“Aparte de correr más rápido no sé qué más podemos hacer –me dijo un día la escritora feminista Virginie Despentes–, el problema es suyo, que lo arreglen ya”. Hablábamos de cómo parar la máquina violadora masculina y no morir en el intento, de cómo dejar de ser solo nosotras las que nos reunamos en grupos, las que creemos poemas y hashtags revulsivos como #PeruPaisdeVioladores, las que pensemos en soluciones. Todas las que dijimos #yotambién, las sabinas tocadas, acosadas, violadas y culpabilizadas estamos impacientes por ver el día en que los chicos en el poder se junten para ayudarse a violar menos y condenen esta masculinidad dominante, que tan bien les viene a violadores y no violadores. Virginie fue violada, como tantas otras, cuando tenía 17 años. Más del 70 por ciento de mujeres violadas son niñas o adolescentes. Los violadores casi siempre son nuestros papás, tíos, primos, hermanos, novios, maridos, amigos, vecinos, maestros. En su Teoría King Kong demuestra que nos quedamos muy cortas cuando tratamos de entender la violación como algo extraordinario que solo les pasa a algunas poco afortunadas, cuando la violación está en el centro, en el corazón, en la base de nuestra sexualidad. “La violación es un programa político preciso”, escribe, porque así se representa el poder. Pero el libro, que en estos momentos debería estar leyendo por lo menos la mitad del Perú, trae también grandes ideas prácticas, que podrían ser aprovechadas por emprendedores y nuevos inventores: “Resulta sorprendente que mientras todo el mundo se pasea con minúsculos ordenadores portátiles, con cámaras de fotos, teléfonos, agendas y aparatos de música en el bolsillo, no exista todavía un solo objeto que podamos meternos en la vagina cuando salimos a dar una vuelta y que cortaría en pedazos el pene del primer idiota que quisiera entrar sin permiso”. No por nada, uno de los lemas más gritados en las manifestaciones feministas es: “Pinga violadora a la trituradora”. Crowdfunding ya.