José Luis Rénique: “Si de algo puede servir todo este periodo es que nos podemos mirar al espejo”
Entrevista al historiador y docente, quien analiza las repercusiones que deja la restitución del indulto a Alberto Fujimori, así como el desempeño de Pedro Castillo en Palacio de Gobierno.
La restitución del indulto a favor de Alberto Fujimori, ordenada por mayoría por el Tribunal Constitucional, ha añadido gasolina a una política peruana ya de por sí convulsa. El historiador peruano radicado en Estados Unidos, José Luis Rénique, ofrece una lúcida mirada acerca del momento actual.
El Tribunal Constitucional, por mayoría, ha decidido restituir el indulto a Alberto Fujimori. ¿Qué puede implicar esta noticia para la sociedad peruana?
A la distancia, uno lo que ve es una superposición de estallidos que, aparentemente, no tienen control. Se le ha roto la brújula al país, no hay una dirección política capaz de sintetizar y trazar líneas hacia adelante, no hay un espacio donde se puedan ordenar las cosas y no hay partidos políticos que estructuren la opinión pública. Por si fuera poco, carecemos de una instancia de revisión del pasado cercano y nos tragamos píldoras prefabricadas de lo que pasó…
¿A qué se refiere con una instancia de revisión del pasado cercano?
Escucho mucho la radio y hay un choque cotidiano entre Fujimori, el mejor presidente de la historia, y Fujimori, el asesino que está siendo liberado pisoteando las normas y leyes. Eso es posiblemente la expresión máxima de este desorden al que aludo. No es diferente al debate sobre el cuerpo de Abimael Guzmán, o lo que sucede con las constantes referencias a la libertad de terroristas, desconociendo que existió una comisión de indultos. En un contexto así, sin revisión del pasado cercano, es muy difícil establecer líneas de debate que permitan una discusión…
¿Sensata?
En efecto.
¿La liberación de Fujimori polariza más a un país ya desordenado y polarizado entonces?
Sí, porque vivimos una serie de explosiones en cadena. Hay un juego perverso, en el que lo de Fujimori remite a aspectos no resueltos y a lugares comunes falsos, mistificados, que impiden que se elabore una conciencia política más o menos consensual y razonable.
¿Se le podría empezar a mirar a Fujimori con una mayor indulgencia de la que se le mira ahora? ¿O es muy pronto para eso? Lo digo desde una perspectiva histórica.
Bueno, podría ser, pero el problema es que su dinastía está en el juego político todavía…
¿Y eso impide que la gente observe con mayor reflexión lo que pasó en los noventas?
Por supuesto, eso es lo que hace actual un asunto que podría ya haber pasado. Hay en el Perú, todavía, significativas dimensiones en las que seguimos en la posguerra, un conflicto en el que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo nombrarlo, y en el que Fujimori fue un actor fundamental. Uno prende la radio y se escucha desde acusaciones al juez San Martín hasta comentarios muy desatinados sobre lo que es la autoría mediata.
Lo real es que Fujimori será liberado. ¿Pueden cicatrizar las heridas? ¿O soy muy optimista?
Escuché ahora a Gisella Ortiz que a nadie se le ocurre que alguien debiera morir en la cárcel, ¿no?
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Claro, la sola idea de alguien muriendo en la cárcel es tenebrosa.
Por supuesto. Y Ortiz decía algo más: “No quiero que Fujimori no tenga la oportunidad que mis familiares no tuvieron”. Pero en ausencia de todos los elementos que he mencionado ante, ¿cómo una noticia tan explosiva puede ser constreñida, guiada? ¿Cómo la opinión pública puede recibir una orientación si no hay sintaxis política y emocional?
Comprendo. El discurso es muy desordenado y además las posiciones son adversas, unas de otras.
