Confesión. Hace 54 años, el Taytacha participó en un encuentro de narradores realizado en Arequipa. Ahí confesó que el deseo de morir lo tenía desde la infancia. 4 años después, el escritor andahuaylino empuñó un arma y se mató. ,De niño José María Arguedas ya le pedía a dios que le quitara la vida,De niño José María Arguedas ya le pedía a dios que le quitara la vida,“No vales ni lo que comes”, le dijo su hermanastro Pablo Pacheco, luego de tirarle el plato de sopa en la cara. José María Arguedas Altamirano era un niño, tenía siete años y este humillante trato de Pablo ya le era familiar. Luego de la agresión, huyó de la casa, cruzó un riachuelo y se internó en un maizal. Ahí, se tiró boca abajo y llorando le pidió a Dios que le quitara la vida. ¿Qué había gatillado la furia contra él? Según Arguedas, ese día, el abusivo hermanastro pidió que lo acompañara al pueblo para perpetrar una aventura... PUEDES VER: Jose María Arguedas será recordado en Arequipa a punta de poesía y música Pablo montaba un brioso potro negro y José María un burro bautizado como Azulejo. “Me hacía montar el burro creyendo que así me humillaba”, contó, pero ocurría todo lo contrario: el niño le hablaba a Azulejo, le consideraba uno de sus mejores amigos. Ya en el pueblo, el potro quedó al cuidado de José María. Cuando Pablo regresó, lo acusó de dejarse robar un poncho de vicuña que supuestamente quedó en la montura de la bestia. “Levantó el rebenque para pegarme, pero se arrepintió”, narró Arguedas en junio de 1965, durante el Primer Encuentro de Narradores Peruanos organizado en Arequipa por la Casa de la Cultura. Pesos pesados de la literatura peruana se congregaron al pie del Misti en esa oportunidad. Además de Arguedas, Ciro Alegría, Sebastián Salazar Bondy, Oswaldo Reynoso, Arturo Hernández, José Miguel Oviedo, etc. Fueron días de verdadero entusiasmo en la ciudad, recuerda Eduardo Ugarte y Chocano. Los characatos coparon los locales donde se programaron los conversatorios. Los diarios de la época dan cuenta del evento con notables coberturas. Arguedas era la estrella. PUEDES VER: José M. Arguedas, una ruta de la novela peruana La madrastra “Soy hechura de mi madrastra… pero hubo un modelador tan eficaz como ella, mi hermanastro: un poco más bruto que ella”, dice el autor de Los ríos profundos. En la grabación de audio de esa intervención, se oyen las carcajadas del auditorio. El testimonio de su infancia dolorosa el escritor la suaviza con ironías. “Pasaba la noche conversando (con los indígenas), que si mi madrastra se hubiese enterado, me habría llevado a su lado... eso sí me hubiese atormentado”, dice y se escuchan más risas de fondo. El pintor Fernando de Szyszlo sostenía que la niñez es la patria de todos. Deja una huella honda. Arguedas no pudo haber sido la excepción. Su literatura intentó exorcizar el dolor de esa primera etapa de la vida, pero no pudo. El Perú le dolía hasta la neurosis y la depresión. El autor de Los ríos profundos apretó el gatillo y acabó con todo cuatro años después de su arribo a Arequipa. Su padre se avergonzaba Arguedas quedó huérfano de madre a los dos años y medio de edad. Su padre, Víctor Manuel Arguedas, se vuelve a casar con Grimanesa Arangoitia, una hacendada de San Juan de Lucanas (Ayacucho). En aquella jornada mistiana, el autor de El zorro de arriba y el zorro de abajo recuerda a esa mujer como dueña de medio pueblo, con una servidumbre indígena a su disposición y a la que odiaba. Y como a José María le tenía el mismo afecto, lo mandó a vivir con ellos. Dormía en una batea utilizada para amasar harina de pan, el colchón era un pellejo de cordero y se tapaba del frío con una frazada sucia. El padre era juez, trabajaba en la capital del pueblo y retornaba a la hacienda los fines de semana. Solo esos días había una tregua: el pequeño era traído a la casa. “Mi padre volvía a la capital y yo a la batea, a los piojos de los indios”, cuenta entre risas. Arguedas habló quechua hasta los ocho años. Declara su amor y admiración profunda por su padre, pero sentía que este también se avergonzaba de él por su forma de hablar. "De los indios aprendí el amor y el odio", consigna un diario local como declaración suya. El Pueblo le hizo una entrevista mientras tomaba desayuno. El escritor recomienda a sus colegas no meterse en política partidaria, porque eso puede castrar la imaginación. El día de la clausura, una niña de 9 años le entregó un ramo de flores perfumado y le pidió que le firme un libro. Eso emocionó al Taytacha.