Jeremías (*) recuerda claramente un viaje por el río Amazonas, el 20 de julio del 2021, en la triple frontera que comparten Perú, Brasil y Colombia. Se celebraba el Festival de la Confraternidad Amazónica, un evento para festejar la unión de las tres naciones, y él estaba preocupado porque las festividades implicaban un aumento de los controles policiales y militares a lo largo del río. Pero tenía que ir. Ese día debía transportar un cargamento de pasta base de cocaína que había producido en su finca. Los compradores lo esperaban en la ciudad brasileña de Tabatinga y no podía faltar.
Entonces tuvo una idea. Si viajaba con su hija de 9 años, sería menos probable que levantara sospechas. ¿Qué podía ser más normal que un padre llevando a su hija al festival? “Ella me dijo: ‘¡Vamos, vamos!’”, cuenta Jeremías, sentado en un banco de madera rústica en el ingreso de su casa, en una de las comunidades indígenas de Mariscal Ramón Castilla, provincia al extremo noreste de Perú que limita con Colombia y Brasil.
Él cree que su hija acabará haciéndose cargo del negocio. Es una ideología, dice. Así como él siguió los pasos de su padre, ella seguirá los suyos. Su padre transportaba pasta base de cocaína. Ahora Jeremías la fabrica y su hija lo ayuda evitando sospechas y ocultando el dinero.
Dinámica. Esta parte de la frontera necesita mayor presencia del Estado peruano. Foto: difusión
“Una vez, cuando regresábamos a casa (después) de dejar los paquetes, tenía que traer más de 100.000 reales (la moneda brasileña) en efectivo”, recuerda. “Casi todo era para pagar a los ‘raspachos’ (recolectores de coca) y comprar insumos para la siguiente campaña. Ella me ayudó también. Los traía pegados (a su cuerpo). ¿Quién va a decir algo ahí?”, dice y sonríe.
Jeremías y otros como él en Mariscal Ramón Castilla son los primeros eslabones de una cadena de producción de drogas que se extiende desde los campos de coca hasta los laboratorios clandestinos cercanos, ubicados a lo largo del río Amazonas hasta la triple frontera, y que luego, por río o aire, llega a ciudades de la costa atlántica de Brasil y los consumidores en Europa.
Jeremías es un jefe local del narcotráfico. Tiene sus propios cultivos de coca y supervisa los campos en las fincas de otras personas. Coordina el procesamiento de hojas de coca para convertirlas en pasta base de cocaína, que luego será refinada para transformarse en clorhidrato de cocaína. Él y las personas que lo rodean, quienes pasan el día recogiendo hojas de coca en el calor tropical y quienes mezclan las hojas con productos químicos tóxicos para producir la pasta, se encuentran entre los trabajadores peor pagados en la industria de las drogas ilegales.
Jeremías solía transportar la mercancía a la triple frontera. Pero llegó la tercerización o contratación externa del tráfico de drogas en esta parte de la Amazonía. Ahora, intermediarios de Colombia recogen la droga de las fincas. Le ahorran el largo y peligroso viaje a Tabatinga.
Mariscal Ramón Castilla, hasta la década de los 90, era un punto de tránsito para las drogas que se dirigían a la triple frontera. En diciembre de 2022, el Proyecto Especial para el Control y Reducción de Cultivos Ilegales en el Alto Huallaga (CORAH) estableció una base de operaciones allí, lo que generó tanto expectativas como temor entre la población. En junio, sin embargo, la base estaba desocupada. El Ministerio del Interior no respondió a reiteradas consultas para hablar del tema.
Acciones. Combate a la criminalidad se vuelve más complejo y difícil. Foto: difusión
Jeremías tiene más de una docena de hectáreas de cultivos de coca propios en Mariscal Ramón Castilla. Alquila algunas más, supervisa la cosecha en campos que pertenecen a “amigos” y compra hoja de coca a otros campesinos. Todo lo destina a producir pasta base en su laboratorio. Ese grado de control sobre la producción, lo convierte en un patrón o jefe local de tráfico, título que parece ostentoso para un hombre que ha logrado construir su casa poco a poco en 4 años.
En la cadena de producción de la droga, el patrón es la persona que proporciona la pasta base o cocaína a intermediarios, a una fracción del precio que la droga acabará alcanzando en las calles de una ciudad de los Estados Unidos o Europa. Los jefes locales como Jeremías están a merced del mercado, y en el submundo económico. Los precios los fijan los compradores, que en la triple frontera suelen pertenecer a la organización criminal que domina el comercio en Tabatinga.
Desde 2020, según la policía antidrogas peruana, un grupo conocido como ‘Os Crias’, en portugués, ‘Los Niños’ en español, tiene el control en esa región. El surgimiento de ‘Os Crias’ fue el resultado de una sangrienta disputa por el control territorial de la triple frontera entre el Comando Vermelho (CV), la Família do Norte (FdN) y el Primeiro Comando da Capital (PCC), tres grandes organizaciones criminales de Brasil. Reacios a compartir el tráfico de drogas, se debilitaron mutuamente. Los disidentes de los tres grupos se unieron y tomaron el control, formando una organización que atiende al mejor postor. Por ahora han acaparado el mercado de la droga que llega desde puntos de acopio en la provincia Mariscal Ramón Castilla.
