Estamos a punto de conocer un nuevo capítulo en el mayor enigma conspirativo de la Guerra Fría, el asesinato del presidente John F. Kennedy en Dallas, en noviembre de 1963. Ayer los Archivos Nacionales de Washington liberaron unos 10,000 documentos (2,800 revelados ya) secretos sobre el magnicidio, y la carrera por una nueva versión, o por pulir las antiguas, ha comenzado. La Comisión Warren encargada de investigar lo sucedido concluyó que no había conspiración, sino la iniciativa de una sola persona, Lee Harvey Oswald, asesinado él mismo a tiros horas después del crimen. El veredicto convenció a pocos, y puso en marcha las teorías conspirativas: la URSS, los cubanos, la mafia, o incluso el entonces vicepresidente Lyndon Johnson. Probablemente el mundo espera que una de esas conspiraciones salga a la luz, con pruebas y todo. Pero hoy el cálculo de varios especialistas en el tema es que los nuevos documentos revelarán una conspiración, pero muy distinta de las manejadas hasta ahora. Es decir no el complot para guiar la mano de Oswald, sino un operativo para hacer control del daño producido. Philip Shenon adelanta en The Guardian que los documentos secretos no han estado ocultando una conspiración, sino un encubrimiento: los servicios de seguridad de los EEUU conocían de antemano y bien el objetivo y la peligrosidad de Oswald, pero manejaron todo el asunto con torpeza. Hubo, pues, una conspiración. Pero después del hecho, y del otro lado del mostrador. Pero las teorías conspirativas pueden ser resistentes a los argumentos. La explicación de que la CIA y otros simplemente hayan querido cubrir sus espaldas ocultando su ineptitud no va a satisfacer a muchos. En un caso así la línea entre la ineptitud y la complicidad es sumamente delgada, y se presta a un nuevo ciclo de suspicacias. Por lo pronto las revelaciones sobre lo que los encargados del seguimiento de Oswald sabían también pueden ser revelaciones adicionales sobre los movimientos de Oswald mismo. ¿Conoció la Comisión Warren esta parte de la documentación? No descartemos que una parte importante de los miles de libros sobre la muerte de Kennedy tenga que ser reescrita. Lo más probable es que los nuevos documentos en el fondo refuercen las viejas teorías conspirativas, añadiéndoles algunos sesgos.