A comienzos de los años 80, el glaciar Yanamarey, ubicado en la Cordillera Blanca, Áncash, todavía lucía una cobertura de hielo y nieve a lo largo de varios kilómetros de sus laderas. Una década después ya la extensión de su superficie helada empezaba a reducirse. Y década a década, el hielo ha ido desapareciendo y dejado a la vista cada vez más su cuerpo de roca sólida. Hoy apenas tiene pequeñas manchas de hielo y es un glaciar agónico, condenado a desaparecer en unos cuantos años.
La misma suerte le espera a otros glaciares que se encuentran por debajo de los 5.500 metros de altura. Uno de ellos, por ejemplo, es el conocido nevado Pastoruri, cuya degradación no ha parado desde los años 80 y que en 2007 sufrió la ruptura de su casquete helado, y hoy está dividido en dos zonas de superficie glaciar que lentamente van desapareciendo. Desde los años 80 hasta el 2020, el hielo que lo cubría ha retrocedido unos 650 metros.
Un estudio del Instituto del Bien Común (IBC), presentado esta semana, señala que entre 1985 y 2022 se han perdido 94.500 hectáreas de superficie glaciar, equivalente al 47,7 % de su extensión en 1985, por efectos del calentamiento global. Es decir, el Perú ha perdido casi la mitad de sus glaciares en los últimos 40 años. Y si continúa esta tendencia climática, el resto de montañas nevadas también desaparecerá en los próximos 30 años.
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“Si las actividades humanas siguen alentando el calentamiento global, se va a perder lo que queda y las próximas generaciones no conocerán los glaciares. Como ha pasado en Colombia o Venezuela, donde sólo hay cimas con pedazos de hielo. Lo que quedará son montañas con nieve estacional un tiempo y sin nada en otra época del año”, explica Efraín Turpo, especialista en monitoreo de glaciares del IBF.
Otro glaciar peruano importante que está degradándose rápidamente es el Quelccaya, en la cordillera del Vilcanota, Cusco. Es el glaciar tropical más grande del mundo. Sin embargo, su área de hielo, que en 1988 se extendía por unos 58 kilómetros cuadrados, en el 2023 ya solo abarcaba algo más de 40 kilómetros cuadrados, según imágenes satelitales.
¿Cuál es la importancia de los glaciares? Como dicen los expertos, son reservorios de agua sólida. Su deshielo en épocas secas alimenta numerosas lagunas y estas, a su vez, generan bofedales, humedales, pastizales y acaba en ríos que proporcionan agua a la población cercana y a veces a grandes ciudades. “La reducción de los glaciares afecta el abastecimiento del recurso hídrico, principalmente en comunidades altoandinas”, alerta Renzo Piana, director del Instituto del Bien Común. Perderlos es perder el agua a futuro.
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Hoy los glaciares son un buen indicador de los efectos del cambio climático. Todas las montañas que se van derritiendo año a año generan lagunas de origen glacial. Estas aumentan su volumen en épocas de deshielo, pero podrían desbordarse si el agua que reciben es demasiada. Esa situación se da mucho en la Cordillera Blanca por el calentamiento actual. Ahí hay un permanente monitoreo de lagunas.
“Los glaciares cumplen varias funciones. Una de ellas es la regulación del régimen hidrológico de las cuencas. En época de lluvias acumulan hielo, nieve. En época seca se derriten, y proveen agua. Cuando ya no existan, el régimen hidrológico de los ríos va a cambiar. Solo van a tener agua en época de lluvia, y muy poca en época seca. La flora, fauna y pueblos se afectarán. Muchas comunidades y ciudades sufrirán escasez de agua, cosa que ya sufre Huaraz, por ejemplo. Los glaciares están en el origen de la generación de agua. Por eso son importantes”, precisa Efraín Turpo, del IBC.
La escasez de agua que puede venir con la desaparición total de los glaciares peruanos traerá problemas de índole económica, social, incluso cultural.
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“Con el deshielo acelerado habrá un tiempo de abundancia de agua y luego ya no. Las actividades agrícolas y de pastoreo tendrán problemas si desaparecen bofedales y pastizales de altura. Incluso el turismo de montaña en Áncash o Cusco y otras regiones se verá afectado. Celebraciones como el Qoyllur Riti, en Cusco, o el Allin Capa, en Puno, que celebran a esos nevados como sus Apus, perderían sentido sin la presencia del hielo”, comenta Turpo. Incluso proyectos como Chavimochic dependen del agua de la Cordillera Blanca.
El Instituto del Bien Común (IBC) ha hecho un seguimiento de este fenómeno desde el año 1985 hasta 2022, a través de la plataforma MapBiomas Perú, una herramienta de monitoreo satelital sobre el cambio de usos de suelo y superficies de agua en nuestro país. “El Perú ha experimentado en las últimas cuatro décadas drásticos cambios en su territorio, que impactan los ecosistemas naturales y medios de vida de la población urbana y rural”, dice Renzo Piana, su director.
Otro problema del deshielo de los glaciares es que, cuando las montañas quedan expuestas, los componentes metálicos que contienen contaminan el agua de lagunas cercanas y de los ríos que alimentan, en un proceso que se conoce como “acidificación”. La desaparición de estas montañas nevadas y sus efectos no son un problema del futuro, sino que ya lo estamos sufriendo.
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¿Qué hacer entonces? Para Efraín Turpo se puede hacer muy poco —porque se trata de un fenómeno global—, a menos que haya cambios drásticos en la actividad humana y en los acuerdos climáticos. “Lo que debemos hacer es adaptarnos para no tener una crisis hídrica en los años que vienen. Por ejemplo, aprovechar las lluvias con reservorios, hacer cosecha de agua, actividades de reforestación, generar represas pequeñas, mantener las lagunas limpias. El Titicaca, cada vez más contaminado, es lo que no se debe hacer”, dice. El Perú todavía es un territorio con muchísimos cuerpos de agua, pero en épocas de cambio climático debemos empezar a pensar en cómo hacer para poder contar siempre con ellos.
La plataforma MapBiomas Perú hace un seguimiento de todo el territorio peruano a través de un mapeo satelital y registra los cambios que se dan en los Andes, la Amazonía, el desierto costero y el bosque seco ecuatorial. En su informe también señalan que se han perdido 4,1 millones de hectáreas de vegetación natural (4% de su extensión inicial), incluyendo ecosistemas de bosques, matorrales, herbazales, pastizales y manglares. Estos cambios están asociados a la expansión de actividades agropecuarias, minería, acuicultura e infraestructura, que al 2022 han aumentado en 4,2 millones de hectáreas.
Otros hallazgos revelan que la Amazonía peruana presenta, en los últimos 38 años, una pérdida de 2,64 millones de hectáreas de vegetación, equivalentes al 3,6%. En cuanto al bosque seco ecuatorial, vital para la población de la costa norte del país, registra para el mismo periodo una pérdida del 5,1% de su extensión. Esta iniciativa del IBC en colaboración con las redes MapBiomas y RAISG aporta a la planificación territorial, la conservación de bosques y la prevención de desastres.