La socióloga Noelia Chávez ha publicado en coautoría con Omar Manky, el libro “Universidad y política en el Perú. Un siglo de mitos, proyectos y fracasos” (Planeta, 2023) donde tratan la influencia mutua de universidad y política, la larga historia de fracasos, resistencias y esfuerzos por salir delante de las casas de estudios, hasta llegar hasta las últimas arremetidas de parte de la coalición gobernante contra los intentos de reformas en el sistema universitario, la intervención en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, los embates contra la Sunedu... y contra todo lo que signifique pensamiento crítico y sirva al bien común, no a algunos partidos y dueños de universidades.
- ¿Cómo nos explicamos que la universidad haya dado a la política, en el tiempo, personajes tan disímiles, como Haya y Belaunde hasta los Acuña o Luna Gálvez?
Las universidades son espacios plurales, no solo de formación profesional sino de generación de conocimientos y pensamientos. Lo extraño sería que produjeran personajes homogéneos, con una sola línea de acción. Eso sería peligroso para la democracia. Sin embargo, lo que encontramos es que la forma que ha ido adoptando nuestro sistema universitario, a lo largo de las décadas, un sistema cada vez más privatizado, atomizado y alejado del debate público, está produciendo personajes que se interesan en la política para impulsar sus proyectos y ambiciones personales, en lugar de políticos de distintas posturas ideológicas que se preocupen por el bien común. Haya, Mariátegui, Belaunde, pensaban distinto sobre la realidad nacional, pero tenían proyectos de país.
-Señalan en el libro tres etapas: la de los años 20, con la búsqueda de la democratización de la universidad; la de los 60 cuando la universidad se radicaliza; y la tercera a partir de los 90, cuando se deja en las manos del mercado a la universidad ¿Estas etapas son el reflejo de cómo fue evolucionando nuestra vida política y social?
En el texto planteamos un doble reflejo: el sistema universitario es producto de la vida política y social del país, pero también ocurre a la inversa, la vida política y social del país es, en parte, producto del tipo de sistema universitario que tenemos. Lo interesante es que no es un círculo vicioso: también se responden el uno al otro. Por eso, no tenemos ni el mismo sistema universitario, ni el mismo país que teníamos a inicios del siglo XX. Vale la pena resaltar que la universidad es uno de los espacios donde han germinado ideas de cambio social importante y, cuando estas han sido extremistas, igualmente han logrado mantener espacios de resistencia y democracia. El Estado, en cambio, ha sido bastante opresor de las ideas de cambio a lo largo del siglo XX.
-Se señala en el libro que, a lo largo del tiempo, a medida que la universidad entraba en crisis, también hubo esfuerzos por mejorar el sistema universitario, pese al crecimiento feroz y desordenado de la universidad en los últimos años. Puede mencionar algunos de esos esfuerzos.
Claro. Muchas personas leen el libro como una historia de fracasos del sistema universitario. Pero también podemos leerlo como una historia de resistencias y esfuerzos por mejorar. El primero de ellos es la reforma universitaria de los años 20 que buscaba abrir la universidad al país. Ello contribuyó a la extensión de un sistema universitario en el territorio nacional, la masificación de la enseñanza, la inversión en investigación aplicada, entre otros. Luego, durante las épocas más difíciles del conflicto armado interno, las universidades fueron espacios de resistencia frente a Sendero Luminoso y la intervención estatal. En un inicio, la creación de la Asamblea Nacional de Rectores en los 80, también fue un intento de devolverle centralidad e importancia a las universidades en la vida pública. Luego de la liberalización del mercado educativo de los 90, los esfuerzos fueron más estatales: se creó una comisión para la segunda reforma universitaria durante la transición democrática, de ahí se creó el SINEACE y posteriormente se aprobó la Reforma Universitaria en 2014 que crea a la SUNEDU para regular la calidad de un sistema universitario desbordado.
-¿La creación de la Sunedu, su ascenso y caída, reflejan la manera en que se trata la educación en el Perú?
Creo que refleja algo más profundo. La SUNEDU es una institución que entra a regular un sistema repleta de enemigos poderosos que se beneficiaban del sistema de la autarquía. El ataque constante que ha recibido la institución desde su creación refleja el miedo de estos actores poderosos a que el país tenga un sistema universitario más competitivo, más poderoso que ellos. No solo es un miedo a quedar fuera, sino que este sistema empiece a producir nuevamente liderazgos que piensen en el bien común y no únicamente en el bienestar personal. Ahí quedarían disueltos por completo.
-Hay un dato en el libro: en unos 10 años el Perú pasó a tener de 5 universidades con 20 mil estudiantes a 139 con más de un millón y medio de alumnos, ¿ese crecimiento vertiginoso fue por la manera en que la clase política enfocó la educación o porque el crecimiento de la sociedad peruana lo hacía inevitable?
Definitivamente el país sigue creciendo el términos demográficos, y ello implica una mayor demanda por servicios educativos y, en consecuencia, el crecimiento de la oferta. El problema no es crecer sino cómo se crece y para qué se crece. En ese sentido, el país optó por crecer para ampliar cobertura, pero dejando de lado tanto la calidad como un acceso igualitario a una buena educación. La forma en que los políticos peruanos abordaron el problema de la demanda dista de lo que ocurrió en otros países de la región que también liberalizaron su educación: acá se despreció y relegó el servicio público y se impulsó una privatización sin supervisión. Entonces el objetivo de la educación se tergiversa, deja de ser una derecho para ser un servicio donde lo importante no es el fortalecimiento del espacio de enseñanza-aprendizaje, sino la utilidad que recibe el dueño o la autoridad de turno.
