Hace pocos años era muy sencillo explicar por qué la prensa era un tabladillo para cortinas de humo y artimañas. Terminó siendo visible, incluso, el caminito putrefacto que unía a la salita del SIN con los maletines, los dólares y la ceguera comprada o forzada de la prensa. Un personajillo oscuro y maquiavélico hacía que las vírgenes lloren y que la prensa se olvide de corrupciones y matanzas. Aun así, periodistas valientes lograron abrirse paso con la verdad y poner luz sobre tanta miseria. La pregunta es: hoy que Vladimiro está preso… ¿quién es el culpable de que Korina Rivadeneyra sea noticia hace un mes? Dudo que algún cabrón gaste su tiempo (y su dinero) exclusivamente en urdir complots contra la prensa, contra la libertad y contra el exorcismo de nuestra realidad. Hay, qué duda cabe, interesados, mercantilistas, sicarios y demás insectos; sin embargo, no creo que sea solo eso. Hay también una situación ridícula de pachocha que ha tomado por sorpresa a muchos (me incluyo en lo que toque). Hoy no hay una mente maligna y mal intencionada conduciendo a la prensa hacia un abismo. Creo que, en muchos casos –no en todos, como siempre–, lo que hay es una suma de muchas buenas intenciones en silencio. Las buenas intenciones y los principios en silencio sumados dan cero. Si es que no estamos dispuestos a preguntarnos en qué momento Korina Rivadeneyra se convirtió en más importante que Odebrecht no solo tendríamos un problema de categorías y prioridades. Sino que nos habríamos colocado en la misma situación en la que estuvo la prensa en los 90. Solo que esta vez por flojera. Por miedo. Por comodidad. Cien buenas personas en silencio le hacen el mismo daño al país que un hijo de puta hablando. A estos últimos queda poco por decirles. Pero a los que de verdad creen en el futuro: ¡hablen, griten! El Perú los necesita.