Ciencia

Por primera vez, un implante cerebral logra aliviar la depresión severa de una mujer

Mediante una estimulación cerebral profunda, el aparato médico aprendió la hoja de ruta del cerebro de Sarah para predecir cuándo sucederían los episodios depresivos.

El dispositivo, construido específicamente para Sarah, permitió hallar las ondas cerebrales que desencadenaban sus episodios depresivos y prevenirlos mediante estímulos antes de que sucedan. Foto: Maurice Ramirez / UCSF
El dispositivo, construido específicamente para Sarah, permitió hallar las ondas cerebrales que desencadenaban sus episodios depresivos y prevenirlos mediante estímulos antes de que sucedan. Foto: Maurice Ramirez / UCSF

La depresión es una de las principales causas de discapacidad en el mundo y afecta a 264 millones de personas, con una prevalencia mayor en las mujeres que en los hombres, según la OMS. Mientras que los cuadros leves de la enfermedad pueden tratarse con ayuda psicológica y distintos fármacos antidepresivos; los graves pueden incluso desarrollar cierta resistencia a los tratamientos.

Sin embargo, según un estudio publicado en la revista Nature, un tratamiento de estimulación cerebral profunda monitoreada en una paciente de Estados Unidos podría establecer un giro significativo en las intervenciones graves de depresión. La novedosa efectividad de esta tecnología —ya aprobada para trastornos del movimiento como epilepsia, enfermedad de Parkinson y otros— en un caso de depresión podría ampliar su uso en otros pacientes, indican los autores.

Un equipo de neurocientíficos de la Universidad de California en San Francisco (UCSF) dirigió un estudio en la paciente voluntaria Sarah, una mujer de 36 años que ha padecido de depresión severa desde que era niña. Como resultado de su participación, la ciudadana sostiene que se ha abierto una brecha de esperanza en su vida. “Es como si mi lente sobre el mundo hubiera cambiado”, sostuvo en una conferencia de prensa el 30 de septiembre, donde se expusieron los resultados del estudio.

Sarah, depresión, implante cerebral

"Esta fue la primera vez que me reí y sonreí espontáneamente, donde no fue fingido o forzado en cinco años", dijo Sarah, la paciente voluntaria del estudio. Foto: John Lok / UCSF 2021

La intervención consiste en un implante cerebral, construido a la medida del cerebro de Sarah, que funciona como un biomarcador. Los electrodos del dispositivo monitorean la actividad cerebral relacionada a los síntomas depresivos y, a través de estímulos eléctricos, pueden prevenir los episodios de angustia.

En Sarah, los científicos identificaron una onda cerebral rápida llamada onda gamma en su amígdala, una estructura vinculada a la generación de emociones. Y la región llamada cápsula ventral / estriado ventral (VC / VS) parecía ser la clave.

Cuando el equipo decidió aplicar sacudidas de corriente eléctrica en dicha zona, Sarah experimentó alegría. “Esta fue la primera vez que me reí y sonreí espontáneamente, donde no fue fingido o forzado en cinco años”, señaló.

Así, los especialistas programaron el dispositivo para detectar cuándo las señales gamma eran altas en la amígdala de Sarah para reproducir una sacudida, durante al menos 300 veces al día. El estudio fue llevado a cabo en dos meses y, desde junio pasado, se implantó en la paciente por un tiempo más prolongado para averiguar por cuánto tiempo es efectivo.

Implante cerebral para tratar casos de depresión severa

El dispositivo implanta electrodos dentro de ciertas zonas del cerebro y, por medio de impulsos eléctricos, regula los signos de potencial angustia. Foto: Ken Probst / UCSF

Por tal motivo, el equipo ya se encuentra inscribiendo a nuevos participantes en el estudio para conocer si pueden desarrollar implantes cerebrales igual de personalizados que el de Sarah y que también sean efectivos.

“Necesitamos observar cómo estos circuitos varían entre pacientes y repetir este trabajo varias veces. Y necesitamos ver si el biomarcador o circuito cerebral de un individuo cambia con el tiempo a medida que continúa el tratamiento”, dijo Katherine Scangos, la primera autora de la investigación.