En declaraciones brindadas a Sudaca y al programa de Canal N Agenda política, el secretario general de Perú Libre, Vladimir Cerrón, ha brindado mayores luces sobre su proyecto político y su rol respecto del gobierno. Tiene una receta estatista, que llama economía popular con mercados. Su imagen pública es la de un personaje corrupto y vinculado con el terrorismo, cabecilla de una organización criminal vencedora de las elecciones, desde la cual ejerce de titiritero del presidente de la República. Esta visión simplista, aunque tiene agarres como el paseíllo por la televisión del fiscal Rafael Vela para decirnos que Perú Libre lava dinero ilícito —sin mayor base que la hipótesis de una investigación preliminar—, o como una extraviada indagatoria por terrorismo que involucra a Cerrón y al primer ministro Guido Bellido, ignora la verdadera naturaleza de los gobernantes. Son izquierdistas radicales que no van a ser derrotados por el Ministerio Público ni por los medios de comunicación.
La principal conclusión de las declaraciones no es novedad sino una reafirmación: ante la previsible negativa del Congreso para abrir el camino a una asamblea constituyente, Perú Libre buscará que Pedro Castillo, desde la presidencia, convoque a un referéndum con esa finalidad. Esto sería inconstitucional, pues el Congreso no puede ser marginado, pese a que habrá juristas que sostengan lo contrario. El momento de mayor confrontación ocurriría después de las próximas elecciones regionales y municipales, a fines del 2022. Podría ser en otro instante, vaya uno a saber.
Sabemos que Castillo y Cerrón comparten este objetivo. Aún no hay certeza de que, llegado el momento, el presidente lo hará. Muchas cosas pueden pasar desde ahora hasta el día del choque. Castillo es un enigma y Cerrón ha dejado entrever que el gobierno y Perú Libre podrían tomar caminos distintos. Es la derecha, dijo, la que desea romper su alianza. Pero es obvio que en la izquierda que participa en el gobierno (la de Nuevo Perú y Juntos por el Perú), y en el sector de izquierdistas liberales y de centro, también existen actores que desean fervientemente esa ruptura. A ellos se refería Cerrón cuando habló de una “conspiración caviar”.
En las entrevistas ha evitado actualizar esta contradicción, que es más por liderazgos que por programas. Cerrón sentenció que el Estado debía mandar al mercado, un precepto que no siguen las izquierdas de Chile, Brasil o Uruguay y sí las de países arruinados como Nicaragua, Venezuela y Cuba. En el Perú ningún grupo que se reclame de este sector ha deslindado claramente de las dictaduras de izquierda ni levantado un plan redistributivo confiable para las inversiones y para los más pobres. Sin embargo, es posible que Perú Libre en algún momento rompa con la tecnocracia izquierdista del MEF, donde Nuevo Perú tiene a Pedro Francke. Castillo sabe lo que piensa Francke de Cerrón. En cuanto a este, es seguro que en los zapatos del presidente hubiera elegido a otro ministro.
–Francke está más interesado en cuidarles las espaldas a los capitales —ha dicho en privado Cerrón—. ¿No se reunió con ellos antes de la asunción del gobierno?
La cuestión que no quedó esclarecida en las entrevistas es cómo logrará Perú Libre un apoyo popular mucho mayor para la gran confrontación. Pues todo lo que hizo Castillo en sus primeros quince días fue beneficiar a su oposición y perder la conexión que encandiló a gente muy distante de sus ideas. Quizá sus actos solo fueran pensados para sus parciales, algo típico en un dirigente sindical. En sus declaraciones Cerrón evitó responsabilizarse de las decisiones de Castillo como gobernante, aunque admitió que, para bien o para mal, nada de lo que le ocurra le será ajeno al partido. Y también se dirigió a quienes les tienen fe: sectores que le dieron la victoria en la primera vuelta, a los que el candidato de Perú Libre atrajo por encima de otras figuras de izquierda o de centro.
Son poblaciones que protestan. Gracias al enlace del discutido Guillermo Bermejo, Pedro Castillo fue recibido masivamente por los desconfiados cocaleros del Vraem. Con el actual premier Guido Bellido como operador, fue también vitoreado en Chumbivilcas, foco de conflictos sociales por la actividad minera. En estos lugares y otras zonas del sur andino golpeadas por la pandemia prendió el radicalismo de Perú Libre. Allí aún se mantiene el apoyo a Castillo, que ha caído en otros lugares.
De acuerdo con Ipsos, mientras a escala nacional la aprobación al presidente es de 38% y la desaprobación 45%, en el sur los porcentajes son del 58% y 21% respectivamente. Claramente es una minoría en el país, pero a Perú Libre le interesa no defraudar al votante de ese núcleo duro, que es la base social de aquí en adelante para cualquier futuro político de las izquierdas. Votantes a quienes no les interesa, o más bien puede gustarles, que el primer ministro Guido Bellido luzca impresentable para la clase política. Se supone que si vacan a Bellido, el Perú Profundo dirá que a uno de los suyos no lo dejan gobernar, y reaccionará apoyando a un gobierno que demuestra vocación para favorecer a los más pobres.
Otra interrogante sin respuesta es por qué los ganadores de las elecciones se olvidan del resto de peruanos. Cuando a Cerrón se le pregunta por las encuestas, responde que proceden del poder económico enquistado en los medios. Comprensiblemente, cual Lenin de Junín, sobreestima al partido, que deberá hacerse cargo de las firmas del referéndum y de las campañas políticas de las elecciones regionales. Pero si el gobierno nombra ineptos en los cargos públicos y desprecia a las otras capas y clases sociales, incluidas las más pobres que no votaron por Perú Libre, su caída estrepitosa no será culpa del neoliberalismo ni del imperialismo norteamericano. Y podría ocurrir antes, incluso, de que se discuta la pertinencia de una nueva Constitución.
Suscríbete aquí al boletín Política La República y recibe a diario en tu correo electrónico las noticias más destacadas de los temas que marcan la agenda nacional.