. La nación radical es un arsenal al cual recurren los políticos para tomarse cosas prestadas, desde el color de la piel, hasta maneras de hablar. Lo notable es el nivel de politización y de fervor que pueden por momentos alcanzar para luego apagarse. Y muchas veces los primeros quienes buscan apagarlo son los propios protagonistas…
— Que llevaban el estandarte del radicalismo.
— Efectivamente. Es un aporte desde la historiografía. Afortunadamente tengo muy buenos amigos politólogos, sociólogos…
— ¿Pero?
— Pero muchos de ellos pertenecen a la escuela del rational choice y les parece un poco raro este tipo que construye artefactos, constructos como decía Aníbal Quijano para navegar estas aguas complicadas y tratar de llegar hasta el fondo para iluminar las fallas geológicas sobre las que está construida la república.
— Le concedo que tratar de explicar al Perú solamente desde la racionalidad resulta iluso.
— Coincidimos plenamente. Y uno tiene que atreverse un poco.
— ¿Alguien como Antauro Humala podría convertirse en parte de esta tradición radical?
— Sí, podría. Y no solamente por lo que levanta en términos de conflicto racial, o de las provincias frente a Lima, si no por cómo lo ve la gente. Hay un diálogo escondido que no conocemos porque, como es evidente, los políticos de Lima ya no caminan tanto. Se llenan la boca diciendo que recorren el país. Quizás hay un viaje en avioneta, en helicóptero, pero ya no hay una…
— ¿Conexión?
— Tal cual, me atrevería a decir que Manuel Pardo, como bien lo muestran los libros de Carmen McEvoy, tenía una conexión con el país mayor que sus herederos políticos del presente.
— ¿Antauro Humala tiene opciones electorales?
— Bueno, como yo lo veo -y quien me escucha disculpará que hable desde la distancia-, todos estamos trabajando para que Antauro Humala gane, ¿no? El asunto es que habría que tomar en serio su discurso, ponerle contendores políticos, ideológicos, que lo confronten.
— De nivel.
— Tal cual, su discurso está pegado con babas. Tiene una vertiente nacionalista, un lado militarista, su fuente de inspiración es el general Cáceres que es una figura histórica discutible, del cual no solo se desprende esta construcción bastante floja del etnocacerismo.
— Ahora, ninguna de las alternativas radicales que plantea en el libro tuvo éxito.
— No. Efectivamente. Y su fracaso estaba garantizado, además, porque lo que fracasa, para bien o para mal, es la intención de montar proyectos políticos sobre ese caballo desbocado que es la tradición radical.
— Con cierta añoranza, incluso.
— Es fracasada. Julio Cotler lo decía, en estos vaivenes de la vida académica hay una reacción dura contra el estilo de hacer historia política de sociólogos y politólogos. Pero en estos momentos, después de la fiesta del bicentenario, va a haber una búsqueda por líneas fuertes interpretativas. La obligación de los historiadores es esa. No necesariamente hacer erudición. Eso es parte de la vida del académico, pero la erudición per se no lleva a ninguna parte.
— En el epílogo escribe sobre el actual gobierno que “un nuevo proyecto político apela a la tradición radical en su intento por reorientar el curso de la historia del Perú, alejándola de su filiación criolla, en consonancia con su raíz andina”. Y se pregunta: “¿Qué consecuencias dejará esa experiencia para el país?”. ¿Ya es posible empezar a responder?
— Bueno, ya vemos elementos. Para empezar, continúa la vacunación contra proyectos de izquierda en el Perú y eso será, para algunos, motivo de alegría y, para otros, de frustración. Pero cuando se quiebra la posibilidad de que haya un proyecto capaz de absorber este elemento radical endémico y volátil, y a la vez tenemos una derecha tan microscópica y reducida a sus distritos, ya ni siquiera sus provincias, tenemos el peligro de que el animal que venga sobre nosotros sea “la” tradición radical, como tal, ya sin intermediarios políticos. Lo que estamos haciendo es un harakiri constante.
— ¿Qué piensa de Castillo ahora?
— Hubo un momento en que me daba lástima, la verdad, porque se le veía atrapado en una situación de la que no veía salida. Ahora, le han alcanzado un nuevo guion y está haciendo lo que hizo exactamente Ollanta Humala, callándose, no sé si por decisión personal o consejo sabio de un asesor. Mi visión es que la incertidumbre sigue instalada en la vida del país. Es un ciclo que a mí me duele mucho. Por eso este libro tiene un tono de “hasta aquí llegué”. No creo que pueda intentar ver más. Me jubilé hace muy poco como profesor y estoy tratando de pasarlo bien con otros temas históricos que, sin dejar de lado al Perú, me lleven a otras fronteras.