Todo explota y alcanza un nivel de repercusión que nadie puede medir. Posiblemente mucha gente pueda ser conmovida por la imagen del anciano debilitado y frágil, sin embargo, no hay elementos que le puedan dar a la noticia una dirección, un manejo. Todo se desborda. La peruana es una sociedad que está inflamada, que vive en un permanente estado de sospecha. La otra vez conversaba con un viejo amigo que está escribiendo un trabajo y parte de la conversación era sobre “lo que me van a decir”. O sea, se vive bajo la amenaza del insulto, de la puñalada. A la distancia, es muy chocante. Y ya poniendo las cosas en un plano terrenal, se hace complicado imaginar una discusión política en serio, cómo construir democracia donde la confianza y el respeto mutuo pueden ser encarados con eficacia.
¿Qué piensa de Fujimori?
Que fue uno de los muchos sujetos providenciales que aparecieron en el Perú en el siglo XX y que nuestra mirada de él va a ir cambiando a través del tiempo. En lo más personal, sigue siendo para mí un sujeto enigmático, que fue capaz de tomar decisiones con una frialdad extrema. Alguna vez en una entrevista que le hice a un oficial del Ejército, me dijo que Fujimori tenía más temple y porte militar que Juan Velasco. Ese es el enigma. ¿De dónde sacó esta capacidad para situarse directamente en las páginas más negras de la historia peruana tomando decisiones que no le correspondían? Como civil hubiese podido funcionar como contención, traer un elemento de crítica, de duda. Él se alineó con lo peor del sector castrense y labró el destino que está padeciendo, un destino que no le deseo a nadie.
Sin embargo, Fujimori mantiene apoyo popular. ¿Eso implica que también hubo luces?
Parte de esta frialdad fue tomar decisiones respecto de la gobernabilidad que hubiesen necesitado reflexión sobre implicancias sociales, de moralidad pública, pero que las asumió. Unos lo verán como valiente, otros como insensato. Es, definitivamente, uno de esos personajes en los que el lente del historiador se opaca y hay que constantemente moverlo para ubicarlo. Le admito mi duda y mis prejuicios que podría despejar si me metiera seriamente a trabajar el problema.
Fujimori. "Sigue siendo para mí un sujeto enigmático". Foto: La República
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Le cambio el tema. En la campaña del año pasado, uno de los argumentos que favorecía a Pedro Castillo era que podía representar a quienes nunca habían sido representados. Luego de estos casi ocho meses de gobierno, uno tiene la sensación de que este impulso inicial se agotó, y rápido. ¿Qué piensa de él?
Yo voté por Castillo en la segunda vuelta porque sentí que era un voto por la historia y por mi distancia del fujimorismo. Mi apuesta fue que, en el peor de los casos, íbamos a despejar algunos mitos que tiene en particular la izquierda. Mitos sobre los contenidos de la cultura andina, sobre lo que puede traer el fondo rural, serrano de la política peruana. Necesitamos pasar la página respecto a eso y empezar a mirar al Perú plano, como una unidad, donde las tragedias políticas y morales de las últimas décadas han afectado a todos por igual. Hay que empezar a mirar la política serrana no solo como reivindicación histórica y presente, también como parte de la problemática de la política peruana en general. Lo hemos visto hasta la saciedad con los gobiernos municipales, regionales…
¿Y ahora un gobierno nacional?
Lo vemos ahora con una cantidad de elementos que nos convoca a pensar que las provincias y regiones andinas del Perú llevaron su parte en esta crisis de la República. Hay ahí una supervivencia de elementos autoritarios, gamonales, de patrimonialismo, que tienen que ser vistos con la mayor seriedad, que tienen que ser parte de una conversación que haga una especie de reseteo del país. Yo sé que esto suena a herejía para muchas personas, pero hay que dejar de seguir encontrando al Perú en todas las sangres o en los siete ensayos.
¿Dónde hay que encontrarlo?
