Por Javier Diez Canseco. Javier Diez Canseco. "Los Torres Caro siempre existen y existirán en movimientos aluvionales sin coherencia programática y principista, donde medran quienes quieren sacar ventajas y acomodarse". Una persistente crisis del sistema de representación política ha marcado la vida política del Perú desde fines de los años 60, cuando insurgió en escena el régimen de Juan Velasco Alvarado, interpelando la vigencia del sistema de partidos configurado en la primera mitad del siglo XX. Desde entonces, hasta el presente, el país ha pasado por reiteradas manifestaciones de la agonía de un sistema político que no logra incluir, expresar o representar a diversos sectores que así lo reclaman, demandando cambios de rumbo. Luego de Velasco y de la restauración de Acción Popular y del Apra en la década del 80, la crisis volvió a evidenciarse con el surgimiento de Ricardo Belmont en la alcaldía de Lima, luego con Fujimori y después con Toledo, los famosos "outsiders". Hoy, el Apra ha ganado –por apenas 2.5% de ventaja en la segunda vuelta– las elecciones a otro "outsider" –que portaba un mensaje reivindicativo y de autoestima nacional–, valiéndose de una importante dosis de votos prestados y de un amplio frente conservador y de derechas tras de sí. Y la pugna por mantener o cambiar el desgastado sistema político actual se agudiza. La lucha política ha ido subiendo de tono. A finales del proceso electoral, Alan García calificó de senderista a Humala. Más allá de otras referencias a que se trataba de un salto al vacío o de una expresión militarista, esta afirmación de García era un nuevo ingrediente. Luego de la segunda vuelta y el apretado triunfo aprista, el vicealmirante (r) Giampietri y Benedicto Jiménez, abiertamente vinculados al proyecto de Alan García, lanzaron la versión de que estaría en curso un plan para un "golpe de Estado" y que Humala debía ser sometido a vigilancia estrecha por los aparatos de inteligencia. Una respuesta a la negativa de Humala de ir a saludar a García que no solo resultaba algo exagerada, sino que no exhibía pruebas. Y luego, aparece en escena el inefable Torres Caro –recordemos su protagonismo televisivo durante el régimen fujimontesinista, cuando acusaba falsamente de asesinato al congresista del Frepap, Javier Noriega, hasta llevarlo, a presión, a las filas del fujimorismo– para "liderar" una corriente escicionista basada en la denuncia a una postura radical y violentista del mismo Humala y sus seguidores. Curiosamente, la denuncia de Torres Caro resulta ser una pieza que ensambla bien en el rompecabezas ya descrito, para desacreditar cualquier protesta social y disuadir cualquier manifestación opositora con la justificación de una necesaria represión para mantener la "gobernabilidad". Torres Caro, que apareció sonriente junto a Humala y García Núñez antes de inscribir sus listas parlamentarias en una conferencia de prensa en la que proponía la unión de las izquierdas a su bloque UPP-PNP, ahora se declara sorprendido por el planteamiento que reiteró Humala al final de la jornada electoral del pasado 4 de junio. ¿Ingenuidad o maniobra? Lo cierto es que la jugada de Torres Caro no nos sorprende. Ya habíamos expresado al propio Humala, más allá de otras diferencias, nuestra indisposición a agrupar fuerzas con elementos como Torres Caro, con cuestionadísimos antecedentes. La vida nos da la razón. Pero lo curioso, y lamentable para el sistema de representación política tan maltrecho que sufrimos, es que la actitud de Torres Caro no solo ratifica la sensación de muchos electores de sentirse estafados por candidatos que rompen compromisos y los abandonan en cuanto pueden, sino que su actitud de transfuguismo es avalada por el Apra que, hace apenas un año (en junio 2005), firmó el dictamen de una reforma constitucional en el Congreso que proponía declarar vacante el cargo de congresista por abandono o renuncia al partido que lo llevó al Congreso. Sonrientes y alegres, los secretarios generales del Apra y connotados parlamentarios saludan hoy la actitud de Torres Caro, en lugar de condenarla, porque, a no dudarlo, prevén así tener más votos en el Congreso para sumar a su propia bancada, que no pasa hoy de 35 electos. Eso es lo que tenemos: la consagración del oportunismo y el pragmatismo político por encima de los principios o la consolidación de las institucionalidades partidarias que el país requiere. Ciertamente los Torres Caro siempre existen y existirán en movimientos aluvionales sin coherencia programática y principista, donde medran quienes quieren sacar ventajas y acomodarse. Penoso pero realista campanazo sobre la necesidad de construir estructuras políticas íntegras y representativas, que rindan cuentas ante la gente de sus actos y cumplan sus compromisos con los electores. Y, ciertamente, una alerta grave sobre lo que podría significar el gobierno de Alan García respecto de métodos políticos y forma de manejar sus relaciones con las fuerzas críticas o de oposición. La primera estafa, la primera advertencia.