Como dice el famoso verso, “la resaca de todo lo sufrido”, llegará, terminado todo el zafarrancho electoral, este lunes. Es como cuando acaban los mundiales de fútbol y por algunos días te repiten los goles que hicieron gritar a la gente. Lo alargas un poquito, pero la agenda cambia. La adrenalina alta de este final, mantiene en alerta, pero, poco a poco, se regresa a lo cotidiano: trabajar, estudiar, pagar gastos y créditos, nacer, enfermarse, curarse o morirse. La vida ordinaria, que por unos días deja de ser la protagonista de las conversaciones familiares, regresa a tomar su posición de dominio. Es bueno que esto sea así. Las campañas dejan extenuados no solo a los políticos y periodistas, rodeados de presiones para tomar decisiones definitivas, cada día. Cansa, sobre todo a un abrumado elector, porque en el fondo, sabemos ya, que todo lo dicho en el proceso, pese a todas las cautelas tomadas, tiene un componente de cortejo nupcial. Y no hay nada más falso que las falsas promesas de amor. El lunes comienza el camino para que las promesas rotas vuelvan a ser las protagonistas por cinco años. Una a una, caerán. Nos gusta engañarnos, pero la farsa termina rápido. Sin embargo, son los miedos los que no se van a ir tan pronto. Dos preocupaciones alzadas en esta campaña no son ni promesa rota, ni dulces palabras de amor. El miedo a la infiltración del narcotráfico en la política ha sido, por primera vez, un tema de campaña. Ha estado y está con nosotros desde hace años, pero no se había hecho tan explícito. El segundo miedo es el perder un esquema democrático que, con todas sus falencias, es todavía aceptado mayoritariamente como el único que garantiza libertad y desarrollo. Ambos miedos han perjudicado la candidatura de Keiko Fujimori en el último tramo post debate. Los miedos mutan. Un buen político los detecta y los enfrenta. Crisis económica fue un miedo aplastante en los ochentas y noventas, como lo fue el terrorismo. El desempleo fue el miedo mayor al inicio del siglo XXI. Hoy lo es la seguridad, pero también la aspiración de prosperar y el miedo a un retroceso que lleve de regreso a la pobreza a los millones que dejaron de serlo en los últimos 15 años. Lamentablemente, una disposición legal, a estas alturas absurda, no me permite hablar con libertad. Por WhatsApp millones de peruanos reciben hoy las encuestas confidenciales de las encuestadoras que realizan este sábado su simulacro principal, que sirve de referente para el día electoral. Todos las conocemos, pero estamos prohibidos de hablar de ellas. Las penas de multa son bastante elevadas. Es decir, no podemos hablar de lo que ya todos conocen, como una familia que murmura un supuesto oscuro secreto del cual hasta los más pequeños tienen conocimiento absoluto. Hace mucho tiempo que la tecnología, y la prensa extranjera que publica en internet, venció a la ley. Es hora que la ley se ponga a tono con la tecnología. Solo puedo decir que me preparo para lo peor y espero lo mejor. Deseo, lo que todos deseamos para los próximos cinco años: paz social con amplia libertad de expresión, crítica y protesta; crecimiento económico con redistribución inteligente; demolición del narcotráfico y sus secuelas criminales y sociales en la salud de miles de jóvenes adictos; seguridad, pero dentro de esquemas democráticos que reconozcan derechos a inocentes, innovación, reforma institucional, libertades para todos. No será fácil en ningún escenario, pero el Perú lo tiene todo para lograrlo. Solo estamos a un voto de cambiar el rumbo de nuestra historia. A usarlo bien. Que cuente. ¿Y después? A seguir adelante, que la vida continúa.