Fue un político de luces y sombras. Para él no había medias tintas ni diplomacia. Era un lenguaraz. Decía lo que pensaba en vivo y en directo sin descafeinar la declaración ni medir el impacto político.
En las elecciones de 2010, cuando postuló a la alcaldía de Arequipa, confesó que él robaba con decencia. “Si robas más del 10% ya eres un ladrón cruel” concluyó en aquella ocasión Don Lucho, mientras sus asesores que coordinaron la entrevista para lanzar su candidatura municipal, no sabían cómo callarlo. Una admisión de coimas no ayuda a ganar elecciones.”Mi lengua ha sido muy traicionera”, se arrepentía.
Nació en Juliaca en 1930. Hijo de Enrique P. Cáceres, comerciante arequipeño que comenzó como ambulante vendiendo baratijas. Luego emigró a Juliaca para consolidarse en el comercio textil. En la ciudad puneña, Enrique fundó una tienda que le hacía competencia a Carsa. En la familia, Lucho era el menor de sus hermanos Róger, Néstor y Pedro que sí pisaron la universidad San Agustín de Arequipa y la vivieron con fervor político. Les apodaron los Kennedy del altiplano, en alusión a la versión familiar de John F. Kennedy que gracias a su esfuerzo o empuje se abrieron un nicho en la sociedad norteamericana.
Los Cáceres fundaron el Frente Nacional de Trabajadores Campesinos (Frenatraca), apostaron a un tipo de política muy clientelar, donde predominaban los familiares, amigos y los cupos. Este movimiento regional de concepción izquierdista, no solo se contentó con ganar alcaldías en sur, aspiraron la alcaldía de Lima y la presidencia de la república. Fue el primer proyecto político con visión nacional.
Lucho Cáceres no era bueno en los estudios. Por eso de joven se dedicó a los negocios, junto con el padre. No quiso saber nada de la universidad. Era muy pragmático. Ese pragmatismo también lo llevó a la política cuando se convirtió cinco veces alcalde de Juliaca (1964-1983).
El historiador Jorge Bedregal la Vera sostiene que Cáceres es pionero de una manera distinta de hacer política en el Perú, la del fin justifica los medios. En sus lemas de campaña repetía: “obras son amores y no buenas razones”. Él también patentó aquella “roba pero hace obra”. Ese estilo parece haberse extendido a nivel nacional.
Con la experiencia ganada en Juliaca quiso convertirse en alcalde de Arequipa, la segunda ciudad del país que recibió oleadas de migrantes de Puno. Las sequías, el terrorismo y la pobreza los empujaron a buscar nuevos destinos. En la Ciudad Blanca, se reeligió dos periodos municipales (1987-1992). Sus paisanos fueron su gran colchón electoral. Las familias con añeja ascendencia arequipeña lo resistían, incluso apelando al racismo. Cáceres los provocaba más pero a veces perdía los papeles como en aquella ocasión que le sacó los dientes a puñetazos a Andrés Bedoya, un periodista que se refería a él en forma despectiva.
Bedregal sostiene que con Cáceres Velásquez el ciudadano comienza a mirar con otros ojos a la clase política. Acentuó su rechazo a los políticos atildados y de buen verbo. Adoptaban a personajes cercanos, que hablen y sientan como ellos. Cáceres ha explotado esa veta y la potenció con su picardía y criollada. En Arequipa llevó adelante un programa para reorganizar el comercio ambulatorio y algunas obras públicas importantes. Estas se financiaron con la venta de tierras. Vendieron cerca de 500 lotes. Ese tráfico también lo llevó a la cárcel por hacerse de una propiedad ajena. Estuvo cinco veces en prisión. La primera vez, en 1965, en El Sepa, reclusorio en la selva. Ese año, alcalde de Juliaca tenía 35 años y se vio involucrado en un violento conflicto social durante el primer gobierno de Belaunde. Por la influencia política de sus hermanos obtuvo una amnistía.
En el 2000 Arequipa lo eligió como congresista de la república, junto con su hijo Róger Cáceres Pérez. Ambos postularon por el Frepap. Ese año, Alberto Fujimori perpetró su tercera reelección ilegal. Para buscar gobernabilidad en el Parlamento, el asesor Vladimiro Montesinos Torres sobornó a parlamentarios de otras agrupaciones políticas para darle mayoría al fujimorismo. Los Cáceres formaron parte de esa triste historia. Aunque Don Lucho, asegura que Montesinos no le dio plata sino influyó para anular una sentencia judicial. Esta hubiese impedido su arribo al Congreso. Igual lo condenaron por recibir $ 25 000.
Esa patinada política marcó el fin de su carrera. En los siguientes procesos electorales intentó volver a los cargos públicos sin suerte. Sin embargo, siempre ha sido un personaje popular. Apodado como “burro blanco”, solía meterse en los corsos por el aniversario de Arequipa. Algunos lo aplaudían, otros le tiraban monedas. En los últimos años de su vida, la pasaba en su casa de Yanahuara. Se levantaba muy temprano a ejercitarse y tomar cucharadas de aceite de oliva. Leía mucho, le encantaba la historia del Perú.
Estuvo lúcido hasta sus últimos días. Una afección cardiaca lo llevó al hospital. Cuando parecía que lo peor había pasado falleció la madrugada del viernes.
Las cenizas del exalcalde de Arequipa serán llevadas a Juliaca. Las depositarán en el mausoleo de la familia. Ese era su deseo.
La Municipalidad Provincial de Arequipa le hará un homenaje en el salón consistorial hoy. Ayer izó las banderas a media asta en señal de duelo.
Javier Cáceres Pérez, hijo de la ex autoridad, contó que su padre ya había recibido las dosis de la vacuna contra la COVID-19, se había reinfectado pero esto no fue la causa de muerte. “Mi padre llevaba marcapasos hace dos años y se ha descompensado y no resistió una infección intrahospitalaria. Unos días antes hablábamos y me decía que estaba cansado”, indicó Cáceres.
Javier Cáceres recordó a su padre como alguien “duro, bastante comprensivo y dulce” que realizó varios trabajos como autoridad en favor de Arequipa y Juliaca. “Era un hombre que lo que él creía, lo hacía. Aunque como todo hombre en algo se ha equivocado…será perdonado por Dios y por ustedes”. Agregó que al estar retirado de la política se dedicó a escribir el libro “Mis Memorias” y estar en familia. Tiene seis hijos, 24 nietos y cuatro bisnietos.