Uno de esos puntos es Caballococha, la ciudad más grande de Mariscal Ramón Castilla. Sentado en la plaza, un domingo por la mañana, Jeremías está impaciente por comenzar otra producción. Tiene un nuevo capataz, un colombiano de 51 años de buen carácter. Carmelo (*), de 18 años, comenzó a cosechar coca cuando tenía 16. Durante la cosecha trabajará codo a codo con un escuadrón de “raspachines”, o recolectores, a quienes se les pagará entre US$0,21 y US$0,27 por kilo (2,2 libras) de coca recogida. Un productor puede reunir hasta 150 kilos (330 libras) trabajando hasta 15 horas al día.
Jeremías luce una camiseta del Boca Juniors, con el 17 a la espalda. En el recorrido señala el laboratorio donde procesa las hojas y lamenta que este año no pueda contratar a un químico para que se encargue de la pasta base. Sabe que la droga que produce terminará en Brasil.
Además de Tabatinga, en Brasil, hay otros puntos importantes donde los compradores almacenan drogas, incluidos los pueblos colombianos de Leticia y Puerto Nariño. En Perú está Santa Rosa, isla frente a Tabatinga y Leticia, y la comunidad indígena de Bellavista Callarú, entre Caballococha y la frontera.
Personaje. Jeremías estuvo a punto de ser capturado por la Dirandro. Foto: difusión
En Tabatinga, un kilo de pasta base de cocaína puede costar hasta US$1.000 y un kilo de cocaína entre US$2.500 y US$3.000. Desde Tabatinga la droga va a Manaus, la ciudad más grande de la Amazonía, y principal punto de acopio de los grupos criminales de ese país.
El Informe mundial sobre drogas en 2023, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), continúa mostrando a Brasil como el mayor consumidor de drogas en América del Sur. Los puertos brasileños sobre el Atlántico son una puerta para exportar cocaína a Europa, Asia Oriental y la parte sur de África. En esos mercados, un kilo de cocaína puede costar hasta US$80.000.
Jeremías y su capataz Carmelo son engranajes pequeños pero importantes, que mantienen la maquinaria del narcotráfico funcionando sin problemas. Lo mismo ocurre con los trabajadores que trituran las hojas con productos químicos para hacer pasta base y con todos los otros jugadores en este negocio perverso e ilegal.
En la parte del Perú, la contratación externa de servicios (tercerización) dificulta descubrir quién está a cargo. Diego Quintero Martínez, coordinador de Seguridad y Delitos Emergentes de la UNODC, dice que el tráfico ilícito de drogas ha adoptado un modelo de negocios que hace que el delito sea cada vez más difícil de abordar. “Al principio existía una estructura muy lineal, donde la persona que era dueña del cartel controlaba todo el proceso. Pero hoy vemos que hay subsistemas. Esa tercerización que se menciona (en Perú), en Colombia, la identificamos como subsistemas de narcotráfico”.
Cuando la Família do Norte perdió el control en Tabatinga surgieron ‘Os Crias’, sus ‘hijos’. Cuando el capo mexicano Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán fue capturado, aparecieron ‘Los Chapitos’, sus sucesores. La palabra “indispensable” ya no tiene ningún significado en el submundo de las drogas.
El tráfico de drogas tiene una larga historia de adaptación a los cambios socioeconómicos o de mantenerse un paso por delante de ellos. Innova constantemente. Esa puede ser una de las razones por las cuales los esfuerzos para erradicarlo son en gran medida infructuosos. En Mariscal Ramón Castilla, Devida, la agencia antidrogas de Perú, ha trabajado en proyectos de desarrollo alternativos desde 2014. Sin embargo, los esfuerzos por lograr que los campesinos sustituyan la coca por otros cultivos no han dado frutos.
Jeremías piensa que esos esfuerzos son inútiles porque cultivos como el cacao no son rentables. “Así como están las fronteras en Perú, que nos tienen olvidados…”, dice refiriéndose al gobierno. “¡Olvídese!”.
*Los nombres fueron cambiados por razones de seguridad.
-Esta es una investigación en el marco del proyecto Amazon Underworld.
Aunque Colombia es el mayor productor de coca, Perú tiene más cultivos en la cuenca del Amazonas que cualquier otro país, según un informe de 2023 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Perú se ubica segundo en la producción de cocaína, después de Colombia.
Esas cifras contrastan fuertemente con el área de coca eliminada por el Proyecto Corah, responsable de erradicar los cultivos de coca en Perú.
Según datos oficiales, la última vez que se realizaron operativos para eliminar sembríos ilícitos en Mariscal Ramón Castilla fue en 2019, cuando se erradicaron 7.784 hectáreas (30 millas cuadradas) de plantas.
Ese esfuerzo se centró en Pebas, distrito de Mariscal Ramón Castilla, a 12 horas río arriba de la triple frontera y a donde solo se puede llegar vía fluvial.