Es decir, hay que encontrar al Perú en lo que hemos ido haciendo constantemente y discutiendo cotidianamente, en lo que sucede, sin hacer distingos. Los ronderos buenos, las comunidades sanas y puras… yo creía que todos esos mitos iban a saltar, a salir, para discutir con ellos. En ese contexto, Castillo me parece una persona que está dedicada básicamente a sobrevivir y que ha dejado de representar lo que, por fantasía o por historicismo o lo que fuere, queríamos ver en él y que, ahora, no nos sirve en absoluto para este aclare. En las universidades peruanas, en los grupos intelectuales, nos hemos construido una visión del país sustentada en nuestros escritores, en nuestros ideólogos de los veintes, de los treintas, y es una forma de nuestro racionalismo. Parte de esa mirada ha sido la existencia de una tradición radical, de un fondo regenerador, de una capacidad purificadora que viene del interior del país y no creo que podamos dar la talla para lo que viene en adelante en este complicado mundo arrastrando estos legados. Hay que abrir ventanas, dejar que se vayan las telarañas y empezar a mirar al país como unidad, como un problema de conjunto.
Si me dice que Castillo destapó algunos mitos…
A mí lo que me parece fabuloso y lo que creo que va a ser una parte central de su biografía es lo rápido que frente a nuestros ojos esa imagen congelada se empezó a diluir y lo que aparece es un político de Cajamarca, pero un político de fines e inicios de siglo peruano. Y cuando se empieza a mirar ya no a él y a su sombrero si no a sus sobrinos, a la familia, el cuadro se compone mejor. Ya no es Sabogal, es más Humareda, mucho más contemporáneo, y finalmente todos terminamos más o menos en el mismo plano.
¿Mucho más parecido a lo que hemos tenido en los últimos 30 años?
Exactamente. El diálogo frente a lo que estamos viendo y que podría ocurrir en este país, si no estuviéramos viviendo puramente en la inflamación, podría ser de una enorme riqueza, aunque, insisto, sin remitirnos a esta especie de nostalgia, de mirada retrospectiva permanente que a veces por desviación profesional los historiadores infundimos. Estamos retrasando nuestro salto hacia adelante, el bus de la modernidad y la globalidad nos está dejando en el paradero.
Ahora, el problema no es solo Castillo. Uno no ve por dónde. Hay una oposición -no toda- delirante.
Por supuesto. Si de algo puede servir todo este periodo es que nos podemos mirar al espejo, porque eso que vemos en la televisión, en el Congreso, eso es el país hoy, eso es el Perú hoy. No son los próceres del XIX, no es la promesa de la vida peruana de Jorge Basadre, no es Todas las Sangres. No. Es eso que vemos delante de nosotros. Hoy somos más peruanos que nunca.
¿Es una descomposición? ¿O ya éramos así?
No, no. Se le puede encontrar una lógica a todo esto. Como nación, el Perú se fundó sobre algunas fallas geológicas que siguen vivas y que, constantemente, nos remiten a una situación que la han descrito más de una docena de autores y ensayistas. Desde Abelardo Gamarra, que decía que el Perú era una mazamorra, hasta Julio Cotler que decía que el Perú era un Estado coloidal. Son distintas formas de decir lo mismo. Lo que pasa es que parte de nuestro ánimo colectivo, en contrapunto con esta descripción desesperanzadora que estamos aquí elaborando, tiene el afán por refundar. Un verbo clave en la intelectualidad peruana. Lo que pasa es que la refundación necesita anclas, necesita actores, protagonistas, y bueno, los encontramos en el mundo andino, o en las comunidades, o en los emprendedores, y así nos las hemos pasado. Yo en cincuenta y tantos años de actividad académica tenía los libros hace poco aquí, en mis anaqueles, y era como ver un cementerio de propuestas de lecturas del Perú y ahora estamos donde estamos, viviendo estos terremotos sucesivos que ahora se han juntado por razones que tienen que ver con factores externos y la pandemia, que ha sido la licuadora que ha puesto todo esto en perspectiva.
La pandemia demostró lo que somos. El sueño del crecimiento y todo eso nos explotó en la cara.
Así es. Y eso afecta a todos los sectores de la vida política. La sensación de desfase se experimenta tanto escuchando tanto al señor presidente como a cualquier figura de la oposición. Esto recorre a todo el espectro político.