El politólogo y docente de la PUCP, Eduardo Dargent, responde sobre la situación política y social. Advierte que en el Perú “se ha abierto una ruta autoritaria” y que los ciudadanos tienen que estar atentos a lo que pase con los organismos electorales y los rivales políticos de quienes ejercen el poder desde el Congreso.
—En enero me dijo que Dina Boluarte debería renunciar si no hubiera un cambio. ¿Ha habido un cambio?
—No. A Boluarte se le ha permitido, tolerado y defendido muchas cosas. A pesar de la enorme impopularidad, por varias razones, pero sobre todo porque hay una coalición detrás que la ha empujado a quedarse y la ha rodeado y apoyado, se ha quedado a pesar de hechos gravísimos, se le ha sostenido a pesar de una situación que es una tragedia nacional. La otra vez, dije que no nos hemos dado cuenta de que es una tragedia nacional, pero no pensaba en la gente que la ha sufrido, como la del sur, por ejemplo…
—Que está muy al tanto de la tragedia.
—Exacto. Me refería a que desde la política nacional se ha minimizado esa fractura. Cuando la ministra Pérez de Cuéllar dice “hemos pacificado el país”, que es como decir “no renunciamos y ahora estamos bien”, creo que habría que mirar con mucha humildad lo que está pasando. No minimizo que haya habido vándalos, actores violentos, pero la reacción y la evidencia acumulada desde diciembre y enero muestra que ha habido una acción desde el Estado basada en lecturas conspirativas, exageradas. Que Boluarte se haya mantenido en el poder le ha restado una válvula de escape al Perú que, dada la polarización, no le hubiese caído nada mal.
—¿Quiénes diría que han sostenido a Boluarte?
—La ha sostenido una suerte de coalición. No es la coalición fujimorista: los militares, los medios de comunicación, el empresariado, todos diciendo que hay un proyecto que hay que proteger. La ha sostenido una coalición que viene especialmente desde el Congreso, desde partidos de derecha y partidos pragmáticos, que no son tan de derecha, pero que se pegan a quienes les dan la oportunidad de mantenerse. Ese es el primer soporte.
—¿Hay otro?
—Creo que también uno ve un doble estándar muy claro con respecto a los medios de comunicación, por la forma en que se criticaba a Pedro Castillo y no se critica a Boluarte, con excepciones, claro. Pero diría que, desde Lima, desde la derecha política y sus intereses ha habido un apoyo a la continuidad de la presidenta, aunque sin entusiasmo y sin ser una gran comparsa. Cuando tengan que acuchillarla y dejarla caer, va a caer. Creo, hay plena conciencia de que el Congreso no puede seguir sin el Ejecutivo.
—Y viceversa.
—Así es. Y esa alianza, no sé si expresa o por hechos, se ha mantenido. Lo que deja una lección bien peligrosa para el país: con poca popularidad, con poca legitimidad, se puede mantener el poder. Como si no hubiera otras consecuencias. Estamos yendo a una mayor desconfianza. Y es mejor decirlo ahora: a pesar de la desarticulación, de la división entre los grupos, de las diferencias, nadie se sorprendería si mañana la calle se prende.
"Boluarte se le ha permitido, tolerado y defendido muchas cosas", señala el especialista. Foto: difusión.
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—¿Cómo se prendió en diciembre y enero?
—Es un muy buen apunte: la calle está prendida en varios lados. Complemento: nadie debería sorprenderse si se activan estos conflictos regionales y Lima se suma. Y cuando eso pase, tendremos políticos que, como en la “repartija”, la “ley pulpín” o en noviembre de 2020…
—¿Retrocederán?
—No solo eso, sino que harán mea culpa y dirán que se equivocaron cuando estaba ya anunciado.
—Hay un debate normativo sobre si estamos ante una dictadura o un autoritarismo. Fuera de las etiquetas, ¿cuáles diría que son las características de lo que vemos al frente?
—Hemos visto que diferentes grupos usan distintos conceptos de lo que es democracia. Diría que no hay que cerrarse a lo nuevo. No hay que decir que solo habrá autoritarismo cuando haya un caudillo militar, sino que hemos aprendido que puede haber autoritarismo, también, con líderes elegidos que concentran poder, controlan las instituciones y persiguen ciudadanos. Aunque hemos tenido Congresos que se han comportado a veces abusivamente, creo que lo que estamos viendo ahora es algo relativamente distinto en América Latina: un Congreso que está subordinando al Ejecutivo y que desde allí usa su poder para vaciar de contenido ciertas instituciones democráticas. No es tan sencillo como decir “tengo los votos y puedo hacer lo que quiera”. Por supuesto, se ha conformado un Congreso bajo ciertas características representativas que deberían hacernos pensar que se va a gobernar de acuerdo con esos grupos. Pero las decisiones cuentan. Si ves a un Tribunal Constitucional con algunas figuras muy subordinadas al Congreso, si ves a una Fiscalía de la Nación que empieza a trabajar muy de la mano con el Congreso, si ves a un defensor del Pueblo elegido no tanto por sus méritos, sino que, todo hace pensar, para que no moleste, cuando se protege a los propios y eres durísimo con los rivales, cuando comienzas a ver que se toman decisiones que te favorecen directamente, lo que uno encuentra es que desde el Congreso se puede gobernar autoritariamente. Y las alarmas que debería tener la población son los organismos electorales… y los rivales políticos.
