
La República conversó con Carlos Parodi Trece, economista y profesor de la Universidad del Pacífico, a propósito de la publicación de su más reciente libro: Populismo en el Perú: teoría, historia y práctica. La obra ofrece un repaso amplio del concepto de populismo, sus raíces y usos en distintas tradiciones de pensamiento, al tiempo que lo sitúa en la compleja realidad peruana.
A. Céspedes: En el libro hay una constante: la apelación a la dificultad fundante del término “populismo”. Muchas escuelas de ciencia política lo consideran un concepto vago. A pesar de ello, ¿por qué usted insiste en definir el populismo? O, si me permite reformular, ¿por qué cree que, a pesar de su complejidad, es relevante estudiarlo?
Prof. Parodi: La razón principal por la que considero importante buscar una definición es que el término populismo se usa cotidianamente, en general de manera descalificatoria, pero se usa siempre. Entonces, la pregunta es: si se utiliza con tanta frecuencia, ¿todas las personas que lo emplean tienen la misma idea de lo que significa? Lo que encontré es que no. Por eso me enfrasqué en una lectura profunda de los antecedentes del término, con el fin de llegar a una definición. Si bien hay varias escuelas que lo intentan definir de manera parecida, hay algunas cosas que, Alejandro, me quedaron muy claras.
Lo primero es que el populismo, sea lo que fuere, es un término muy usado: por la academia, por la prensa, por los ciudadanos de a pie, por todos. Lo segundo es que, si el populismo existe, es porque sirve para ganar; de lo contrario, no existiría. Lo tercero es que, tras revisar muchas definiciones, creo que en el caso peruano el populismo puede entenderse como una estrategia utilizada por líderes de derecha e izquierda, de todo signo político, que contiene un mensaje muy claro.
Ese mensaje tiene dos elementos. Por un lado, el liderazgo carismático y personalista en el que la población cree. Y por otro, la división de la sociedad en dos grupos. El primero es la élite, que puede ser cultural, académica, política, económica, etcétera. De esa élite se asumen básicamente dos cosas: que es corrupta y que no representa a los excluidos, discriminados o marginados. El segundo grupo es el “pueblo”, compuesto precisamente por quienes son marginados o discriminados, y que solo importan a la élite en época electoral, cuando se necesitan votos.
El problema es cómo definimos “pueblo”. Por ejemplo, podemos identificar a Donald Trump como populista, pero su “pueblo” no es el mismo que el de Pedro Castillo ni el de Alberto Fujimori.
A. Céspedes: En ese sentido, la definición de pueblo es una construcción que depende del líder del momento.
Prof. Parodi: Ese líder se arroga la representación del pueblo: afirma que, como ha estado marginado, él viene a salvarlo y a representarlo. Hasta aquí no hay necesariamente una postura ideológica, sino simplemente una estrategia. El líder populista, una vez en el poder, suele seguir dos caminos: mantener el mensaje populista o abandonarlo.
En la historia del Perú, desde Guillermo Billinghurst en 1912 hasta hoy, casi todos los líderes han sido populistas, con excepción de figuras como Valentín Paniagua y Francisco Sagasti, que llegaron al poder por circunstancias extraordinarias y no por elección. La estrategia populista sirve para ganar, pero cuando se topa con los límites económicos —por ejemplo, no se puede gastar indefinidamente por encima de los ingresos—, surgen los problemas.
Por eso pienso que en 2026 ganará quien prometa más y logre transmitir mayor credibilidad.
A. Céspedes: Ha hablado de la palabra “pueblo” como un concepto que define al tipo de populismo que asume el líder populista. En el contexto peruano actual, pensando en 2026, los líderes son muchísimos. Ante esa proliferación de candidatos que van a prometer de todo, y considerando que ya tenemos un Congreso al que también se acusa de ser populista por sus iniciativas de gasto, ¿cómo ve usted la evolución de las metodologías populistas para llegar al poder?
