Por Raúl Tola La polémica por la igualdad de los derechos de los homosexuales acaparó titulares estas últimas dos semanas de la manera menos deseable: a partir de declaraciones poco felices, ejemplos del pensamiento machista, conservador y trasnochado que deberíamos desterrar. Primero fue Luis Castañeda. Cuando Carlos Bruce señaló que los ataques de SN contra Alejandro Toledo estaban motivados por el nerviosismo, ya que el ex primer mandatario marcha primero en las encuestas, Castañeda replicó: “Bueno, ésa es una loca…”. Ante el estupor generado, hizo una pausa y, como quien disimula, añadió: «Es una loca afirmación que se hace al respecto». Antes de improvisar otra respuesta de este calibre, al candidato de SN le convendría entender que, cuando habla, se dirige a un auditorio nacional, vasto y diverso, que merece respeto e inteligencia, y no solo a sus amigos de peña. Poco después fue monseñor Luis Bambarén, que dijo: “Por qué hablan tanto de gay, gay, gay. Hablemos en castellano, en criollo: son maricones. Así se dice, ¿sí o no?”. Estimo mucho a monseñor, quien llegó a disculparse por las palabras ofensivas, pero no puedo dejar de lamentar un exabrupto que, como el de Castañeda, transpira homofobia y prejuicio. Finalmente, la Conferencia Episcopal publicó: “Al servicio de la dignidad humana y el bien común”. Allí, preocupados por el debate electoral, y cumpliendo con “el deber de orientar a los fieles en aquellos planteamientos que, por sus implicaciones religiosas, contradicen las enseñanzas de la Iglesia”, los obispos insistieron en su defensa de la familia, y en su conocida oposición al aborto, la eutanasia, la manipulación genética y el matrimonio homosexual. Curiosamente, de este último nadie ha hablado en la campaña, salvo Kenyi Fujimori, a quien hay que reconocer el mérito. En lo que todos los candidatos parecen estar de acuerdo –quizá para evitarse un compromiso más profundo, que produzca el distanciamiento de los votantes más tradicionalistas– es en la necesidad de una unión civil, que genere derechos patrimoniales entre las parejas de gays que, con el orden actual de las cosas, no pueden heredar a la muerte de su compañero o compañera. ¿Por qué los obispos confunden los términos? Supongo que para producir desconcierto e impedir que esta propuesta prospere, temerosos de que las uniones civiles sean un primer paso en el camino hacia la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo que, por cierto, tarde o temprano ocurrirá. Porque, como dice MVLL: “Los argumentos contra el matrimonio gay no resisten el menor análisis racional”. Criollismo, prejuicio, mentira: estas tres opiniones reflejan la sustancia y profundidad de quienes, aun sin saberlo, al estigmatizar o discriminar a los homosexuales –con bromas, insultos, recelos o arbitrariedades– en el fondo se oponen a la libertad de elección y a la igualdad ante la ley.