El entierro de un ser querido fallecido por COVID-19 significa un dolor muy profundo; sin embargo, para la familia Hinostroza significó más. En medio del luto por la pérdida de un pariente, la llamada de una persona desconocida alertó a todos. El cuerpo que velaban no era de su familiar recién fallecida en la Clínica Sanna en San Borja, sino de otra persona desconocida.
Andrea, nieta de la víctima, manifestó que no fue el único dolor ocasionado por el establecimiento privado. Desde el internamiento en la clínica a su pariente, los encargados manifestaron poco atención con su abuela que sufría los síntomas del coronavirus. En declaraciones para la República, ella contó la situación vivida desde inicios de junio.
El lunes 5 de junio empezaron los primeros síntomas por coronavirus. Benita de 87 años inició con una tos pequeña que luego iría evolucionando a una fiebre; por ello, sus familiares decidieron llevarla de urgencias a la clínica Sanna.
El médico revisó a la anciana y recomendó darle una Hidroxocloroquina para que empiece el tratamiento. “Esto fue el día lunes, el doctor no vio la saturación, no le hizo un examen físico y solo la llevo a casa a mi abuela. Al día siguiente, estaba mal porque empezó a vomitar”, señaló la nieta de la víctima.
En ese momento, la clínica había publicado los resultados de la paciente, al cual los familiares tenían acceso. Por ello, Andrea vio que su abuela era positivo para Sars-Cov-2. “Al ver que mi pariente empeoraba, volvimos a la clínica a la zona de emergencias para que la atiendan. Allí, notaron que ella tenía una saturación de apenas 83″, dijo.
A partir de allí, Benita ingresaría a la clínica para un internamiento. Los familiares no podían visitarla por protocolos de seguridad y para evitar contagios. Desde de ese momento todo sería de manera telefónica. Al día siguiente, les comunicaron que su familiar se encontraba estable y tenía una buena salud.
“Llamé y me respondieron que ella estaba bien. Más alerta, estaba oxigenada. Incluso, el médico comentó que ‘en su experiencia nunca había visto que una paciente había mejorado así‘; sin embargo, estarían supervisando porque era una persona vulnerable”, añadió.
El doctor de la clínica Sanna mencionó a los familiares que si el paciente seguía respondiendo de dicha manera podrían darle el alta en una semana más. No obstante, el panorama cambiaría a partir del 11 de junio, fecha que sería el último examen de sangre y glucosa.
Ni la clínica ni el médico se comunicaron con los familiares a partir del 13 de junio. Pese a la insistencia de la nieta, no la llamaron para darle información de su pariente. “Intenté comunicarme. Pero me decían comunícate con el médico. Él tampoco respondía. Tampoco subieron exámenes a las web”, manifestó.
El martes 16 de junio, el doctor respondió ante la insistencia de Andrea; allí le comunicó que su abuela se encontraba estable; sin embargo, al consultar por los exámenes, el médico encargado no habló y atinó a decir: “Ya le sacaremos exámenes a más tardar hoy”.
“La verdad mi familiar tenía insuficiencia respiratoria y era una paciente que había ingresado por neumonía COVID-19; por tanto, requería los exámenes”, expresó. Al día siguiente, el mundo se vendría abajo para la familia Hinostroza: su familiar había fallecido.
El miércoles 17 de junio, a las 5 p. m., Andrea recibiría la llamada más dolorosa: Benita había fallecido por coronavirus. Esa mañana recién pasó por los exámenes que habían prometido realizarle un día antes.
“Esa mañana que le hicieron los exámenes, su glucosa bordeaba los 767 y era súper elevado. Su sodio era 158 cuando lo máximo era 145. Yo estaba indignada. Yo he visto de cerca a los hospitales del Ministerio de Salud y el chequeo es diario. Aquí no se cumplió eso”, manifestó Andrea.
Clínica Sanna.
Comentó que ella había llamado ese día con insistencia para la toma de exámenes. “El doctor me dijo que desconocía de ello, que tal vez el otro médico de turno sabría. Me comentó sobre los resultados (del 11 de junio), pero no entendía cómo no se habían percatado del exceso en su glucosa y sodio. Ese día, me dijeron que le tomarían un nuevo examen. A las 5 de la tarde, me comunicaron el deceso”, expresó acongojada.
Ese mismo día, una pariente del familiar estaba en la clínica, donde esperaba que la atendieran para dejar pañales a Benita. “Ella ahí se enteró. En medio de su dolor, le pedimos que hiciera los trámites para ver el tema del cadáver y poder verla antes del entierro, pero ahí le dijeron que no se podía, pese a que esta estipulado que uno o dos familares pueden dar el adiós”, dijo.
Ante la negativa, el establecimiento mencionó que necesitaban el DNI original de la persona fallecida. Cuando le trajeron, la clínica se negó igual totalmente. “Ustedes debieron estar allí para verla nos dijo. Ni siquiera nos dejaron reconocerla. Según ellos, el cadáver de mi abuela estaba sellado. No había manera, ya que el protocolo de la clínica era diferente”, manifestó.
El rechazo de ver a su pariente por última vez los llevó a esperar. Al día siguiente, decidieron recoger el cadáver para darle sepultura en un cementerio de Huachipa. Allí, en el container, estaba el cuerpo de Benita. Los trabajadores mencionaron que sí se trataba de la fallecida, incluso, fue corroborado por la clínica. Con ello, el cuerpo fue entregado a la funeraria.
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La funeraria se encargó de llevarlo y en el cementerio le estábamos dando sepultura, pero una llamada cambiaría todo. “Cuando ya estaba terminando la ceremonia, ya nos estábamos retirando. Allí es donde mi papá recibe una llamada y le dicen que ‘señor, estoy buscando el cadáver de mi mamá y me dicen que acá hay una Benita, esta no es mi familiar, al parecer, ustedes tienen el cadáver de mi mamá”, relató.
La sorpresa fue inmensa. “Es muy fácil tratar a una persona como objeto, pero no se ponen a pensar que esa persona fue muy querida por muchas personas y familiares”, dijo.
La clínica no aceptó la responsabilidad y echó la culpa a la funeraria. Allí, ambas familias acudieron con presencia de la Policía para realizar el cambio de cadáveres. “Ellos no querían aceptar, e incluso, ahí les reclamé que no la habían atendido por seis días”, mencionó. “Mi hermana intentó grabar, pero la clínica le dijo que estaba prohibido. Incluso, la Policía nos defendió”, detalló.
A través de un comunicado, el centro médico ofreció disculpas a ambas familias. Asimismo, indicaron que tomarán las medidas respectivas para evitar cualquier tipo de negligencia. No obstante, Andrea manifestó que la clínica recién se había puesto en contacto con ellos, luego de la publicación de su pronunciamiento.
Los agraviados exigieron a las autoridades iniciar una investigación.
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