“Hace varias semanas me contactó una periodista del Chicago Tribune, a raíz de unas cartas que mandé alertando de la presencia de Jeffery Daniels –pederasta del Sodalicio– en Illinois”, escribió hace unos días el legislador Alberto de Belaunde en su Facebook. Luego de esa primera comunicación que narra De Belaunde, la reportera inició un trabajo de investigación puntilloso que le tomó un tiempo prudencial, consultando diversas fuentes de acá y de allá, además de hablar con varias autoridades. Y lo más importante: ubicó al mismísimo Jeffery Daniels, quien fue jabonoso y evasivo ante Paola Ugaz y este escriba durante el tiempo que preparábamos el libro sobre el Sodalitium Christianae Vitae. A través de una persona que mantenía contacto con Jeffery Daniels, les cuento, le expresamos nuestro interés en conversar con él sobre los terribles señalamientos que existían en su contra. Su respuesta fue un elocuente silencio. Algunos meses después de publicada la primera edición de Mitad monjes, mitad soldados, Daniels me escribió el siguiente correo: “Pedro, me hubiera gustado que me hubieses contactado antes de publicar tu libro. Gracias”. Y volvió a desaparecer, como una exhalación. La dirección electrónica desde la que pergeñó esas líneas era: jdaniels20162016@gmail.com. Por supuesto, fue creada para la ocasión. Porque inmediatamente le extendí, nuevamente, nuestra intención de tener su versión. Sobre el testimonio de “Tito”, quien lo acusaba de tocamientos sexuales. Sobre lo que refirió “Felipe”, quien nos reveló que tanto Luis Fernando Figari como Germán Doig estaban al tanto de los desmanes de Jeffery, así como Alfredo Garland. O sobre el crudo y valiente relato de Álvaro Urbina. O sobre lo que denunció “Tadeo”, quien fue el sodálite que descubrió los abusos de Daniels hacia el interior de la organización, y este se lo comunicó a su superior José Sam, y este a su vez se lo habría informado a Germán McKenzie, y este se lo habría informado a la cúpula (conformada, entre otros, por Jaime Baertl y Eduardo Regal), y luego le habrían dado el encargo a Óscar Tokumura para que haga, si cabe, de “carcelero alcahuete” del pedófilo en San Bartolo. Para que vean que el encubrimiento de Jeffery Daniels fue institucional, y no de solo un par (Figari y Doig), como quisieron vender la historia en la fiscalía los jerarcas del Sodalicio. El enmascaramiento de los crímenes sexuales de Daniels duró tres largos años, hasta que le facilitaron la salida hacia los Estados Unidos, donde reside y fue ubicado por el Tribune, en un suburbio al norte de Chicago, en Antioch, gracias a las gestiones y esquelas del diputado Alberto de Belaunde. Según la prestigiosa publicación, sus periodistas intentaron hablar con Daniels reiteradas veces, y ya adivinarán. Daniels se tornó escurridizo como un pescado. Pero el Departamento de Policía de Antioch también actuó. “Jeffery confirmó que él era el ‘Jeffery Daniels’ al que se hace referencia en las acusaciones de Perú, aunque negó haber cometido algún delito”, manifestó el detective Tom Nowotarski. Daniels no solo desestimó las imputaciones en su contra –como en su momento hicieron lo mismo Figari y Virgilio Levaggi–, sino que volvió a la versión original urdida por el Sodalitium: que el tiempo que vivió recluido en las comunidades sodálites fue porque estuvo recibiendo durante un tiempo tratamiento psicológico (con el psiquiatra Carlos Mendoza) y porque ese período lo dedicó a discernir su vocación, “pues Jeffery estaba considerando el camino monacal”. Esto último, por cierto, era una pastrulada de Figari para disfrazar los delitos de Daniels, y que muchos se creyeron. “(Jeffery Daniels) declaró que después del retiro espiritual, finalmente decidió abandonar la orden y posteriormente se mudó a Estados Unidos”, apuntó Nowotarski en su informe policial. De acuerdo al Tribune, Daniels obtuvo su brevete de Illinois en octubre del 2001 usando un pasaporte norteamericano. Un anuncio en un diario local informó que él y su esposa obtuvieron una licencia de matrimonio el 20 de julio del 2005. Y el propio Jeffery le habría dicho a la policía de Antioch que trabaja en su casa para una compañía hotelera, y su cónyuge les dijo a los investigadores que ella es una maestra jubilada, y que ambos hacen servicio comunitario en su vecindario y en una iglesia católica cerca de donde viven. “No está claro si las autoridades peruanas han iniciado esfuerzos para que Daniels sea extraditado, pero un portavoz del FBI dijo que hay varias formas en que las autoridades podrían tratar de que sea devuelto”, apunta el Chicago Tribune. La pregunta es: ¿Harán algo al respecto las autoridades peruanas?