Leonardo Padura: “Mario Conde me sirve como juez”
El escritor cubano es un invitado de la FIL Lima. Presentará Agua por todas partes, un libro que recoge crónicas y artículos. Aquí nos habla de su personaje policial y de música.
En su libro Agua por todas partes (Tusquets) dice que en La Habana crece un ruido que se llama reguetón. Confiesa su pertenencia a la isla de sus amores (encontrados), vive en la misma casa donde nació y donde ha escrito toda su obra. El escritor cubano Leonardo Padura, el creador de Mario Conde, ese investigador que, paradójicamente, es un antipolicía.
Usted ha dicho que el escritor no es un país, sino una ciudad.
Sobre todo el novelista. El novelista pertenece a una ciudad porque hay toda una serie de relaciones, comportamientos, formas de hablar, entender y vivir la vida, de acumular sensaciones y manera de relacionarse con la realidad que depende mucho de ese lugar al cual uno pertenece. A la hora de contar historias, todo esto es importante.
En 1989, mientras derruían el muro de Berlín, usted concebía a Mario Conde, su gran personaje policial.
Empecé en esa época, por supuesto que no tuvo nada que con la caída del muro de Berlín. Fue una coincidencia. En ese momento yo sentí que podía y necesitaba escribir esa novela, Pasado perfecto, donde apareció por primera vez Mario Conde. Yo había estado seis años trabajando en un periódico que me llevaba todo el tiempo, pero allí aprendí estrategias narrativas. Fue una coincidencia, cayó el muro de Berlín y Cuba se quedó en crisis. Tuve la suerte de publicar esa novela en México, en 1991. Allí empieza otra historia, no pensé convivir con un personajes tantos años.
Usted plantea un policial muy peculiar en la isla. Había la llamada novela policial revolucionaria.
Yo quería hablar de mi realidad. Para hablar de mi realidad tenía que optar por un perspectiva que tuviera un punto de vista crítico con respecto a lo que ocurría. No me interesaba escribir las novelas que estaban escribiendo los otros escritores cubanos, que eran novelas muy correctas ideológicamente, pero muy incorrecta literariamente. Por eso decidí hacer un cambio. Lo primero que hice fue cambiar el personaje protagonista. Mario Conde, un personaje que tiene muchas contradicciones con su momento, con su sociedad, con su propia vida. Bastante existencialista, con una visión entre melancólica y pesimista de la realidad. Esa característica de él hace que sirva como juez para mirar la realidad. Existe otro elemento muy importante, tenía que ser policía porque no era verosímil escribir una novela policiaca en Cuba con un tipo que anda por la calle e investigue un crimen. Tenía que ser un policía, pero lo que me salió al final fue un antipolicía.
Música
En Agua por todas partes usted parece no aceptar la impronta de los tamboritos andinos en los años 70.
A ver. A finales de los 60, 70, surgió un movimiento musical que llegó al Caribe que se llama salsa. Escribí un libro de entrevistas, que se va reeditar el año próximo, con prólogo de Rubén Blades. Todo este movimiento no tocó a Cuba, porque Cuba se cerró, pues mucha gente pensaba que la salsa era una manera de sustraer la tradición cubana, y estaban equivocados. La salsa parte de patrones musicales cubanos, pero los enriquece, los moderniza en realidades que son diferentes como es la realidad del latino en Nueva York. Entonces, en esa época, en Cuba, un país donde no se caracteriza por los tamboritos sino por los tambores, el elemento cultural andino, para nosotros, queda muchos más lejos que el elemento cultural africano.
En Nueva York se entrevistó con el mítico Mario Bauzá, creador del latin jazz.
Estaba predestinado. Había un bar que se llamaba La Catedral en Harlem, a 30 metros del departamento donde vivía Mario. Allí me citó en el año 92. Bauzá era un hombre que acerca a los músicos cubanos y músicos norteamericanos para crear el bebop y él crea el latin jazz. Yo quería entrevistarlo, sabía que Mario estaba viejo. En Cuba nadie hablaba de él. Se había ido de Cuba en los años 20. Cuando publiqué la entrevista le puse “Conversación en La Catedral”.
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Se prestó de Vargas Llosa.
No, el nombre estaba allí (risas).
¿Y cuál es su relación con la obra de Vargas Llosa?
Mira, estoy escribiendo una novela, Los fragmentos del imán, que trata de la diáspora cubana. Ya tenía la historia completa, pero tenía unos problemas con el paso del tiempo. Hacia adelante, hacia atrás, intermedio y el principio. Lo que hice fue lo que hago cada vez que voy a escribir una novela, volver a leer Conversación en La Catedral. La solución.
Es su Biblia...
La habré leído diez veces, y cada vez que la leo descubro estrategias narrativas que me revelan posibilidades de escribir y contar y estructurar una historia. Vargas Llosa es un gran maestro de los escritores contemporáneos latinoamericanos en la creación de estructuras. O en las manipulaciones del lector, como hace en La guerra del fin del mundo, en donde tú, así hayas leído la novela, siempre piensas que los rebeldes de Canudos pueden ganar esa guerra. Es un acto de manipulación brutal del lector que solo puede hacerlo un gran escritor como Vargas Llosa.
Es su maestro.
Es uno de los grandes escritores del siglo XX. Yo tengo un pequeño altar donde tengo cinco autores: Vargas Llosa, Rulfo, García Márquez, Carpentier y Fernando del Paso. Yo creo que esos son los cinco escritores latinoamericanos que me han enseñado a escribir. Y también Manuel Vásquez Montalbán, que me enseñó cómo se escribe una novela policiaca no solamente para contar un crimen sino para contar una realidad.
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¿Y quién le enseñó a bailar? ¿Celina y Reutilio, Celia Cruz?
Ni siquiera mi esposa Lucía ha podido enseñarme a bailar. Es muy buena bailadora, pero yo no sé bailar.
Usted es un especialista en salsa...
Claro, pero no sé bailar. Eso es así. El problema es que en Cuba hay dos maneras de bailar: bien y mal. Si bailas bien, no hay problema, pero si bailas mal, lo mejor que puedes hacer esconderte, no bailar.
Y si escucha cantar a Benny Moré, ¿se anima a cantar un bolero?
No, cantando soy peor. Ahí sí me mando a correr.
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El dato
Conversatorio. “El relato policial en América Latina”. Participan Leonardo Padura y Fernando Ampuero. Sala Ciro Alegría. Hora: 6 p.m. Organiza Cámara Peruana del Libro.
Yo pertenezco al barrio de Mantilla
-Usted está anclado en Mantilla, en la misma casa donde nació.
-Sí, como no salir del círculo. Yo vivo en la casa que mis padres construyeron en 1954 –yo nací el 55–. En esa casa he vivido toda mi vida, pero, por supuesto, esa casa ha cambiado bastante. Yo vivo en lo que era la azotea de la casa de mi padre, donde he hecho un departamento y vivo allí hace mucho tiempo con Lucía, mi esposa. Ahí, en esa casa aún vive mi madre, de 92 años, y ahí he escrito toda mi obra. Yo te hablaba que pertenecía a una ciudad, te lo fundamentaba, pero ahora te digo que es mentira. Yo no pertenezco a una ciudad, yo pertenezco a un barrio, Mantilla, donde yo soy siempre la persona que soy. Sigo siendo el hijo de Leonardo, ‘Nardo’, mi papá, y Alicia, mi mamá.