Prof. Parodi: Mira, Alejandro, tu pregunta es muy buena. Lo primero que me sorprende es que un país tan complejo como el Perú, atravesando además una situación tan complicada, tenga a 40 personas que crean que poseen la solución. Eso me confunde.
Entonces uno se pregunta: ¿qué los motiva realmente a postular? Yo lo que veo es que predomina más el interés personal que el verdadero interés por el país. Pero, claro, el populismo es un concepto que se reinventa: es una estrategia que cambia en función de las circunstancias para convencer al votante y llegar a lo que se denomina pueblo.
Si pensamos en el presente, sin ánimo de leer el futuro —porque nadie puede hacerlo y menos en el Perú—, yo creería que un líder populista que prometa, exagerando, que en cinco meses terminará con la inseguridad porque “sabe cómo hacerlo” y porque tiene a las Fuerzas Armadas o a tal o cual recurso, y que además sea carismático y personalista, convencerá a la población y llegará al poder.
El problema es que esa promesa puede ser falsa. Y en un escenario futuro el populista dirá: “para poner orden necesito que el Congreso no me trabe, que el Poder Judicial me dé libertad para avanzar”. Y así comenzará a concentrar el poder.
Insisto: no importa si es de derecha o de izquierda, la tendencia es a concentrar el poder. Y eso me parece gravísimo porque va contra la democracia. Lo vemos en Estados Unidos, en Venezuela, en Hungría, en Polonia. Quienes creemos en la democracia debemos evitar esa concentración.
El populismo, en todas sus variantes, no se limita a la ideología. Orbán en Hungría, Kaczyński en Polonia, Trump en Estados Unidos son de derecha. Chávez en Venezuela era de izquierda. No importa.
A. Céspedes: El populismo es una estrategia que sirve para ganar y gobernar en el “durante”, pero necesita estar soportado en una ideología que determine las medidas concretas.
Prof. Parodi: Por eso digo que el populismo es, en ciencias sociales, una ideología débil: una máscara, un mensaje. Y en última instancia lo que hace es justificar la concentración de poder para “quitarle” a unos y “devolvérselo” al pueblo.
Los populistas, además, tienden a fracasar. Cuando las cosas no funcionan, culpan a la élite, mientras tras bambalinas siguen manejándolo todo y cometen errores de los que nunca se hacen responsables. El populista nunca tiene la culpa: el pueblo le otorga libertad porque cree que todo lo hace en su nombre.
El problema es que, desesperados por cumplir lo prometido, toman medidas económicas sin sustento, aunque suenen bien. Un ejemplo: Ollanta Humala en 2011 prometió que el balón de gas costaría once soles. La gente lo creyó, pero al llegar al poder el precio subió. Eso muestra que seguimos atrapados en promesas irrealizables que destruyen la democracia o la economía.
A. Céspedes: En su libro usted diferencia entre el populismo como estrategia para llegar al poder y el populismo como estrategia para mantenerlo y generar gobernabilidad. Dedica varias páginas a explicar la formación populista de Fujimori, a la que denomina “neopopulismo”. ¿Ve similitudes con el gobierno actual de Dina Boluarte?
Prof. Parodi: Yo creo que Dina Boluarte no ha podido ser una populista exitosa. Más allá de sus resultados, que incluyen graves violaciones a los derechos humanos —como también ocurrió con Fujimori—, la diferencia es que Fujimori sí logró mantener identificación con el pueblo gracias a cierto carisma y liderazgo.
El gran problema de Boluarte, además de la incapacidad evidente de su gobierno, es que no sabe llegar a la población. Y un populista no puede existir si no logra conectar con la gente. Algo similar pasó con Pedro Castillo: intentó llegar, pero no lo consiguió; prueba de ello es que su propia bancada se dividió muy rápidamente.
La condición sine qua non para el populismo es el liderazgo carismático que se convierta en guía del pueblo marginado. Dina Boluarte no lo tiene, por eso su gobierno depende de pactar con el Congreso para sobrevivir.
