El peruano que ayudó a George Washington
Historia. Francisco de Bodega y Quadra había nacido en Lima y comandaba la escuadra española. Proveía de armas y pertrechos a los rebeldes americanos.
Por: Eduardo González Viaña
Cuando las autoridades inglesas abordaron su barco en altamar, lo encontraron vacío y el capitán peruano dijo que todo lo transportado era un cargamento de biblias que ya habían sido entregadas a los devotos habitantes de Filadelfia.
Se trataba de Francisco de Bodega y Quadra (1744 -1 794). Había nacido en Lima y comandaba la escuadra española. Después de explorar el noroeste de América, se había convertido en el amigo de George Washington que proveía a los rebeldes americanos con armas y pertrechos.
En vez de cargar el libro sagrado, nada más en el primero de sus viajes hacia la Norteamérica insurrecta en 1776, transportó cincuenta cañones de bronce de veinticuatro libras, veinte mil granadas, diez mil fusiles, diez mil bayonetas, doscientas mil balas, cien mil paquetes de pólvora, diez mil tiendas de campaña y cinco mil uniformes militares.
Era evidente que estos bienes castrenses superaban el peso y la envergadura de las páginas luminosas del Éxodo y el Apocalipsis, pero las biblias eran la coartada idónea del marino subversivo.
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Bodega y Quadra estaba apoyando con armas, pertrechos y una flota de ocho embarcaciones a los patriotas norteamericanos que comandaba George Washington alzados contra la poderosa artillería inglesa que pretendía reprimirlos.
Algo más: de comprobarse sus acciones, nuestro compatriota habría sido colgado como pirata y terrorista, debido a que, a pesar de ser oficial de la marina española, había tenido que desvincularse de la misma por un tiempo para evitarle a España conflictos internacionales.
La Norteamérica insurrecta buscaba su independencia respecto del poderoso imperio británico. Por ello, Bodega cumplió con su tarea revolucionaria y fue incluso recibido por el Congreso insurgente de Filadelfia.
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Esa no era sino la culminación de las hazañas del marino peruano. Antes, había explorado el océano Pacífico y las costas de los actuales estados de California, Oregón y Washington para descubrir y fundar una ciudad que se denominó Bodega en su nombre y que, según las actas correspondientes, se constituyó con cien indios peruanos. Ese puerto se llama hoy Vancouver y es el más importante de la actual Canadá.
La exploración del lejano oeste de los Estados Unidos fue toda una epopeya. Había sido iniciada por España al tener conocimiento de que el imperio ruso estaba ingresando en territorios reservados para españoles y que, incluso, había establecido relaciones con las tribus indígenas de esas regiones.
La exploración científica era el pretexto que cubría una visita a esos territorios. Obviamente, aquello no fue fácil porque el navegante rastreó el norte y tuvo que enfrentarse con un clima hostil, una epidemia de escorbuto y, sobre todo, la carencia de mapas que él proveería más tarde con sus propios esfuerzos.
Bodega y Quadra era limeño y había nacido en la casa cuya dirección actual es Áncash 213, donde funciona hoy el museo colonial que lleva su nombre.
Sello postal. De Francisco de Bodega y Quadra. Oficial hispano-peruano de la Armada española.
En marzo de este año, va a presentarse allí un libro inspirado en las hazañas de Bodega y de otros viajeros hispanos, que ha sido editado por el Instituto de Cultura Oregoniana (ICO) y la Universidad Western Oregon.
¿Qué pasó después con el marino peruano? Para evitar que sus acciones se convirtieran en actos de guerra, la Armada de España no lo ascendió ni distinguió y más bien lo destinó a comandar una base en La Habana. Desde allí se lanzaron sus viajes subversivos.
Sin embargo, el limeño recordaría siempre aquella vez en que fue recibido por el Congreso de Filadelfia, en el primer paso hacia la libertad de los Estados Unidos. Recordaría sus propias palabras:
“Mi premio fue superior a un ascenso en mi carrera, cuál ha sido el descubrimiento de la fuente de la inmortalidad encarnada en la realización de una utopía colectiva, de un sueño de la humanidad: la libertad”.
Más que el cumplimiento de sus deberes institucionales, a Bodega y Quadra lo había empujado su creencia y su devoción por la libertad, la primera de las obsesiones del hombre.