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Política

Ricardo Cuenca: "El ministro Becerra no solo es funcional, es protagonista en los retrocesos en educación"

El exministro de Educación analiza la gestión actual del Minedu y su impacto durante los últimos cuatro meses. “Hay que preguntarle a la presidenta Dina Boluarte si cree que lo que se está haciendo en el sector es lo que se debe de hacer, eso nos debería responder”, dijo Cuenca.

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Se quedan. Cuenca cree que Ejecutivo y Congreso permanecerán en el poder hasta el 2026. Foto: difusión

Desde el Ejecutivo y el Congreso se percibe de manera muy clara la intención de desandar lo que se había logrado avanzar en materia de educación en los recientes años. Acaso el síntoma más grave sea la conversión de la Sunedu en algo que se parece a la desaparecida ANR. El exministro de Educación Ricardo Cuenca analiza el panorama.

—El Congreso aprobó el bachillerato automático permanente. ¿Qué le parece?

—Cuando en el 2014 se volvió a formalizar –junto a otras medidas– la presentación de un trabajo de investigación para obtener el grado de bachiller, se hizo bajo la idea de recuperar el espacio académico que las universidades iban perdiendo. Las exigencias del mundo laboral actual piden habilidades asociadas con la flexibilidad, al razonamiento crítico, a la innovación y esas se desarrollan…

—¿Con la investigación?

—Con competencias de investigación. No es que todos se vayan a volver investigadores, imposible, pero en nuestro sistema educativo deberíamos asegurar que todos tengan habilidades básicas para investigar. Pero hay que decir que la norma aprobada tiene una trampa.

—¿Cuál es?

—La norma dice que el trabajo de investigación se reemplaza por un curso de trabajo de investigación durante la carrera. Eso ya existía. Los jóvenes que creen que se les ha aliviado tendrán que hacer una investigación en solo 16 semanas, en un ciclo. Es un engañamuchachos. 

—También preocupa la Sunedu, capturada por un sector de universidades con intereses. ¿Cómo ve su futuro?

—En el fondo ya no existe la Sunedu y ahora tenemos una ANR/Conafu.

—¿Sería posible retomar la senda?

—Siempre es posible, pero tendremos que esperar a que este Congreso y Ejecutivo que no creen en la reforma universitaria terminen su periodo en el 2026 porque no creo que lo hagan antes. Hay que hacer una lista de todos los estropicios cometidos en educación desde la llegada del expresidente Pedro Castillo y la continuidad con la presidenta Dina Boluarte para tratar de recuperarnos, sobre todo en las reformas docente, universitaria y curricular. 

—El currículo obsesiona al Congreso. ¿Qué tanto hemos retrocedido en este campo?

—Retóricamente al menos, mucho. Se había logrado colocar algunos procedimientos y contenidos a partir del currículo aprobado el 2016 y ahora, por intereses y perspectivas conservadoras, se empieza a limitarlo.

—¿El ministro Becerra es funcional a estos sectores conservadores, al Congreso?

—El ministro Óscar Becerra no solo es funcional, sino que es protagonista en los retrocesos en Educación. Hay que preguntarle a la presidenta Dina Boluarte si cree que lo que se está haciendo en el sector es lo que se debe de hacer. En política hay que ser transparentes y no buscar justificaciones. Y no tenemos un debate público porque, creo, Ejecutivo y Congreso han renunciado a hacer política.

Ministro Becerra es cuestionado por su trabajo frente al Minedu. Foto: difusión

—Quizás política educativa. Sí se ponen de acuerdo para mantenerse en el poder. ¿A las elecciones generales adelantadas hay que echarles tierra?

—Estoy convencido de que van a quedarse hasta el 2026. Tendría que pasar algo muy particular para que esto no acabe antes. En este país pareciera que los actos de corrupción tienen más peso que las muertes. Las cosas empiezan a ponerse más complicadas ahora.

—No se me ocurre una razón más potente para cambiar autoridades que más de 60 muertos por protestas, la mayoría por proyectil de arma de fuego.

—Es un argumento más que razonable, el tema es que la razonabilidad no forma parte de la política peruana. Y si llegase a pasar algo será por estas denuncias de corrupción que están saliendo contra la presidenta, o por la cantidad de consultorías que sí han hecho los congresistas, incumpliendo con la ley.

—¿Nuestra democracia se ha deteriorado?

Es que no solo no hay un solo culpable. No hay una disculpa sincera por parte de las autoridades. Lo que vemos son disculpas disfrazadas, en las que dicen “disculpas, pero son azuzadores”. No se sienten sinceras. Nuestra democracia está llegando a un punto de precarización muy alto. Ha sido un proceso de largo aliento, no es algo solo de coyuntura. No se trata de que el expresidente Castillo haya hecho un autogolpe y haya generado esto.

Esa es la parte coyuntural. Lo estructural es que, desde hace mucho tiempo, nuestra democracia se concentró en la parte del régimen, en la parte política, pero no en los ciudadanos, en lo cotidiano, que hace que nos entendamos unos con otros en un espacio público y de debate…

—Que nos toleremos.

—Ya sea en un gran debate general o en el cumplimiento de una norma de tránsito. Estamos en una situación en la que se expresan, sin pudor alguno, las limitaciones de nuestra democracia. Y costará levantarnos.

—¿Cuáles son esas condiciones estructurales que llevaron a las protestas que empezaron en diciembre?

—Que nunca supimos, ni históricamente ni en el corto plazo, soldar las fracturas de la sociedad. Una sociedad no cohesionada está condenada a tener una democracia de muy mala calidad y precaria. Nos podemos ir muy atrás, a la herencia colonial de la República, como diría Julio Cotler, pero no es necesario. A partir de la recuperación de la democracia en el 2000 podemos percatarnos de estas fracturas.

—¿Fueron veinte años perdidos desde el 2000? ¿Casi perdidos?

—Fueron veinte años perdidos para la democracia de los ciudadanos. Fueron mejores para la democracia política…

—Más procedimental.

Exacto. Para esa democracia se mejoró mucho. Sin embargo, no fue igual para la idea de que los ciudadanos tienen una agencia, una posibilidad de actuar en el espacio público a partir del reconocimiento del otro, sin ningunear a ese otro por cosas que van desde el racismo, hasta el terruqueo y cuestiones de clase.