Por María Elena Castillo
"Mi hijo se fue diciendo que volvería el día miércoles, pero nunca llegó. Han pasado 27 años y tantos miércoles, y pese a todo lo sigo esperando porque ni siquiera su cuerpo me han devuelto", refiere Raida Cóndor aferrándose a la foto de su Armando, la que ha llevado sobre su pecho todo ese tiempo.
Armando Amaro es uno de los 9 estudiantes de la Universidad Nacional La Cantuta secuestrados el 18 de julio de 1992 y ejecutados por el destacamento del Ejército conocido como el grupo Colina. Junto a ellos, se llevaron al profesor Hugo Muñoz.
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Tuvo que pasar casi un año para que se descubran las fosas en Cieneguilla donde fueron ocultados, y varios meses más para hallar los entierros al lado de la carretera Ramiro Prialé. Solo había un cuerpo completo y un gran número de restos quemados. Dieciséis años después, los familiares les dieron cristiana sepultura en cuatro ataúdes. Se identificó solo a dos y por descarte se estableció que en total se trataba de cinco personas.
“¿Cómo puedo dormir tranquila si no he encontrado a mi hijo?”, dice entre sollozos doña Raida. Cuando las llaves que sacaron de las fosas de Cieneguilla abrieron la puerta de su casa en La Victoria tuvo la certeza de que lo habían matado. “Ese día sentí que me iba a morir”, recuerda.
Estaban en un pantalón negro que aún tenía vestigios de piel. Enviaron todo a la Policía para la investigación y nunca lo devolvieron a los familiares.
Le cuesta hablar de él en pasado. Para ella siempre fue y será el mayor de sus siete hijos. “Cuando suena el teléfono aún creo que voy a oír su voz y decirme viejita”, dice quebrándose.
A pesar del tiempo que ha transcurrido, no entiende por qué se lo quitaron.
“La última vez que conversé con el ministro de Justicia (el actual) me dijo que lo iban a buscar, pero ya ha pasado medio año y no han hecho nada”, denuncia, asegurando que no se cansará de insistir.
Carmen Oyague también reclama los restos de su sobrina, Dora Oyague, a quien crió como una hija desde que era una pequeña de 4 años.
"Se fue a la universidad un lunes, con la promesa de volver viernes, como hacía cada semana, pero no lo hizo. Temí que algo había ocurrido", relata.
Tuvo una mala corazonada cuando a los pocos días leyó en el periódico que hubo una intervención en La Cantuta. Doña Carmen le había comentado sus dudas de que se quedara en la residencia estudiantil porque los militares estaban acantonados allí, pero la joven le pidió que no se preocupe.
Recién un mes antes Dora había decidido quedarse allí porque era muy lejos y costoso ir desde San Borja, donde vivía.
Guarda muchos recuerdos de ella, pues compartían el gusto por las manualidades, la costura y el amor por la enseñanza. Doña Carmen era profesora y Dora estudiaba educación inicial. Siempre le decía que al culminar sus estudios abrirían un nido juntas. Todo se derrumbó la noche del 18 de julio de 1992.
"Voy al cementerio (El Ángel) porque están los otros chicos, pero ella no está. Quisiera que me la devuelvan para darle cristiana sepultura y así poder irme tranquila", manifiesta.
Dina Pablo evoca que al culminar el colegio su sobrino Heráclides Pablo dejó su natal Áncash para ir a la universidad.
"Era un chico muy estudioso, tranquilo, trabajador. Muy cariñoso. Trataba a mis hijos como sus hermanos y a mí me decía mamá", comenta.
Cuenta que al principio se alojó en su casa, pero resultaba muy costoso y cuando se enfermó su esposo no podían darle para el pasaje. Por eso se quedó en la residencia estudiantil.
Relata que le gustaba tocar zampoña y disfrutaba de la música andina. Cada vez que tocaba la hacía retornar a su pueblo natal. Todo lo que pide es que le devuelvan sus restos para que pueda descansar en paz.
Bertha Bravo crió a Robert Teodoro Espinoza como si fuera su propio hijo, su único hijo.
"Lo he cuidado desde que tenía año y medio. Era mi único hijo. Alegre, travieso, muy amiguero, siempre hablaba en quechua. Tantas cosas que hemos pasado juntos", comenta.
Refiere que le decían "el ruso", porque era blanco y colorado y tenía una apariencia fornida. Debido a la distancia de Comas a Chosica, se mudó a la residencia universitaria.
“Mi esposo murió hace diez años, con la pena de no haberlo encontrado. Pero Robert siempre ha estado presente para nosotros y lo estará hasta el último de mis días. Ojalá no muera también sin recuperarlo”, invoca.
- Gisela Ortiz es hermana de uno de los estudiantes de La Cantuta asesinados que pudieron ser identificados: Enrique Ortiz. Ella puntualiza que poco se ha avanzado para exhumar la fosa que sigue pendiente en Cieneguilla. Solo se colocó un cartel de intangibilidad, que no impidió la construcción de una urbanización cerca de la zona donde enterraron a sus familiares.
- “Tuvimos una reunión este año con el ministro de Justicia porque la Dirección de Búsqueda de Desaparecidos es la encargada de buscarlos cuando no hay una investigación penal”, detalla.
- Hace cuatro meses, esta dirección pidió que se contrate un topógrafo para remover la tierra colocada en la zona. Aún no hay respuesta.