—Van por ellos.
—Porque entonces, lo que se estaría haciendo, desde el Congreso, es garantizar que la elección esté hecha a su medida. ¿Es autoritarismo? Creo que hay todavía espacio para la protesta, la disidencia. El Ejecutivo está subordinado y cercano al Congreso, pero no son lo mismo. Hay una Corte Suprema que veo que está intentando reaccionar. No diría que hoy por hoy estamos frente a un completo autoritarismo en el que se han cerrado las vías, aunque sí creo que estamos yendo camino a eso. Se ha abierto una ruta autoritaria donde no se han investigado actos relacionados con vulneración a derechos humanos. En el Perú se ve una suerte de amarre como el de Guatemala, donde te vas aproximando a las elecciones y la coalición de poder, por más que tenga diferencias ideológicas, comparte cierto rentismo y cierta participación en decisiones que le lleva a eliminar rivales. Lo de Zoraida Ávalos es gravísimo. Cualquier persona con convicciones democráticas…
—Tendría que estar alarmada.
—Tendría que estar alarmada. Hacia eso vamos: estamos teniendo un grupo que se está apropiando cada vez más del poder. Por eso, no sería una sorpresa si finalmente la calle explota, que esta presión explote en Lima, que es lo que le tiene miedo el actor político centralizado. Muchos de estos congresistas ya ni van a regiones.
—Del gobierno de Castillo al de Boluarte, a grandes rasgos, hemos pasado de un signo ideológico a otro. ¿Reflejan a su manera los males de la izquierda y la derecha?
—Sí, pero no haría una equidistancia porque lo que hemos visto estos meses es especialmente brutal. Yo estoy muy tocado por la forma en que se pudo actuar de esa manera, que haya evidencia con lo de Amnistía Internacional, el New York Times, y que te sigan diciendo “algo habrán hecho”. Ese “algo habrán hecho” es bien ochentas peruanos. Es una forma de…
—¿Quitarse la responsabilidad?
—Claro. Yo pensaba que ese grado de respuesta frente a tantos muertos no era ya tolerable y que lo sea es una muy mala noticia. No se trata de hacer equidistancias y decir que la izquierda ha hecho lo mismo. La izquierda hasta ahora no se ha pasado un sapo de esas características. No se ha matado a 30 personas protestando contra Pedro Castillo y la izquierda ha dicho “bueno, pues, eran pequeñoburgueses”, o “eran agentes de intereses externos”. Eso no ha pasado. Dicho esto, el gobierno de Castillo sí mostró que hay pulsiones autoritarias muy claras en la izquierda. Basta ver el Twitter de Vladimir Cerrón. En la propia forma, como entienden la composición de una posible Asamblea Constituyente, con la excusa de que se debería buscar una mejor representación, te traen de contrabando que la mitad sea de asociaciones que se parecen a ellos. También creo que la izquierda no reaccionó frente a otros temas que tenían que ver no solo con asuntos democráticos, sino de buen gobierno, buena gestión y corrupción. A pesar de lo que vimos en el gobierno municipal de Susana Villarán, la izquierda mantenía la idea de que no ha robado como los otros. Eso también se perdió. Esta izquierda más dura sale muy golpeada en términos democráticos.
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—La violencia, las violaciones a los derechos humanos, ¿es lo que ha hecho que las movilizaciones —hoy— no sean tan fuertes como meses antes?
—No creo que solo eso. Es parte de la historia. La otra parte, considero, es que en las protestas en contra de Boluarte, que vienen de ciertas regiones, se cuelan temas que no son precisamente los que en Lima se aprecian. La idea de que lo de Castillo, no fue un golpe, por ejemplo, o la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Ojo, en Lima hay una base que quiere una asamblea, pero hay diferencias sobre cómo debería convocarse. También es verdad que, desde la comunicación política, es difícil que la población de Lima participe activamente de una marcha que se llama “la toma de Lima”. Y al mismo tiempo, los que vienen desde otras regiones están molestos porque no sienten que en Lima haya solidaridad con lo que les ha pasado. Hay una represión, sin duda, pero también hay una división de agendas muy fuerte. No se gana nada poniéndote limeñazo y diciendo “solo marcho si es que no pides liberación de tal o no sé qué”. Y tampoco se gana nada diciendo “yo llegué primero y mi agenda constituyente es la que vale”. Hay que reconocer…
—Que hay diferencias, por supuesto.
—Y cuando hay suficiente gente en la calle, se decantan los temas centrales de la protesta, como el adelanto de elecciones, o la molestia contra la representación que nos gobierna.