Sustancias tóxicas, alienígenas y solidaridad en “El eternauta”, una buena serie
Esta es una época ideal para apreciar esta serie y reflexionar sobre sus valores. Sin solidaridad, no hay nada. Oesterheld y Solano López lo sabían bien.
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Ya han pasado varias semanas desde el estreno de la serie El eternauta en Neftlix. Este proyecto, de seis capítulos en su primera temporada, creado y dirigido por Bruno Stagnaro y protagonizado por el reconocido actor argentino Ricardo Darín, exhibe varios puntos a tener cuenta. El primero de ellos, desde la primera temporada de Epitafios (HBO, 2004) no veía una serie latinoamericana sólida como historia y con personajes configurados por una férrea dimensión moral. La comparación con Epitafios no es gratuita. En la historia de las series hechas en Latinoamérica, Epitafios (subrayamos la primera temporada) ya tiene el rótulo de clásico y lo firmó como tal en la que es considerada la etapa de esplendor en la historia de las series, en el arco que va del 2000 al 2008.
En segundo lugar, El eternauta, como serie, no depende de la radiación de la homónima novela gráfica creada por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López, publicada entre 1957 y 1959 en la revista Hora Cero Semanal de Argentina. El eternauta, la novela gráfica, es una obra maestra y del mismo modo tiene un telón trágico: Oesterheld fue asesinado por la dictadura argentina en 1977.
No es la primera vez que se ha pretendido llevar a las pantallas esta historia de invasiones alienígenas. Tras su estreno el pasado 30 de abril, la serie ha generado cierta controversia, a veces atendible y en otras ocasiones para no tomar en cuenta, como la que reclama la fidelidad que se le debe tener al texto que la inspira (la misma gracia la vimos con el estreno de la serie Cien años de soledad). Cada registro es autónomo y debe juzgarse en sus respectivas coordenadas y las coordenadas de la serie El eternauta son muy claras: respetar el espíritu de denuncia de Oesterheld y no la línea argumental de la novela gráfica, de la que Stagnaro coge contados elementos, como la solidaridad.
Un grupo de chicas la está pasando bien en un velero hasta que empieza a caer una sustancia tóxica. Un grupo de amigos, entre los que se encuentra Juan Salvo (R. Darín), excombatiente de la guerra de las Malvinas (el guiño a Perú por los aviones peruanos que participaron en ese conflicto de 1982 es clarísimo), juega al truco hasta que se dan cuenta de que algo extraño está cayendo del cielo. Sin más complicaciones en el guion, así empieza esta serie ambientada en la actualidad.
La sustancia bloquea la dinámica de la vida “normal”. Argentina y el mundo quedan sin internet, sin agua y sin luz. En ese escenario, Juan Salvo solo quiere buscar a su hija, pero quienes lo acompañan tienen asimismo sus propias urgencias. No vamos a spoilear, pero efectivamente hay tramos que merecieron un mayor trabajo narrativo (a saber, la huida al refugio de Alfredo Favalli, amigo de Salvo), pero de eso también están compuestas las obras sólidas, de imperfecciones formales de las que tampoco es ajena la referencial novela gráfica. Esta es una época ideal para apreciar esta serie y reflexionar sobre sus valores. Sin solidaridad, no hay nada. Oesterheld y Solano López lo sabían bien.























