La mujer clave en la vida del papa Francisco: le enseñó de política y fue asesinada por la dictadura de Argentina
La vida del papa estuvo marcada por su amistad con Esther Ballestrino, una activa defensora de derechos humanos, quien influyó profundamente en su pensamiento y compromiso social.
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Tras el repentino fallecimiento del papa Francisco, diversas personalidades del mundo se han pronunciado para expresar su pésame. Jorge Mario Bergoglio había estado más de un mes hospitalizado en el Policlínico Gemelli de Roma debido a una infección respiratoria, por la cual recibió el alta médica el pasado 23 de marzo.
Tras el fallecimiento del papa Francisco, se han revelado aspectos poco conocidos de las personas que marcaron su vida y lo acompañaron en su camino hacia el pontificado. Una figura clave en su formación humana y principalmente política fue Esther Ballestrino, una paraguaya y activista de derechos humanos, a quien Jorge Mario Bergoglio consideró una amiga entrañable y una influencia determinante.
¿Quién fue Esther Ballestrino, la mujer clave en la vida del papa Francisco?
Antes de acercarse profundamente a la vida religiosa, el papa Francisco entabló una estrecha amistad con Esther Ballestrino de Careaga, una mujer que influyó notablemente en su pensamiento. Durante aquellos años, Jorge Mario Bergoglio aprendió de Ballestrino valiosas lecciones sobre política, justicia social y compromiso con los más necesitados. A pesar de los caminos distintos que tomaron, ambos mantuvieron una relación cercana a lo largo del tiempo.

Ana María, hija de Esther Ballestrino junto al papa Francisco. Foto: Difusión
La estrecha amistad entre Bergoglio y Ballestrino solo se vio interrumpida por la brutal dictadura militar de Jorge Rafael Videla en Argentina. Tras haber ocultado juntos una biblioteca comprometida, Ballestrino fue detenida por el régimen apenas seis meses después. En diciembre de 1977, su cuerpo fue hallado tras haber sido víctima de los llamados "vuelos de la muerte". Años más tarde, en un acto cargado de simbolismo y memoria, el entonces cardenal Bergoglio —ya convertido en papa Francisco— le rindió homenaje con un entierro digno en 2005, honrando así el legado de quien fue una guía y una amiga incondicional.
El papa Francisco, mantuvo siempre en su despacho de la Casa de Santa Marta, en el Vaticano, un retrato de Esther hasta el final de sus días.
En palabras de Francisco: "Era una mujer extraordinaria, la quería mucho".

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¿Cuál fue la lucha de Ester?
En septiembre de 1976, seis meses después del golpe militar encabezado por Jorge Rafael Videla, Argentina vivía una feroz represión con secuestros y desapariciones forzadas, dirigidas principalmente contra militantes comunistas, peronistas y socialistas. En ese contexto, Esther Ballestrino de Careaga buscaba al esposo desaparecido de una de sus hijas, acompañando a familiares de otras víctimas para presentar hábeas corpus y exigir respuestas. El 13 de junio de 1977, la dictadura secuestró a su hija Ana María, quien entonces tenía 16 años y estaba embarazada de menos de tres meses.
A partir de ese momento, Esther y otras mujeres comenzaron a reunirse y organizarse. Así nació Madres de Plaza de Mayo, una organización que convirtió el dolor en lucha colectiva. “Las madres hicieron de la desaparición y la ausencia una presencia permanente", afirma. El papa Francisco, en su autobiografía, expresó su admiración hacia ellas: "A una madre que ha sufrido lo que sufrieron las Madres de Plaza de Mayo, yo se lo permito todo. Puede decir lo que quiera, porque el dolor de esa madre es inconcebible".
Durante casi cuatro meses de desaparición forzada, Ana María fue sometida a brutales torturas en el centro clandestino de detención conocido como "Club Atlético". “Me llevaron a un lugar que llamaban Quirófano. Era una sala de tortura”, relató en un documental de Huella Digital. Allí fue atada desnuda a una mesa metálica y sometida a descargas eléctricas. Recuperó su libertad el 30 de septiembre de 1977, con un embarazo de casi siete meses. Tras su liberación, su madre, Esther Ballestrino, decidió proteger a sus hijas, primero enviándolas a Brasil y luego a Suecia, donde nació su nieta Anita.
Sin embargo, ni Esther ni su esposo Raimundo abandonaron Argentina. Pese a haber huido décadas antes de la dictadura en Paraguay, Ballestrino eligió quedarse y seguir luchando contra la represión, decisión que tiempo después le costaría la vida. En ese contexto, recurrió a su antiguo amigo, el sacerdote Jorge Bergoglio. “Che, ¿podés venir a casa? Mi suegra está mal y quiero que le des la extremaunción”, le dijo por teléfono. Aunque la excusa le pareció inusual, Bergoglio acudió. Al llegar, comprendió que lo que Esther buscaba no era un rito religioso, sino ayuda para esconder libros de contenido político, ya que su casa estaba bajo vigilancia.