-Las universidades privadas se vuelven más elitistas ¿era inevitable que esto sucediera?
Hay universidades privadas de todo tipo. Las privadas de élite, caras, que suelen tener mejor calidad, y las privadas masivas, baratas, pero cuyos títulos valen poco o nada en el mercado laboral. Esta situación en lugar de cerrar brechas sociales y económicas las reproduce e incluso agudiza. La educación es un tipo de mercado muy especial. Sin un Estado que regule lo esencial, tergiversa sus fines. Entonces se crea un sistema universitario privado para ricos y uno para pobres, donde saltar de un lado al otro es prácticamente imposible. Eso genera no solo desigualdad en derechos sino malestar social que se va acumulando.
-¿Cómo se encuentra la organización estudiantil en estos momentos? ¿Hay un desinterés por la política? ¿No se sienten representados por los políticos y descreen de la política en general?
Aunque el Perú no tiene un movimiento estudiantil fuerte, antes de la pandemia existían algunos espacios de organización. Gremios, federaciones, coordinadoras. Sin embargo, la pandemia debilitó esos esfuerzos y las universidades no hicieron mucho para mantenerlos o recobrarlos. Los estudiantes están re-aprendiendo a hacer política en la universidad y hay esfuerzos en ese sentido. Aunque son pocos, encontramos un bloque estudiantil en las manifestaciones… Sobre el interés en la política por parte de jóvenes, las encuestas muestran que hay olas, con picos de mucho interés y luego caídas. Pero hay que diferenciar entre el interés por la política en general y el “desprecio” por la política institucional. Son dos cosas diferentes. Es posible que el desencanto con el gobierno y los políticos de turno afecte al interés en la política, pero no quiere decir que no exista. En la última encuesta del IEP, casi un 50% de los jóvenes de 18 a 24 indica tener algo o mucho interés en la política mientras que 4 de 10 señalan que estarían dispuestos a participar en un movimiento o partido. Para el contexto político actual son cifras bastante alentadoras.
- ¿Las medidas de represión terminaron por aletargar al movimiento estudiantil?
Así como hay ventanas de oportunidad para que los movimientos sociales aparezcan y crezcan, es decir, condiciones políticas que impulsan su desarrollo, también existen situaciones de amenaza que los repliegan. La represión es una ellas. Enfrentarse a un gobierno que puede matar en contextos de protesta, puede traer costos muy altos. Es más difícil convencer a las personas de salir a marchar en contextos de alta represión e impunidad. Pero en el caso del movimiento estudiantil hay otros factores, como la pandemia, que disolvió lo poco que existía y creo una brecha generacional entre líderes con más experiencia y nuevos liderazgos.
-¿Hay desidia estudiantil por efecto del ‘terruqueo’ y las medidas de coerción?
Tendría cuidado con usar la palabra “desidia” en este contexto. Movilizarse no es sencillo y usualmente el número de estudiantes que marchan no es alto, salvo episodios específicos como contra Merino. Ahora estamos en otro momento. Hay hartazgo y fastidio, pero eso no es suficiente para pasar a la acción, y hay elementos que la hacen costosa como la represión o la falta de una organización estudiantil más sólida. El ‘terruqueo’, específicamente, ha sido una herramienta constante desde hace varias décadas para deslegitimar la protesta y estigmatizar a los manifestantes que cuestionan el status quo. Con el tiempo perdió centralidad, incluso se hacía mofa de ella. Sin embargo, ha ganado un nuevo impulso a raíz de las protestas contra Dina Boluarte, cuyo grueso de participantes es de regiones. La coalición autoritaria quiere vincularlos con Sendero Luminoso, que fue vencido hace 30 años. Hay una narrativa creciente al respecto, pero no tengo información de cómo ello afecta a los estudiantes en su capacidad de organizarse y marchar. Hay otros factores que parecen tener más peso que ese discurso forzado y poco veraz.
-¿Por parte de los políticos también hay responsabilidad en la distancia que hay con los universitarios?
En una democracia representativa, la bisagra entre la ciudadanía y el Estado deberían ser los partidos políticos. En su defecto, deberíamos esperar algunos liderazgos convocantes que eventualmente formen organizaciones políticas. En el Perú, no tenemos ninguno. Ni partidos ni liderazgos legítimos. La mayoría de los liderazgos que tenemos están pensando en el corto plazo y su propio beneficio. Eso hace, por supuesto, más difícil que las juventudes y universitarios se interesen por la política institucional. En ese escenario, el rol de las universidades como espacio de formación política y de proyectos paralelos de la sociedad civil como Recambio, son muy importantes para garantizar el quiebre del círculo vicioso de la política peruana y generar, al menos, lo segundo: liderazgos políticos que se preocupen por el bien común.
-Los partidos políticos en crisis, ¿eso hace que no sea interesante participar en ellos?
Efectivamente, la crisis de los partidos hace que no existan espacios de formación y carrera política en el Perú. Acá tenemos que empezar, otra vez, desde cero. Ahí es donde las universidades, me parece, tienen un rol central, como espacio formativo y aprendizaje político a través de la política universitaria, y también como un espacio de debate sobre lo público y la construcción de proyectos país.
-¿Hay un mensaje final en el libro sobre la relación universidades y política?
Creo que uno de los mensajes del libro es que, aunque el sistema universitario se haya convertido en un espacio encerrado en sí mismo y esté produciendo políticos con esa misma característica e incluso una ciudadanía indiferente a lo público, también ha sido un espacio histórico de resistencias y democratización. Hay universidades que tratan de no caer en esa lógica o hacen esfuerzos en el otro sentido. Por lo tanto, las universidades tienen el potencial de ser motor de transformaciones si retoma su rol político en el país.