Genio. A pesar de que hoy se cumplen 25 años de su muerte, el legado del ‘Cantante’ sigue retando al tiempo, demostrando que su música no tiene fecha de vencimiento.,Desde 1993 en adelante, todos los 29 de junio se han convertido en una fecha histórica e inolvidable para los amantes de la salsa. Para aquellos que alguna vez deliraron con esa voz de tenor de esquina. De ese Juanito Alimaña nacido en la Calle Luna y Calle Sol. De un cantante cuyo legado sigue retando al tiempo, demostrando que su música no tiene fecha de vencimiento. Sí, hoy se cumplen 25 almanaques de la muerte de Héctor Lavoe, la leyenda, quien un año antes de pasar a mejor vida y gozar de la dicha de Dios, arribó al Perú para ofrecer cinco apoteósicos conciertos en la recordada Feria del Hogar. Dicen que entre el 5 y 10 de julio una atmósfera mágica envolvió las frenéticas presentaciones del cantante. Más de un fanático hubiese asesinado el reloj para que no terminara nunca ese sueño de verlo ahí, tan cerca, tan real. PUEDES VER Maluma bailó al ritmo de Héctor Lavoe y recibió críticas por detalle [VIDEO] Cuentan que el sonero boricua desmintió un mito que se hablaba de él. El de llegar tarde a sus actuaciones. Héctor Lavoe, en Lima, subía religiosamente a la tarima a las 8 de la noche. No sin antes cumplir con un ritual: rezar por espacio de cinco minutos y tomarse unas cañitas de ron Bacardi. Luego de su recital, un carro guinda lo llevaba al Hotel Sheraton donde le tocaba hospedarse. En Lima, a Lavoe tuvieron que cambiarle el ropero. Pues erróneamente pisó suelo patrio vistiendo una camisa floreada, pantalón blanco y lentes oscuros, al mejor estilo de Sony Crockett, el personaje principal de la serie Miami Vice. Él se imaginó un clima tropical, pero se encontró con una realidad muy fría. Era invierno y la temperatura oscilaba entre los 15 y 16 grados. Por eso se le tuvo que comprar seis polos afranelados y la misma cantidad de casacas. Alojado en una suite del Sheraton, ‘El cantante’ sufría de aburrimiento. Pues él quería conocer Lima y para ello se refugió en los brazos de su gran amigo Hugo Abele Maldonado -quien también goza de la gloria de Dios- para recorrer los principales barrios de nuestra capital y del primer puerto. Lavoe probó por primera vez el cebiche en el restaurant El Francesco, en el Callao, aunque más le gustó la parihuela. Estuvo en La Punta y también conoció la isla de San Lorenzo. El cantante que nunca exhibió una pizca de arrogancia y profesaba la santería, también visitó los cementerios El Ángel y el Presbítero Maestro. De tanto caminar por este campo santo se topó con una imagen de yeso de San Martín de Porres. Tanto le gustó que no dudó para meter la mano al bolsillo y comprarla para llevarla a Puerto Rico. Héctor Lavoe tenía un niño grande, porque reía y gozaba como tal. En su habitación de la casa de la familia Maldonado, Héctor Lavoe se echaba en la cama y no se perdía ni un capítulo del ‘Chavo del 8’ y el ‘Chapulín Colorado’. Quizá nos duela escribir estas líneas, pero Héctor Lavoe, en Lima, también desfiló una conducta autodestructiva. Entre ron, marihuana y cocaína. Y también presagió su muerte, pues a uno de sus más grandes amigos le dijo: “Yo voy a morir pronto, pero lo voy a hacer como los grandes”. Y así fue: porque a la muerte la encontró un 29 de junio de 1993 en Nueva York, casi en el olvido, incomprendido, sin que nadie se compadeciera de su pena. Héctor Lavoe no ha sido beatificado, pero para el salsero lo ve como ese santo que ha hecho posible que su legado siga retando al tiempo, demostrando que su música no tiene fecha de vencimiento.