“Tengo 102 años, con un mes y siete días”, responde ágil Irma Natalia Portocarrero Portocarrero cuando pregunto por su edad. “Desde que me caí el otro día, no miro bien. La vista me ha comenzado a fallar”, se queja esta centenaria madre de dos hijos, tres nietos y dos bisnietos. Está sentada en su sala de su casa de Cerro Colorado, algo nerviosa por las preguntas invasivas de este periodista.
El golpe fue terrible, señala Virginia Portocarrero, una de sus hijas. La trasladaron de emergencia al hospital, donde le tomaron placas radiográficas para descartar fracturas. Los médicos no encontraron nada grave. Algunas enfermeras aprovecharon la visita para tomarse selfies. “Nunca hemos estado con una persona de tanta edad”, le decían.
Si de golpes en la vida se trata, Irma me dice que ha tenido varios y se ha levantado. A los 17 años, murió su mamá en Cotahuasi “por si acaso donde está el cañón más profundo del mundo”, me aclara con énfasis. Quedaron huérfanos ella y sus siete hermanos. Irma se hizo cargo de la hacienda y de los menores. Se mudaron a Arequipa por una razón fundamental. De la pena, las hermanas no iban a la escuela sino desviaban el camino al cementerio a llorar a la tumba de la progenitora fallecida.
Es madre de dos hijos. Foto: La República.
Los Portocarrero son el reflejo de la dinámica migratoria de la región mistiana, los pobladores de las siete provincias emigran a la ciudad capital en busca de mejores oportunidades. La región sobrepasa el millón de habitantes y casi el 90% está asentada en la ciudad capital.
Cotahuasi está a casi ocho horas de Arequipa. Ahí nació Irma. Se trata de un valle interandino alojado dentro de un cañón de geografía accidentada, con caídas de agua del río que generan arcoíris y arquean el ambiente.
A inicios del siglo XX, esta capital de provincia no tenía carreteras. Los viajeros salían en caballos o borricos por un camino de herradura hasta las faldas del nevado Coropuna para alcanzar algún medio de transporte. De sus brumosos recuerdos Irma rescata la imagen de su madre muy enferma que muere por la falta de atención médica. “Querían sacarla en una camilla, pero ya era tarde”, dice.
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Nuestra entrevistada se sostiene de un bastón y, con la ayuda de Virginia, me lleva a un pequeño santuario. Muestra un cristo crucificado de 150 años de antigüedad. La venerada imagen era de Ernesto Portocarrero, su padre. Lo recuerda a él en sus aventuras políticas. Era aprista, y “yo también”, me dice segura.
Su memoria viaja al oncenio de Augusto B. Leguía, el presidente de la República que persiguió a los seguidores del partido de Víctor Raúl Haya de la Torre. A Ernesto lo apresaron y tenía como destino la cárcel de El Frontón. “Le fuimos a llorar al prefecto para que lo dejen en libertad, mi madre recién había dado a luz a dos mellizas. Felizmente lo soltaron”, recuerda. Su padre se convirtió en un activista afiebrado, tenía libros y folletería sobre el llamado partido del pueblo, lo que constituía un acto de subversión. “Todo eso lo hemos enterrado en una zanja para no tener problemas”.
Se declara hincha crema, me asegura haber visto jugar a Lolo Fernández, el máximo ídolo del equipo crema. Héctor Chumpitaz, el capitán de América, fue otro de sus favoritos.
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En la charla salta una curiosidad. ¿Por qué en la familia predomina el apellido Portocarrero? Ella confiesa que antes en las familias el matrimonio entre ellos era común. Daniel Portocarrero, su esposo, fue primo hermano.
Daniel Portocarrero murió de un infarto. Con ella, en cambio, los ataques al corazón no han podido, sobrevivió a uno en 2009 que le necrosó el 70% del corazón. Le dieron 3 meses de vida. Le sacó la lengua a la muerte pese a que meses después enterró a su hija mayor. No hay mayor obscenidad para un padre o una madre que despedir a un hijo, sostuvo alguna vez el pintor Fernando de Szyszlo.
¿Cuál es la clave para seguir lúcida? “La gracia de Dios, la oración, también voy a rezar por usted”, me promete. ¿Alguna comida en especial? Todo natural, responde. Potajes o postres preparados con quinua, leche al pie de la vaca, queso frito, cuajada con chancaca rallada o miel de la chancaca, habas, choclo con queso, zango de leche con canela y chancaca, guiso de calabaza, mazamorras, etc. ¿Un mensaje por el Día de la Madre? Creer en Dios y no hacer el mal a nadie.
¿Un mensaje por el Día de la Madre? Creer en Dios y no hacer el mal a nadie. Foto: La República.