Ariel Castro apareció colgado en su celda días después de haber recibido una sentencia de cadena perpetua por el secuestro y violación de tres jóvenes de Cleveland, Ohio, durante diez años consecutivos. En pleno juicio salieron a la luz detalles tenebrosos de su vida.Estados Unidos,Eduardo Suárez El Mundo. PAL. Ariel Castro no dejaba entrar en casa a cualquiera. Pero hace unos años invitó a pasar a su amigo Tito DeJesús, al que acompañaba al bajo en varias bandas latinas y con el que había entablado lo que parecía una relación de amistad. Al pianista le cambiaba la cara hace unos meses al recordar el día en el que pasó unos minutos curioseando entre los instrumentos musicales de su amigo sin saber que escaleras arriba se encontraban Michelle Knight, Amanda Berry y Gina DeJesús. "Yo estaba a punto de mudarme y le había vendido a Ariel mi lavadora, mi secadora y algunos trastos y aquel día me había comprometido a llevárselos", decía el músico, que no guardaba relación de parentesco pese al apellido con la víctima más joven del secuestrador. "Dejamos la lavadora y la secadora en la puerta y le ayudé a meter en casa lo demás. Estuvimos hablando de música y llegó a decirme que me quedara a tomar una cerveza y a charlar. No pude quedarme porque tenía un concierto. Pero es sorprendente que quisiera que me quedara. Espero que lo hiciera porque tenía confianza conmigo. Dios quiera que no fuera por otra cosa peor". Arriba vivían desde hacía una década Amanda, Gina y Michelle sin despertar las sospechas de un barrio puertorriqueño donde todos los vecinos se conocen y donde Castro era una persona muy popular. Algún vecino dice ahora que percibió detalles extraños en su conducta y vio mujeres desnudas en el jardín. Pero las autoridades aseguran que no registraron ninguna denuncia durante los años en que las jóvenes permanecieron retenidas como esclavas sexuales. Al principio Castro encerró a las chicas en el sótano. Pero luego cada una vivía en una habitación en la que su captor le introducía la comida por un agujero y de la que sólo salía en una ocasión excepcional. El secuestrador obligaba a sus víctimas a celebrar el aniversario de su rapto con una tarta de cumpleaños y las apaleaba si percibía que habían intentado escapar. "Nadie imaginó que fueran los Castro porque parecían muy santitos", decía en mayo la afroamericana Chiara (19 años), que vive junto a la casa de Gina DeJesús. El secuestrador se dejaba ver en las barbacoas de sus vecinos pero nunca organizaba una en su jardín, donde dejó crecer los arbustos y colocó una lona negra para mantener a salvo su harén de la curiosidad del vecindario. El perfil de Castro no pasó del todo inadvertido entre sus familiares más cercanos. Su hijo Ariel 'Anthony' explicaba en mayo que varias puertas de su casa estaban protegidas por candados y su hija Angie contaba que nunca hacía noche fuera de casa y siempre tardaba mucho tiempo en abrir la puerta principal: "Un día le dije que me gustaría volver a ver la habitación donde me crié y enseguida me disuadió diciendo: 'Es mejor que no subas. Hay tanta basura ahí arriba…'". “LA HIJA DE MI NOVIA” Una imagen permanece grabada desde mayo en el cerebro de Angie: la foto de la niña que su padre le mostró en su teléfono móvil durante una de sus visitas. "¿A que es una nena bien guapa? Es la hija de mi novia", recuerda que le dijo para esconder su identidad. Lo que no le dijo Castro es que la niña se llamaba Jocelyn, era su hermanastra y había nacido en una piscina hinchable en las Navidades del año 2006. El secuestrador estuvo presente durante el parto y obligó a Michelle Knight a ejercer de comadrona. Un detalle doblemente cruel si tenemos en cuenta que la joven había sufrido varios abortos provocados por el sadismo de su agresor, que dejaba de alimentarla durante días y golpeaba su tripa para asegurarse de que los fetos morían antes de nacer. La casa donde estuvieron retenidas las jóvenes era un edificio de madera que Castro compró por 12.000 dólares en 1991 y que fue demolida hace unos días con una orden judicial. El tejado estaba forrado con tejas y en mayo aún era posible ver una bandera de Puerto Rico colgada en el porche y un águila metálica en el frontón. Alrededor había algunas casas abandonadas entre una espesura de arces y otras habitadas por hispanos que por las tardes cortaban el césped o se sentaban a charlar en el jardín. Al vecindario todos lo llaman Seymour y su apodo evoca mucho más que el nombre de esta avenida flanqueada por una iglesia luterana y una gasolinera de la que los borrachos salen con cervezas envueltas en bolsas de papel. "Aquí nos conocemos todos por el nombre de pila y por eso nos hemos quedado de piedra al saber lo que estaba haciendo Ariel", decía en mayo su amigo Tito. "Los Castro son una familia muy conocida. Esa tienda de ultramarinos de la esquina tiene mucha solera y está regentada desde hace muchos años por un tío de Ariel. Muchos van a menudo a hacer la compra de la semana o a pedir dinero prestado. Mi padre solía ir por las tardes a la trastienda para ensayar y beberse tragos de ron". LOS ORÍGENES Al igual que otros miembros del clan, el padre de Ariel Castro llegó a Cleveland desde la aldea de Yauco unos años después de la II Guerra Mundial. Quienes le conocieron cuentan que le faltaba un brazo y que a menudo decía que se lo había arrancado un tipo con un machete durante una pelea en su isla natal.