José Víctor Salcedo
Y de pronto empezamos una guerra contra un enemigo desconocido. No sabemos mucho del COVID-19 más allá de los pocos estudios existentes y algunos reportajes periodísticos. A diario suceden muertes intempestivas a causa del virus y el miedo gobierna el día a día.
La pelea lleva más de treinta días. Un ejército de médicos y enfermeras, policías y militares está encargado de la defensa y la ofensiva, mientras la mayoría debe permanecer aislado en su casa. El oficial de la Policía, Pablo, soportó, cobijado debajo de un poste, el frío y la lluvia torrencial la noche del viernes 20 de marzo. Unos kilómetros más allá, el militar Julio César también aguantaba el gélido clima cumpliendo su labor de hacer respetar el toque de queda ordenado por el gobierno peruano. Ninguno puede hablar. No tienen autorización para hacerlo.
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Un policía en actividad aceptó dar su testimonio sin revelar su nombre. Lo llamaremos Roberto. Despierta a las cinco de la mañana. Antes de salir de casa, luego de la higiene personal, ora con su familia, toma sus alimentos y se despide. Es una despedida distinta a cuando la pandemia no era amenaza: hay miedo a volver contagiado.
Roberto se pone una mascarilla, un guante, lleva alcohol en gel y otros implementos para protegerse. Aunque la oración diaria a Dios hace que salga a trabajar más seguro. No se avergüenza de ese miedo. Dicen que el miedo es más humano que la valentía. “Son sentimientos encontrados de preocupación, en algunos casos de inseguridad, incredulidad y más preocupados”, dice. “El contagio a efectivos policiales de otros lugares del país hace que nosotros tengamos más cuidado”, añade.
Roberto vuelve a casa después de 28 a 30 horas. La rebeldía ciudadana a cumplir el aislamiento afecta anímicamente al personal policial. Son 2 mil 200 agentes en las calles de la región imperial, haciendo cumplir la cuarentena. Más de 1 000 miembros del Ejército colaboran en esa tarea. Lo triste es que en el país hay más de 300 policías infectados con COVID-19 y cinco han fallecido. Bajas en cumplimiento de su deber.
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Un segundo campo de batalla son los hospitales. La enfermera Mariluz (nombre ficticio) despierta a las cinco de la mañana y una hora después está camino al Hospital Regional del distrito de Wanchaq, Cusco. A esa misma hora, médicos llegan al desangelado hospital Contingencia Antonio Lorena, en el distrito de Santiago.
Aunque el virus los ronda y las condiciones son precarias, ellos continúan su trabajo. En el Hospital Regional hay un grupo que cuestiona la falta de Equipos de Protección Personal (EPP) para todo el personal.
Solo tienen EPP aquellos que laboran directamente con los contagiados. Yeni Salas Velásquez, secretaria del Sindicato de Enfermeras, reclama los implementos para ellos. “Somos la primera barrera de defensa en esta epidemia y no tenemos esos equipos”, protesta.
Un médico ha muerto infectado en el Perú. Hasta el viernes había 237 contagiados y ocho graves en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) del país. En Cusco, hay decenas de médicos, enfermeras y técnicos en riesgo. Afortunadamente, ningún contagiado. En el hospital Contingencia son 60 profesionales a cargo de la batalla contra el virus, en el Regional 30 y en el nosocomio Adolfo Guevara Velasco de EsSalud son 25 médicos, 25 enfermeras e igual número de técnicos de enfermería.
La batalla continúa. No hay certeza de cuándo culminará. Estos peruanos no paran de trabajar. Médicos, enfermeras, policías, militares: los héroes de mandiles y uniforme.
Afuera, la noche del viernes se agrieta por el frío. Desde hace unas horas dos policías rondan las calles del Centro Histórico del Cusco. El gélido ambiente no impide su desempeño. Los uniformados avanzan con sus ojos centinelas y son devorados lentamente por las calles de piedra y la oscuridad.