Cada populista, como Fujimori en los noventa o Humala en 2011, encuentra un “caballito de batalla” para sostener su mensaje. El populista necesita siempre un enemigo, no solo un rival. Tanto en campaña como en el poder, se construye contra alguien: partidos, empresas, élites.
A. Céspedes: Actualmente la concentración de poder la tiene el Parlamento. ¿Cómo cree que esta “parlamentarización” afecta al fenómeno populista en el país?
Prof. Parodi: Mucho. El Ejecutivo se convierte en un ente guiado por el Parlamento. Y el problema es que el Congreso es una mezcla de intereses personales distintos: unos quieren retirar toda la AFP, otros triplicar sueldos. Cada uno tiene su agenda. Eso hace que el populismo sea poco viable, porque las promesas son tantas y tan contradictorias que la gente se confunde.
Además, muchos congresistas están más preocupados por asegurar su pase al Senado que por resolver problemas reales. Porque lo que pasa en el fondo es que, en la historia del Perú, las élites no han defendido a los más necesitados. Los han mantenido con políticas, si quieres tú, clientelistas.
Aquí conviene distinguir: el populismo no es clientelismo. El clientelismo es el intercambio directo: te doy pan con mantequilla a cambio de tu voto. El populismo es una estrategia más amplia. Fujimori combinó ambos: el discurso del “presidente como tú” con políticas clientelistas.
En este año preelectoral abundarán las promesas populistas. Lo decisivo será quién logre dos cosas: tener carisma y saber identificar los grandes problemas del país con soluciones aparentemente rápidas. Aunque la realidad sea compleja, la población sigue prefiriendo creer en la ilusión de una salida inmediata.
A. Céspedes: En la consolidación del populismo también hay un terreno fértil: la crisis. ¿Cuál es su perspectiva frente a las próximas elecciones?
Prof. Parodi: Lo primero que quiero subrayar es que la preocupación por los marginados es legítima y debería ser compartida por todos. Pero la estrategia populista no es la solución porque atenta contra la democracia y contra principios básicos de la economía.
El populista rompe lo elemental. Fujimori, por ejemplo, estabilizó la economía macro, pero en 2001 aún había 58% de pobreza. Por eso hablo de un populismo microeconómico: medidas muy vinculadas al clientelismo para convencer votantes.
De cara a 2026, el populismo volverá a reinventarse. Como dice Paul Taggart, es un camaleón. En el Perú la máscara que se impondrá será la de un líder muy carismático, centrado en los problemas que hoy señalan todas las encuestas: inseguridad y delincuencia. Sin populismo, no será muy difícil ganar. El populismo seguirá siendo dominante en las campañas
Lo que más me preocupa es la concentración del poder y el riesgo de que se destruya la democracia. Eso no debería ser negociable.
A. Céspedes: En la región y el mundo, el populismo con mayor arrastre entre los ciudadanos tiene hoy un sello conservador. Sin embargo, al convertirse en gobierno, suele transformarse en mercantilismo. ¿Cómo ve esa fórmula para el Perú?
Prof. Parodi: Coincido plenamente. Existe una tendencia real hacia el radicalismo conservador. Y el Perú, según especialistas, es mayoritariamente conservador: lo eran Castillo, Boluarte, López Aliaga.
La pregunta es si ese radicalismo conservador podrá llegar a 2026, considerando el desprestigio de esas figuras. Si alguien logra enarbolar esa bandera con carisma y conexión popular, tiene grandes posibilidades de ganar.
La estrategia conservadora asociada al libre mercado y a la inversión privada parece ser la fórmula en expansión en el mundo. Aunque Estados Unidos, con sus medidas proteccionistas, muestra algunas variaciones, el patrón es claro: gobiernos que combinan discurso conservador con prácticas mercantilistas, como Trump gobernando para un grupo de amigos.
En el Perú, mirando la historia reciente, conviene prestar atención también a quiénes serán los vicepresidentes de cada plancha electoral.

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